miércoles, 22 de enero de 2020

LA EXTRAÑEZA

La extrañeza es un sentimiento con el que no te gusta convivir. Como todo lo que te produce malestar prefieres quitártelo de encima de inmediato. A poco que te fijes comprobaras que lo que llamamos realidad es un delirio pactado entre todos. Prueba a hacer un inventario de todos los gestos, actos y frases comunes que no dejamos de repetir machaconamente cada día, manteniendo así el cuerpo esbelto del delirio. Todo lo que altere el cotidiano funcionamiento de ese delirio nos produce extrañeza, nunca el delirio mismo. Te dejo el ultimo ejemplo delirante. El AMPA del instituto de mi barrio ha organizado una charla para reflexionar sobre las adicciones internáuticas que están detectando en sus hijos adolescentes de un tiempo a esta parte, pongamos, desde el 2007 año en que salió al mercado en olor de multitud el primer Smartphone. Como no podía ser de otra manera la charla conferencia la impartirán un psicólogo clínico y un pedagogo. Hasta aquí una breve sinopsis de uno de los delirios que forman y otorgan perspectiva a nuestra vida delirante. La educación. Veamos. Como toda nueva tecnología el smartphone apareció en 2007 como un cuerpo extraño en la sociedad de la época (así hablan los comerciales del sector, para ellos el 2007 es como el pleistoceno antropológico). De igual manera apareció en su día Madama Bovary y a Flaubert casi lo queman en la hoguera. Sin embargo, Steve Jobs fue ensalzando desde el primer clic como el nuevo dios del universo digital. Nuestro delirio, pactado tácitamente con Jobs, pronto se dio cuenta de que Madama Bovary se podía leer sobre la pantalla del nuevo smartphone. La delirante normalidad volvió a instalarse en nuestras vidas. Han pasado sólo diez años y han saltado todas las alarmas. Lo que ayer formó parte, con sorprendente prontitud, del delirio pactado, hoy lo ha abandonado y camina a sus anchas, de nuevo, como un extraño que amenaza los beneficios de aquel pacto. Lo verdaderamente extraño es que los padres que convocan la charla conferencia se alarmen de lo que ellos mismos han producido: unos hijos adictos a la pantalla de su smartphone. En fin, unos monstruos. El cuento de que sus hijos y sus alumnos al estar mejor comunicados se iban a entender mejor entre ellos y con el mundo que les rodea, incluido los propios padres y profesores, ha abandonado el hogar y el aula y se ha convertido en una historia de terror autónoma. Es lo que le ocurre a lo extraño cuando escapa al control de nuestro delirio pactado, se convierte primero en algo amenazante y luego en algo que produce espanto. Ahora quienes no entienden el mundo, ni se entienden entre ellos, son los padres y profesores. Mientras que sus hijos y sus alumnos han cumplido de sobra las expectativas que levantó la aparición del smartphone, no solo se entienden con el mundo sino que han creado un mundo propio que solo ellos entienden. Para que me entiendas, el terror que produce semejante evolución en la especie es como si un grupo de científicos japoneses lograra en un laboratorio que un grupo de monos contara hasta nueve, y luego los dejarán libres en la selva. Pronto los pedagogos, que han colaborado a esta mutación en el aprendizaje moderno, se acercarían a los monos y les enseñarían a contar hasta diez y a continuación a construir un decálogo. Y de todos es sabido que la decena multiplica el horror. Es la culpable de los Díez Mandamientos del Vaticano y de todos los decálogos laicos que por imitación no hacen más que proliferar cada día. Véase el diez por ciento de interés sobre el que se ha edificado todo la fanfarria de la especulación bancaria. También, y esto aún da más miedo, el diez es el germen del espíritu castrense. Las escuadras, las falanges y las legiones son múltiplos de este número macabro. La ventaja que tienen los monos japoneses respecto a los adolescentes occidentales es que no han perdido el suelo religioso con que los recibió el mundo, lo que hace que sepan pararse a tiempo. Mientras que los adolescentes occidentales ha venido a un mundo sin ese tipo de suelo, solo dominado por la autoconciencia ilimitada de ellos como sujetos. O dicho de otra manera, que cuando un adolescente entra en el mundo de hoy le está permitido hacer de forma ilimitada lo que le dé la gana. Hasta el 2007 lo de hacer de forma ilimitada era pura ciencia ficción. A partir de entonces se ha convertido en la única realidad realmente existente. Y a diferencia de los monos japoneses que, según dicen los científicos y los pedagogos, sabe hablar pero que no lo hace para que no le hagan trabajar los humanos, los adolescentes occidentales no le tienen miedo a semejante extremo porque, primero, el trabajo es cada día más escaso en esta parte del planeta y, segundo, sus padres les han asignado una paga desde los diez años para sus gastos a cambio de nada. O, si la cosa se pone muy apurada en casa, por haber suspendido sólo dos asignaturas en la evaluación del trimestre. Con lo cual el adolescente occidental no tiene miedo a nada ni a nadie y se ha lanzado, seguro que por inducción tácita de los pedagogos, al disfrute a tumba abierta de los beneficios del diez y sus múltiplos, que con el smartphone en la mano, al parecer, se hacen ilimitados en su capacidad de de producir Ejemplaridad publica. Que si los diez discos más escuchados, que si los diez futbolistas más famosos y que cobran más. Y en este plan.