lunes, 13 de enero de 2020

CUIDADORES

En la sala de espera del centro de recuperación de la espalda se fijó en una revista, que debía ser de algún cliente que la había olvidado o la había dejado allí intencionadamente. La revista era el órgano de expresión, según decía en la mancheta, de una organización europea a favor del consumo responsable. Cogió el ejemplar y se dispuso a ojearlo mientras esperaba su turno para la sesión semanal. Reconocía que su espalda iba mejor, sin embargo, lo que todavía no acababa de digerir era esa misteriosa recomendación que le hizo quien le entregó el diagnóstico definitivo que, por cierto, ya no formaba parte de la plantilla del centro, en el recordaba no debía preocuparse demasiado sobre su evolución física, siempre y cuando empezara a familiarizarse con lo que llamó nueva sabiduría. De repente, alguien del centro de recuperación entró en la sala de espera y le pidió disculpas por el retraso en el inicio de su sesión. Ella se lo tomó con calma, algo que hacía unos meses le hubiera parecido inaudito, y se dispuso a leer una articulo de la revista firmado por un tal Arapiles y titulado el cuidado de las palabras como nuevo hábito de consumo en una Europa globalizada. El autor no tenía empacho en reconocer que la injusticia del momento presente se alojaba fundamentalmente en este abandono por parte de todos los consumidores de palabras, y no tanto en el aspecto material del PIB o de la deuda pública de cada país miembro de la Unión Europea. Esa cartografía material estaba ya dibujada y no parecía que pudiera cambiar en los próximos cien años, decía Arapiles convencido. Unos ciudadanos (se dio cuenta que el articulista había prescindido de la palabra países, lo cual la reconfortó también con su cerebro) son más productivos que otros, lo cual convierte a estos últimos en consumidores de lo que aquellos produzcan, sin que esto signifique ningún desdoro. De igual manera que hay ciudadanos que producen coches y hay ciudadanos que consumen coches, hay ciudadanos que producen pensamiento y palabras, y hay ciudadanos que consumen pensamiento a partir de esa palabras. Recordó, entonces, lo que le dijo el monitor ausente sobre la nueva sabiduría, en la que, curiosamente, no se mencionaba el sentido del oído. No se mencionaba, por decirlo así, que se tuviera que acostumbrar a oír sin escuchar. Lo cual venía a darle la razón a las previsiones de Arapiles para los próximos cien años. Únicamente podremos completar nuestra evolución como miembros de la especie a la que pertenecemos (una especie de improbable supervivencia biología si no fuera por el invento de la cultura del lenguaje, señalaba Arapiles), mediante el uso de la palabra, es decir, mediante el desarrollo del cuidado de la escucha de las palabras ajenas y no tanto de las propias. Luego pensó, mientras hacía los ejercicios correspondientes al mantenimiento de la espalda estirada sobre un rulo de plástico duro, que a lo mejor el monitor que le dijo lo de la nueva sabiduría era el mismo que firmaba el artículo que acababa de leer. Y que lo había dejado sobre la mesa de la sala de espera para que ella lo leyera.