lunes, 20 de enero de 2020

LOS VIVIDORES

Me cuesta no estar en el adentro de la literatura cuando estoy, al mismo tiempo y sin remedio, en el afuera de la vida. Sobre todo a la hora de tratar con la banalidad que envuelve a la segunda a través de la acción de sus protagonistas, esos que les gusta llamarse a si mismos como los vividores. Con banalidad no quiero decir algo peyorativo, sino el resultado indeseado e inconsciente de una vida sin problemas relevantes para su propia supervivencia. Con banalidad me refiero a un asunto que nunca antes había sucedido, aunque la palabra la vengamos utilizando desde siempre. La tradición de los vividores es larga y se ha acabado imponiendo a los que, a su entender, no lo son que ellos llaman los aburridos. Vivir para esta tradición milenaria es básicamente formar parte de la Historia, es decir, ser alguien protagonista dentro de algún capítulo ese gran relato. Hoy se dice, ser famoso, la profesión mas demandada por las nuevas generaciones de vividores. El otro día una amiga, que acababa de cumplir sesenta años, nos dijo en voz alta a los que asistíamos a su fiesta sorpresa: creo que los he vivido a fondo. Y se quedó tan a gusto. Oido así, pensé, debe ser que tiene muy claro lo que no es vivir la vida o vivirla solo en la superficie. No vivir la vida significa, para esta tradición de los vividores, no tener fama en la Historia, por tanto no tener historia individual, en fin, ser un don Nadie. Los que se autodenominan vividores no tienen que presentar ninguna credencial que avale si llevan una buena vida o una vida buena o vidorra. Simplemente, como mi amiga, basta que lo diga en el momento apropiado, su voz es el aval indiscutible. ¿Hubiera sido elogiable por parte de los asistentes a su fiesta de cumpleaños, que dijeran que mi amiga se sentía la mujer mas infeliz del mundo, o que su vida (como todo relato que se precie) no ha sido tan bueno como ella imaginó siendo joven, ni tan siquiera alcanzó esas cotas de plenitud después de las diferentes enmiendas que había hecho al proyecto inicial de su vida? Ella dijo, supongo que para no defraudar a los palmeros de su homenaje (todos vividores de pura cepa, según manda el protocolo de la vieja usanza vividora, que no ha variado con el paso de los siglos y que se resume en la frase que dice que la vida es para vivirla, así desde Jesucristo hasta Al Capone pasando por Marilyn Monroe, por decir algo), que su vida estaba plena y serena, y que, esto es también de la mas rancia tradición de los vividores, volvería a vivirla de igual manera si le dieran la oportunidad de hacerlo. Vamos que no se arrepentía de nada. Esto de no tener que presentar avales o credenciales que permitan distinguir la vida buena de un ciudadano de la buena vida o vidorra de otro es, a mi entender, una de las ingenuidades de la democracia, que se deriva equivocadamente de lo que si me parece acertado e intocable, a saber, un ciudadano un voto. Puesto que de igual manera que exigimos a nuestros representantes otros canales de participación y control que el de ir cada cuatro años votar, a los ciudadanos se nos debería exigir otras credenciales que la mera voluntad de querer ser cualquiera de esas profesiones privadas que posibilitan la buena vida o vidorra, las que nos permiten decir en voz alta, sin sonrojo alguno, yo tengo derecho a vivir la vida, ¡qué pasa! Nadie cuenta a la pandilla de amigotes y amigotas adultos su biografía, ni deja ver su curriculum o escribe un twit con el propósito de quedarse en suspenso o de demostrar la amplitud de su ignorancia. La relación que mantienen los vividores con el mundo de los fenómenos y de la existencia es tan fuertemente empática como inmediata, es decir, sin distancia alguna ni perspectiva para poder enfocar la mirada. Es decir, que la vida de las cosas y de las personas con las que tratan habitualmente los vividores son así y solo así. Dicho de otra manera, las cosas y las personas nunca pueden ser de otra manera que como ellos los perciben en su trato diario. Con esa actitud, mas que garantizar el éxito de sus vidas lo que alejan de su entorno, como la peste, la posibilidad de que cristalece su fracaso, que es a lo que el hombre y la mujer vividores, también conocidos como los hechos así mismos, verdaderamente tienen pánico. Ajenos a cualquier praxis ideal que les haga tomar conciencia, aunque nada mas fuera para tener referencias comparativas, de la impostura de su vida de vividores, están convencidos del control absoluto que tienen sobres sus vidas sin problemas de relevancia. Una forma de vivir que les impide imaginar que cualquier día, sin previo aviso, pudiera ser de otra manera.