viernes, 10 de enero de 2020

NUEVA SABIDURÍA

Cuando su mujer fue relegada a un plano laboral secundario por carecer, al decir del equipo de recursos humanos de la empresa donde trabaja, de una solvente imagen corporativa, pensó que su vida iba a dar un giro de esos que se suelen llamar con el apelativo de copernicano. En efecto, todos los sinsabores de la vida laboral de aquella tenían su registro físico en periódicos y fuertes dolores de cabeza, lo que, a su entender, era la causa de que no pudiera alcanzar la imagen corporativa que sus superiores le exigían. Todo ello la encerró en un bucle del que solo pudo salir mediante la bajada en el escalafón de la empresa. Nada más conocer su, por decirlo así, pérdida de galones, el dolor de la cabeza se le desplazó en pocos días hacia la parte superior de la espalda, a la altura de las cervicales según le señalaba a su marido cuando el dolor era más acusado. Fue entonces cuando el fantasma de la depresión hizo su aparición en el horizonte. Se lo confesó a su marido en estos términos: resulta que me rebajan de categoría porque soy incapaz de tener la imagen corporativa idónea y ahora el cuerpo de carne y hueso se me empieza resquebrajar en la parte alta de la columna vertebral, ¿que va a ser de mi sin una estructura sólida en la que apoyarme cada día para seguir viviendo?, dijo con las primeras lágrimas a punto de empezar a descender por las mejillas. A los pocos días, viendo el marido que no salía de su postración, le dijo a su mujer que acudiera al espacio de espalda del barrio. Según le informaron, en la visita previa que hizo, en ese espacio se enseñaba a caminar y sentarse correctamente a los bípedos implumes. La espalda, según los técnicos del centro, era la principal perjudicada de la infinidad de malas posturas que adoptamos a lo largo de nuestra vida. Tenemos un solo cuerpo, continuaba el dossier informativo que le adjuntaron al marido el día que hizo la inscripción de su mujer, pero, justamente por ello, no podemos adoptar una infinidad de posiciones o posturas al utilizarlo. En las reuniones semanales, a las que también se apuntó, en un centro de terapias orientales, le dijeron a la mujer que era una persona muy poco llena de sí misma, lo cual suponía que estaba al alcance de que su cuerpo fuera ocupado por otro para  hacer las funciones que ya no podía en el suyo al encontrase colmatado, según las palabras de los monitores del centro terapéutico. Lo que no acababan de entender era como, con esas características anatómicas no había sido capaz de alcanzar la mejor imagen corporativa posible en su empresa. La sometieron a diversos test de adaptabilidad y no encontraron ninguna anomalía relevante. Sin embargo, el entrevistador, de forma indirecta, notó que la mujer no hablaba con sinceridad cundo le preguntaba sobre asuntos no habituales. No es que mintiera de forma intencionada, sino que respondía como si tuviese un motor dentro que emitía ruidos y humos sin parar, unas veces, y, otras, como si lo que tuviese en su interior fuese un loro que repetía de forma intermitente prejuicios y tópicos. A la conclusión que llegaron, en el informe que le dieron, fue que tenia, incomprensible dado su carácter, una sed de alma que hacía que desde algún punto de vista, indetectable todavía, su cuerpo se hubiera convertido en excesivamente tosco para actuar de intermediario entre ella misma y lo real. La cosa no presentaba mayor gravedad, siempre y cuando se acostumbrara a ver sin mirar, sentir sin tocar, paladear sin masticar. En fin, una nueva sabiduría corporal, le dijeron, que una vez se recuperara de la espalda le haría  llevar una vida digna en los tiempos que se avecinaban.