miércoles, 2 de noviembre de 2016

ANTE LA CRISIS

Lo que todo ser humano descubre estupefacto cuando entra en crisis es el vacío como elemento constituyente de la existencia. La angustia que viene a continuación es la respuesta inexorable a ese vacío. Si acude a un experto, pues ya está. Pero si decide contarlo narrativamente corre el peligro de que todo ese embrollo en que se encuentra metido se desborde o se desparrame e inunde todo lo que su fuerza imparable alcance. La voz narradora, entonces, se habrá desahogado a gusto, pero el lector que pretenda comprenderla no podrá ver nada. Podrá hacerse cargo, pero no lo podrá hacer suyo lo que cuenta. Sin embargo, cuando controla el embrollo de manera razonable, no racional, con razonable vacilación o incertidumbre o ambigüedad, en el sentido de que actúe como un dique, produce en el lector una lúcida melancolía que le permite acceder a ese oscuro confín en el que se aloja la existencia humana cuando la abraza el vacío. Un confín que, a su vez, no deja de ser para ambos, la voz narradora y los protagonistas, una presencia como si fuera un pesado y lacerante fardo. Produce en la intimidad del lector el sentir de aquel sentido. Los comprende aunque no los conozca. Es decir, hace suyo el embrollo que ha disparado esa crisis.