Aventurarse a decir que una determinada actitud vital tiene que ver más con estar muerto que vivo, o al revés, es una insolencia que solo se pueden permitir los seres perfectamente inmortales. Que yo sepa sólo conozco a dos tipos de estos seres: los animales que no tienen el atributo del lenguaje y los dioses que tienen la virtud de escaquearse siempre de los asuntos humanos y, por tanto, siempre dicen que están ahí, pero nunca comparecen cuando de verdad los necesitamos. Los seres mortales bastante tenemos con ir aprendiendo a serlo. Toda una vida. Esos que les gusta dar fe de vida como de defunción, no es que estén muertos o vivos, es que no saben dónde están, algo que si es consustancial y muy frecuente en los seres mortales. Semejante despiste puede llegar a sucederle, también, durante toda su vida.
A estas alturas sonroja comprobar que la Peña Acelerada sigue sin aceptar que eso que llamamos enfáticamente la visión del mundo no es otra cosa que la visión del mundo de cada cual. Que eso que llamamos más enfáticamente todavía "si mismo" o "tenerse a sí mismo" no es absolutamente nadie, ni tiene absolutamente nada, sino es a través de la presencia comprensiva y compasiva del Otro. Que miramos el mundo bajo la influencia de una cosmovisión o paradigma, que sus patrocinadores tratan de venderla como jovial, objetiva e inmutable, cosa que consiguen si convencen de ello a muchos sujetos de forma duradera, que se creen tenerse así mismos y por si mismos. Así funcionan las Corporaciones Mediáticas, El Corte Inglés, Coca Cola, Hollywood, etc. Pero sigue siendo El Vaticano, matriz de todas las anteriores, la empresa de publicidad y propaganda que mejor ha logrado esta conjunción cósmica, acercándose casi hasta la perfección, no en balde tiene línea directa con Dios. También es la que sigue dando la matriz al formateado de los nuevos cerebros neopositivistas y empíricos que, aunque su velocidad les impida darse cuenta de ello, siguen, como Teresa de Ávila, sin vivir en ellos: el mundo tiene un propósito (estar enteramente a su servicio), un fin (lo quieren ahora), un Dios glorificador (el dinero), y un eslogan que como una oración rezarán hasta la tumba:
"tengo veinte años, siempre tendré veinte años, y si un sábado por la noche me quedo en casa a leer soy un aburrido y viejo, estoy muerto; si salgo de marcha y mi simpatía seduce mucho, soy muy joven y diver, estoy vivo; si el día está soleado y tengo la sonrisa de oreja a oreja soy un tipo alegre y estoy vivo, cuidado con que el rictus de la seriedad cruce mi cara como una cicatriz pues el cielo estará nublado y yo seré un tipo triste, y estaré medio muerto". Y tal y tal.
Todos esos aspectos son otros tantos rostros de la cosmovisión narrativa dominante desde el siglo XIX, impulsada por la Burguesía revolucionaria triunfante, que cogió el relevo del Vaticano reaccionario en el manejo de los asuntos terrenales. Ilusión por El Progreso Ilimitado, ahora aquí en la tierra, es su santo y seña. Todo ello forma parte del canon de lo que los ciudadanos deben considerar como visible y creíble y deseable y, por tanto, inteligible, y lo que debe ser considerado invisible e increíble e indeseable y, por tanto, ininteligible. Por ejemplo, el corolario final de esa ilusión de progreso: las dos carnicerías mundiales que asolaron al continente europeo. Thomas Mann lo dejó estremecedoramente escrito en "Doctor Faustus", pero hay que leerlo y llenarse las venas con el líquido que destila de ese monumento. Pero esta gente va demasiado deprisa. Y también parece claro que seguirá siendo así durante mucho tiempo, educación y cultura imperativa y reaccionaria mediante. Ya que sea bajo los auspicios del Vaticano reaccionario o de la Burguesía Revolucionaria triunfante, sea con el Pony Express o manejando a pleno rendimiento Internet, "el Alma Humana, ciega y lánguida, torpe e indecente, quiere estar oculta, no obstante querer que nada le esté oculto. Y más lo que le sucederá es que se quedará descubierta a la verdad sin que ésta se le descubra a ella". (Agustín de Hipona) Y es que el alma humana va ligada a ese lado de la existencia que no trabaja con planes ni por objetivos, ni con métodos, ni metas, ni eslóganes, en fin, el alma humana no puede ser enmarcada dentro de un sistema. El alma humana se mueve más bien con presentimientos, a los que solo puede acercarse con cautela, por lo que la Peña Acelerada acaba siembre enjaulada entre las cuatro padres negras del resentimiento, debido a las ilusiones perdidas o no cumplidas. Tratar de discernir, de una vez por todas, si hay vida después de la muerte o antes de la muerte, es una tarea en vano. Es nuestra condición de seres pensantes la que nos mete en esos líos y es el pensamiento, y sus aliadas incondicionales la lectura y la escritura, el único que nos puede sacar de ese totalitarismo existencial, y ponernos en la senda lúcida de la mortalidad: nada antes de nacer y nada después de morir. Sin embargo, y al mismo tiempo, todo se puede entender si bajamos hacia abajo y toda luz puede acontecer si subimos luego hacia arriba. Eso es todo, y nunca lo es de una vez por todas. Así es el Oriente implícito, que ha habitado desde siempre en los sótanos de la arrogancia del Occidente explícito: "La insignificancia humana -el hecho de que las cosas no giran en torno a nosotros y nuestro destino- es la buena noticia" (Tito Lucrecio).
Si las Corporaciones Mediáticas, El Corte Inglés, Coca Cola, Hollywood, etc, asumieran este eslogan en sus editoriales y campañas publicitarias....,si lo asumieran los nacidos después de 1980, los que tendrán que manejar la cita de Lucrecio, una vez que se lo hayan "comido" todo, pues sin casa, sin coche, sin trabajo son los que más gastan, tanto lo fungible como lo espiritual, como si fuera una misma tarta. Después del monumental ágape, después de esa colosal indigestión, ¿serán estos últimos héroes de la sociedad del bienestar los que darán por concluido el plano secuencia que comienza con el Imperio Romano, Cristianismo, Renacimiento, Ilustración, Revolución Francesa, Revolución Industrial, Revolución Soviética, dos Guerras Mundiales, y acaba con el Terror nuclear, variantes todos del alma del Occidente, que ha conseguido con la ilusión de todos los días un mundo de ciegos, y el arma perfecta de "aniquilación" masiva. Y, sobre ese acabamiento del bienestar, del que esos benditos empiezan a ser sus principales víctimas propiciatorias, sobre ese agotamiento, ¿serán capaces de darnos otra buena noticia?: la vuelta a la forma de pensar del alma de la Grecia antigua, exenta de ilusiones porque no se lo permite el incansable compromiso con las preguntas. No puede haber ilusión cuando domina el asombro sobre lo que acontece en el mundo. La ilusión es para los que lo saben todo, antes que el común de los mortales, sobre el porvenir que nos espera