miércoles, 18 de junio de 2014

LA TRISTEZA CIVIL

Aunque los turistas digan en las encuestas lo contrario - ya se sabe que el turista estándar suspende por unos días su mirada crítica habitual por un puñado de horas de sol y un plato de paella - la tristeza civil es el sentimiento al que estamos destinados, y el que mejor nos identificará, una vez que la justicia sea mas difícil de representar y, mas difícil, aún, de conseguir parcialmente. Y lo peor de todo es que no dejaráhueco a la nostalgia de lo se fue para no volver, ni a la melancolía de lo que pudo ser y no fue. Convengamos: nada fue y nada pudo llegar a ser. Todo fue, y solo eso pudo llegar a ser, una cruel estafa de casino. Por tanto, tampoco tiene sentido recuperar, ni aunque fuese de forma espuria para que no decaigan los ánimos en los parques temáticos, la recomendación gramsciana de que el pesimismo temporal de la razón lo combatamos con la fuerza del optimismo de la voluntad. La tristeza los alcanzará igualmente, ya los está alcanzando.

La tristeza civil a que me refiero no es un sistema de pensamiento, ni tampoco es una disciplina, ni una filosofía, ni una religión, ni una forma de psicología, ni una ciencia, etc. Es más bien una enfermedad crónica. Forma parte de una herencia ancestral, ajena a la razón y al optimismo de la voluntad e, incluso, ajena a los fastos de las bonanzas económicas coyunturales. Y no hace falta conocer los entresijos de esa herencia para entender lo que digo, basta con fijarse atentamente en el presente. Ahí vive, al igual que el primer día, todo. Como la sal sobre la estalagmita, ha ido precipitando sin descanso sobre las vidas anónimas conducida por una manera de mirar el mundo siempre indudable, porque siempre se encuentra afiliada a algún bando, y cuyo goteo implacable ha petrificado la perspectiva de sus propietarios.

Respecto a lo que nos queda, continuará la despreocupación de la mayoría por la búsqueda de la verdad. Que es un trabajo propio de los espíritus solitarios, más acuciante aun, cuando el cuerpo ya no sabe donde meterse, o se meta donde se meta le da lo mismo. 

En definitiva, nuestro mundo será más pequeño todavía. Pero no más feliz ni más bello. No nos hará tan pobres como para hacernos llorar, pero si, irremediablemente, que seamos bastante mas tristes. A pesar de todo, aquí, seguiremos mirando y escuchando. Sin dar nada por acabado, ni nada por definitivo. Aceptando el desafío de que algo o alguien modifique nuestra visión habitual de la realidad.

martes, 10 de junio de 2014

OH BOY, de Jan Ole Gerster


Quien me acompañaba se dio cuenta de inmediato de lo que movía la película. Tal fuerza se encontraba, paradójicamente, en la quietud extrema y exasperante del personaje Nikolas Fisher. A Niko, para entendernos, lo conoce el espectador con la vitola de lo que se conoce socialmente hoy como un Ni Ni. Ni estudia. Ni trabaja. Únicamente sus abusos insignificantes - principalmente dirigidos contra su padre, que le da cada mes mil euros para sus gastos -,  son su único horizonte. Y tomar un café. Nico - incluso después de que el padre le cierra el grifo de los mil euros, acusándolo de ser un vago y un jeta - solo quiere que alguien le sirva un café. Es en este momento cuando me di cuenta del significado de lo que había dicho mi acompañante. Esa manía cafetera ya no cae dentro del departamento social comunmente compartido (el de los Ni Ni), sino que es el santo y seña de toda esa quietud, ese no querer hacer nada, solo esa obsesión por querer tomar una taza de café, lo que pone a la claras toda la neurótica y estéril movilidad de los que rodean a Nico. Convertido así en Bartleby, de nuevo. Preferiría no hacerlo, la lapidaria e inquietante frase negacionista del personaje de Melville es capaz, con su pertinaz insistencia, de poner patas arriba todo el andamiaje de la sociedad donde vive. Nico estándose quieto niega la razón de ser toda la movilidad que lo rodea. Consigue, a su pesar, moverlo todo y que todos giren a su alrededor, dejando en evidencia, con su quietud negadora, el alcance de la manera de ser y de moverse afirmativa de los otros: patinando por la superficie con la mas absoluta indiferencia y sordera.

Nico forma parte de la cofradía de los personajes que reivindican el No. De quienes prefieren no hacerlo, ni esto ni lo otro. Prefieren no hacer nada. Todo lo más, tomar un café. Son tipos que con la fuerza de su silencio e inactividad ponen al descubierto la función decorativa de todas las palabras que, de forma incansable y a diario, pronuncian quienes nos rodean. La banalidad y estulticia de toda la movilidad permanente que acompaña a semejante verborrea. Para estar, al fin y al cabo, siempre en el mismo sitio, vendría a decirnos Nico con su quietud y su silencio.

jueves, 29 de mayo de 2014

CRIANZA DEL 2009

Suelo beber en bota. O de la bota. O con la bota. Es una costumbre que me viene de la infancia. Como tantas otras. La aprendí de mi tío, no de mi padre que siempre ha sido un abstemio empedernido. Beber de la bota tiene, según mi tío, una liturgia artúrica. Bueno, esto lo digo yo ahora, traduciendo las palabras de entonces de mi tío. Los boteros no somos guerreros y no sabemos utilizar la espada, como es el caso de los caballeros que se sentaban en la mesa del palacio de este rey ideal. No somos guerreros pero sabemos, y queremos estar juntos, y la bota ha unido, y une, a los comensales alrededor de la mesa de ese Camelot doméstico, de esa corte, que es la familia que acoge a cada ser humano al venir al mundo, y que durante los primeros años nos hace príncipes o reyes del universo.

El caso es que el otro día se me acabó el vino de la bota. Vino a granel, de 15 grados. Los entendidos dicen que es el que mejor le conviene a tan humilde y popular recipiente. Después de llenarme la bota, el dependiente me ofreció un crianza de 2009 a la mitad del precio habitual. Con mi normal desconfianza hacia los vendedores, esbocé una sonrisa mientras metía la bota en la bolsa.


- El vino está muy bueno, durante este mes lo he vendido casi todo - me dijo, más como una rutina protocolaria propia de su oficio, que con la intención de seducirme verdaderamente. 

- Tiene razón. Muy bueno, créame, se lo aseguro yo que lo he probado.

Toda la seducción que le faltaba al dependiente me llegó, vía oído interno, de alguien que  me hablaba, colocado sin darme cuenta, a mis espaldas. Varonil, cien por cien masculina, la voz me recordó a algunos vocalistas de jazz, que han hecho que me guste la música negra, junto a los solos de clarinete. Levemente rasgada pero sin llegar a romperse. Grave, pero siempre me algodona. Poderosa, pero irresistiblemente protectora. En fin, la voz que siempre he soñado tener. "¿Qué vino, o lo que sea, que haya circulado por esa garganta puede estar malo?", me pregunté, todavía sin darme la vuelta. 


Al dueño de la voz lo había visto vagabundeando por la ciudad. Al verlo allí, metido en un recinto cerrado, me dio la impresión de que se encontraba mas averiado de como yo lo recordaba la última vez a la intemperie. La mano derecha la tenía vendaba y la venda tenía una gran mancha de sangre en el envés. Cojeaba, apoyándose en una vieja garrota medio astillada. Noté el fuerte olor a alcohol antes de girarme. Luego, cuando lo vi de frente, deduje que ese olor tenía que tapar el que se debía desprender de su notable falta de higiene. Le agradecí esa sensibilidad en la prioridad de las fragancias. 


- Con carne, mejor con carne, aunque también puede ser con pescado, pero yo lo he bebido con carne. Muy bueno, se lo recomiendo de verdad. Le va a gustar.


Tenía mas que suficiente, quería comprar el vino. Así que con disimulo, le di otra vez la espalda y me puse a hurgar en la estantería donde había más botellas de otras marcas. Tenía que volver al principio. Tenía que volver a no verlo para definitivamente decidirme. Tenía únicamente que escuchar su voz. 


- Con un par de copitas de este vino tendrá suficiente. Al menos a mí me ha bastado. Un par de copitas y un plato de estofado de carne con setas. Se quedará como nuevo.

- Quiere decir feliz - le dije con sorna, mirándolo de reojo.
- Bueno, dígalo así, si quiere.

Fijé mi vista en el dependiente y le dije que me pusiera dos botellas. Le pagué y salí de la tienda. Otra vez de espaldas volví a escucharle.


- Le gustará, seguro que le gustará.


Antes de abandonar el local todavía le oí decir al dependiente que el otro día le habían robado todo. 

martes, 20 de mayo de 2014

A LA ESPERA...

A quienes pintan, a quienes dibujan, a quienes hacen fotos, a quienes gustan de observar detenidamente la naturaleza, en fin, a todos aquellos que están a la espera de que algo, llegado el momento, pida ser escrito, os dejo las primeras palabras del libro "El cuaderno de Bento", de John Berger, al que he vuelto estos días primaverales, espoleado por la imponente estampa de sus paisajes.
  
"Este otoño los ciruelos están muy cargados de fruta. Algunas ramas se han roto con el peso. No recuerdo otro año que dieran tanto.
   Cuando están maduras, este tipo de ciruelas moradas, las damascenas, se recubren de una sombra que recuerda a la media luz del crepúsculo. A mediodía, si hace sol - y llevamos muchos días seguidos de tiempo soleado -, se las ve, con su color crepuscular, arracimadas entre las hojas.
   Los únicos frutos con una azul tan intenso son los arándanos, pero el azul de éstos es más oscuro y tiene un brillo de piedra preciosa, mientras que el de las damascenas es como un humo azul, vívido, pero evanescente. Los racimos de cuatro, cinco o seis frutos salen a puñados de los renuevos de las ramas. De un solo árbol cuelgan cientos de puñados.
   Una mañana temprano decidí pintar unos de esos racimos, tal vez para entender mejor por qué repito lo de los "puñados". Me salió un dibujo torpe, malo. Empecé otro. Tres puñados más allá del que he decidido pintar, un pequeño caracol blanco y negro, no más grande que una de mis uñas, parece dormido en la hoja que ha estado comiendo. El segundo dibujo me salió tan mal como el primero. Así que lo dejé y me puse con la tareas del día.
    A media tarde volví a los ciruelos con la idea de intentar dibujar una vez más el mismo racimo. Posiblemente porque la luz había cambiado - el sol ya no estaba en el este, sino en el oeste - no fui capaz de encontrar o identificar el racimo concreto. Hasta me llegué a preguntar si no me estaría equivocando de árbol.
   Avancé hasta el siguiente ciruelo, me agaché bajo sus ramas, alcé la vista y lo inspeccioné. Había infinidad de ciruelas, pero no encontré el racimo que buscaba. Habría sido muy sencillo dibujar otro, claro, pero algo en mí se negaba obstinadamente a hacerlo. Di vueltas y más vueltas bajo las ramas de los dos árboles, y de repente descubrí el caracol. Unos treinta centímetros a su derecha, encontré mi racimo . El caracol había cambiado de posición, pero su paradero era el mismo. Lo miré largamente.
   Empecé a dibujar. Necesitaba un verde para definir las hojas. A mis pies había unas ortigas. Agarré una hoja y la froté en el papel, y me dio el verde que necesitaba. Esta vez guardé el dibujo.
  Tres días después,..."

martes, 13 de mayo de 2014

LO QUE ES UNA VIDA PLENA

Entre algunos conocidos habitualmente lectores - me decía el otro día un colega del gremio bibliotecario - hablan, además de los libros que van leyendo y de las recomendaciones que se hacen los unos a los otros, de como suelen acabar el día con un libro entre las manos. Es cierto que para muchos de esos lectores es el único momento del día en el que pueden abrir un libro. Pero también es cierto que es el último momento del día, y que las energías están menguadas. No les importa confesar - me dijo – el que solo hayan conseguido leer una página, antes de que el sueño pueda con toda su resistencia. ¿Qué no hayan entendido nada de lo leído? ¿Qué leer pueda ser otra cosa? Eso les da igual. Lo verdaderamente reseñable para ellos, es creer que acabar el día con un libro entre las manos, aunque derrotados por el sueño, se asemeja bastante a un vida plena. Lectura sin vicios ni virtudes - le respondí. Una forma absoluta de acción, como muchas otras durante el día, para acabarlo como lo han empezado. No soy quien para diagnosticar que visto así, sus vidas dejen de ser plenas. Pero sí me pregunto, ¿por qué un libro entre las manos?

viernes, 9 de mayo de 2014

OSLO. 31 DE AGOSTO, de Joachim Trier

¿Es el intento de suicidarse en el lago el momento idóneo para irrumpir en la vida de Anders - el personaje principal de “Oslo, 31 de agosto”, película dirigida por el noruego Joachim Trier (pariente lejano del danés Lars von Trier), que vimos el jueves en la sesión semanal del cineclub Diòptria? ¿Lo es, igualmente, todo el itinerario posterior que nos llevará a su segundo y definitivo intento de suicidio?

De la misma manera que cuando nos acercamos a la vida de una persona, le preguntamos, como gesto de respeto: ¿es el momento oportuno, o tienes un minuto, o te va bien que quedemos mañana, o...?, igualmente no está de más preguntarse como espectador – como espectador no está de más nunca hacerse preguntas, de hecho es eso lo que de verdad nos hace espectadores y lectores -  si el director ha elegido el mejor momento de la vida de Anders para contarnos lo que nos quiere contar. No está de más, en fin, que veamos la película acompañados de estas u otras preguntas con las que convivimos. Siempre, por ejemplo, ésta: ¿se podía haber contado la historia de Anders otra manera? Ello no invalida la historia que vimos, haya o no haya respuesta a esa pregunta. Al contrario, creo que la engrandece con estos interrogantes. La hace mas compleja e interesante. Mucho mas que asistir pasivamente a su proyección, o darnos por satisfechos al confirmar que lo que vimos es lo que, mas o menos, ya sabíamos.
¿A cuento de qué este proemio? Para evitar la tentación de buscar en lo propiamente narrativo lo que no le corresponde, eso que es mas propio, para entendernos, de las ciencias demostrativas. Dicho de otra manera, para no confundir los símbolos significativos de la narración con los datos empíricos del estudio demostrativo. Para no confundir la realidad metafórica droga en la película de Trier, con la realidad estadística o sociológica droga en la vida en la que sobrevivimos. Para no confundir el sitio narrativo donde sucede la película que se llama Oslo, con el lugar geográfico y administrativo de Noruega, que casualmente también se llama Oslo. Para no confundir a los protagonistas de la película, con los ciudadanos de la capital noruega. Repito, siempre, para no caer en esta confunsión nos debemos preguntar, ¿se podría  contar la historia de Anders (o cualquier historia) de otra manera? Los datos estadísticos y sociológicos no se pueden cambiar, son los que son, y en Noruega hace mucho frío. Pero la significación de los símbolos están a servicio de la intención narrativa del director, y sus protagonistas sienten como lo hace todo el mundo desde siempre. En fin, todo este protocolo es para saber si uno cuando está delante de una peli o de una novela ejerce de espectador o lector, es decir, se pone en disposición de tratar con los sentimientos humanos eternos se manifiesten en cualquiera de las latitudes del planeta que se manifiesten. O simplemente nos da por ser un aprendiz de brujo coyuntural, tratando de sacar, como los tecnócratas agujereados de turno, conejos de la chistera. Tratando de ligar, como sea, la causa con sus efecto.

Como dijo acertadamente alguien de la tertulia posterior, el protagonismo de la droga en la peli de Trier, exdrogadicto Anders mediante, por todo lo dicho anteriormente tiene el peligro de rebajar, ante un espectador poco atento, su fuerza narrativa. Talmente el ala más conservadora o sociológica de la misma tertulia, que aparcó momentáneamente su imaginación, y se apuntó a lo de aprendiz de brujo. Veamos. Antes de nada recordar lo obvio, lo que he dicho muchas veces y que observo cuesta asimilar: lo que ocurre en la película “Oslo, 31 de agosto” ocurre solo en la película “Oslo, 31 de agosto”. Es una representación de la realidad, no es una fotografía de lo que ocurre “realmente en la realidad” en la que sobrevivimos, como me pareció detectar que pensaban los aprendices de brujo. No hay exactitud en la película, en todo caso hay rigor expositivo. Y ese rigor lo determinan, y lo podemos calibrar como espectadores, por la manera de mostrar lo que vemos, que son símbolos a servicio únicamente de la narración en la película, no son datos para corroborar una hipótesis previa, pongamos, sobre el mundo de la droga, que ha de quedar plasmada en un informe o un estudio demostrativo.

Si nos atenemos a la fuerza simbólica de la película desde el primer y grotesco intento de suicidio hasta el segundo y definitivo, el relato nos quiere decir algo que no está explícito. El símbolo sugiere, lo que dice no es  igual a lo que cuenta. El dato sentencia, lo que dice es igual a lo que cuenta. ¿Hacia dónde apunta, qué nos cuenta la película?: ¿por qué rompemos amarras con lo real, ese momento donde Ya Nada Duele?, y lo más interesante y misterioso, ¿qué fuerza oculta en nuestro interior hace que no podamos recuperarlas de nuevo? A los estudios demostrativos toda esta ambigüedad irresoluble no le interesa, pero es el motor principal que mueve a Anders en su itinerario dentro de la película. Ya Nada Duele quiere decir que la realidad no le afecta porque ya no le roza, quiere decir que mientras hay dolor hay vida (es el significado de la escena del primer intento de suicidio), hay esperanza de seguir con vida. Sin embargo, la escena de Anders sentado en la cafetería, tratando de oír lo que dicen quienes están sentados a su alrededor, representa el momento culminante de esto que digo. Esa imposibilidad de que Anders se vuelva a relacionar con lo que le rodea. Lo intenta inútilmente tratando de volver a escuchar por teléfono la voz de su antigua novia. Lo intenta, fijémonos bien, con quien ya no existe. Otra imagen simbólica de esa impotencia que Anders con su rostro bello e impávido y con su deambular sin rumbo por la ciudad, nos está contando. No hay salida, por tanto, porque a Anders ya nada de lo que le rodea le duele, nada le indica por donde continua la vida. No hay nada que pueda decirse después con imágenes, ni con palabras. Lo del jeringuillazo final, supongo, fue para consolar a los aprendices de sociología.

Por lo demás la cena y la tertulia discurrió, como no podía ser de otra manera, por cauces amables, con sus palabras ambiguas y sus silencios explícitos. El caso fue que las unas junto a los otros nos metieron en las doce y media de la noche. En fin, puedo dar fe de que fue la manera, con bastantes dosis de sentido, mediante la que el final de un jueves le dio el relevo al inicio de un viernes. Ojalá la vida fuera así siempre.

miércoles, 7 de mayo de 2014

DIÁLOGO APÓCRIFO

Rogando para que no aumente nuestro rencor contra el mundo, y para que salgamos ilesos de este jolgorio furibundo y aparentemente festivo.

DIÁLOGO APÓCRIFO

-Creo que no te entiendo.

-¿Qué es lo que no me entiendes?


-Lo que dices.


-Lo que digo o como lo digo.


-Bueno, supongo que las dos cosas.


-Yo intento hacerme entender. 


-Creo que no es suficiente.


-Me dirijo a alguien que puede entenderme. 


-Eres un optimista.


-Lo contrario sería hablar o escribir para quien no lee. 


-Yo vengo porque leo y escribo.


-Pero si hago lo que tu piensas, entonces sería un pesimista.  Vaya dilema.


-Lo ves, ya me he perdido.


-Leer y escribir no son dos habilidades mas.


-Te refieres a su aspecto técnico.


-Me refiero a escuchar. Leer y escribir es, sobre todo, 

aprender a escuchar a los otros.

-Creo que no te entiendo porque no te sigo.


-No se que decirte.


-Me refiero al desconcierto que siempre arrastran tus palabras.


-El desconcierto es una cosa muy propia del aprendizaje y cada uno lo lleva a su manera. 


-Ya, pero eso me desanima.


-Al contrario, yo creo que te debería de estimular el deseo de aprender.


-Necesito ver resultados, y no llegan.

-Esto no es la universidad, ni una academia.

-Ya lo sé, de ahí vengo.

-Entonces, ¿cual es el problema?

-Que hay días que quiero tirar la toalla.

-Puedes seguir leyendo por tu cuenta.

-Eso no me consuela.

-Comprobarás, igualmente, que unas cosas las entiendes y otras no.

-No es lo mismo.

-Si vienes es porque quieres, nadie te obliga.

-¿Y si te explicaras de otra manera?

-No quiero a nadie detrás de mí, a los otros lectores los prefiero delante o al lado.

-Así el camino es muy duro.

-Pero es un camino.

-Podría ser menos empinado y escarpado.

-El conocimiento es un camino sin principio ni final.

-Eso tampoco lo entiendo.

-Y dale.

-Estoy acostumbrado a mas seguridad en lo que hago.

-Quieres decir a seguir a alguien, o a lo que diga alguien.

-No he dicho eso.

-El conocimiento no te dice de dónde venimos, ni adónde vamos.

-Así no hay manera de llegar a ningún sitio.

-No es cierto.

-Entonces, ¿adónde vamos?

-Si no nos ponemos en marcha, somos nosotros los que no vamos a ninguna parte.

jueves, 24 de abril de 2014

LOS PLAZOS

El otro día, en una óptica, observé como un cliente no pudo pagar de una vez la renovación de sus gafas. La dependienta le concedió un crédito al pie del mostrador, diciéndole que le pagara la mitad en ese momento y el resto en los dos meses siguientes. De repente, volvieron los plazos de mi niñez. Un ardid difuso y fronterizo que no distingue lo que no tienes de lo que necesitas. Mi madre - que todavía llevó, en cuanto a esos términos, una vida razonablemente humana, pero que le gustaba la luz y tenerlo todo como los chorros de oro - me enseñó a mantener el ojo avizor, en el medio de esa raya endiablada. Nunca me hizo sentir que lo que no tenía fuera una injusticia insoportable. Y, sin embargo, jamás me dejó sólo, a la intemperie, frente a mis necesidades de aquellos años. Que fueron, aproximadamente, las suyas.

martes, 22 de abril de 2014

EL ÚLTIMO CONCIERTO, Yaron Zilberman



O de como la vida sin previo aviso, como siempre actúa, le lanza un órdago al arte. Y lo pierde. No porque el arte, en este caso la música, sea mas grande que la vida, sino porque tiene de su parte toda la fuerza que proporciona alcanzar el sentido del sentir. Entonces la vida, resignada ante tan descomunal poderío, acepta la derrota y se sienta a escuchar el último concierto. Este es el cuento: la música o la vida.

Dicho así parece fácil, pero, y este es creo yo el punto débil de la película, es bastante más complicado que su apariencia. Su director muestra acertadamente el conflicto, pero pienso que lo resuelve de forma precipitada. Zilberman parte de la tesis de que el arte siempre le gana la partida a la vida, y con la película pretende demostrarlo. Cayendo de esta manera en la trampa de todo principiante (es su primera película): se ha dejado llevar por la tentación de creerse mas fuerte y grande que la vida. Cualquier persona sensata sabe que esto no es así. No se puede pretender dominar a las fuerzas desatadas de la vida como si de un tigre enjaulado se tratara, haciendo de ello la tesis de partida, y pretender luego demostrar con ello lo buen domador que se es. Las fuerzas ocultas de la vida lo son porque no admiten la jaula, y cuando se desatan se pueden llevan por delante todo lo que encuentran a su paso, incluso al cuarteto de cuerda mas virtuoso que a uno le quepa imaginar. Talmente el que forman en la película “The Fugue String Quartet”. Este me parece un mejor punto de vista de partida. Sin aspirar a demostrar nada, únicamente mostrar como se desarrolla ese turbulento proceso. El peligro que arrastra y toda la incertidumbre y desasosiego que genera.

El caso es que “The Fugue String Quarter” está a punto de cumplir su veinticinco aniversario al lado, con la uña a su carne, de la música. Para celebrarlo sus miembros quieren tocar el Cuarteto op. 131 de Beethoven, según dicen los entendidos la obra cumbre para cuarteto de toda la historia de la música. Pero justo en esos momentos al violonchelista le detectan los primeros síntomas de la enfermedad de Parkinson. Primer aviso de la vida. La impecable carrera musical del cuarteto recibe un golpe tan duro como imprevisto. Se tambalea. Lo que aprovecha, lo que de humano oculta el segundo violín del cuarteto, para dar el segundo aviso: quiere ser primer violín y le dice a su mujer, que toca la viola, que le de pruebas irrefutables de que lo quiere más que a la música. Así las cosas, mientras la vida va ganando terreno a toda velocidad haciendo recular al mismo ritmo a la música, la hija del segundo violín y su mujer, y alumna del primer violín del cuarteto, se enamora perdidamente de su maestro. Y éste le corresponde. Tercer y último aviso. La vida se ha hecho con los mandos. Sólo la fuerza y poderío del Cuarteto op. 131 de Beethoven puede remediar lo que parece abocado a la desaparición irremediable. Y lo consigue mediante la habilidad taumatúrgica y la generosidad del violonchelista, de las que hace gala sobre el escenario en el último concierto. 

Como espectador me emociona que la música se acabe imponiendo, al final de la película, a la vida. Pero me desconcierta la manera como lo hace para llegar a ese final. Es como si Zilberman tuviese prisa por hacerlo, como si desconfiara de la virtud y el talento de quienes tienen la misión de conseguirlo, “The Fugue String Quarter”. Da la impresión de que una vez abierto en su seno la caja de los truenos de la vida, lo que observa, y que mantenían ocultos sus miembros bajo el manto de tanto virtuosismo musical, lo desbordase y lo dominara. Entonces trata de acallar todo ese tumulto, por la vía de urgencia, tapando la caja de nuevo con ese último concierto.

Tal decisión, ciertamente, desconcierta, pero no deja de ser instructiva en beneficio de esa tensión que siempre mantenemos entre el malestar de la vida y el intento de restañarlo con nuestra imaginación, en el trato que mantenemos con las obras creativas a las que nos acercamos.

jueves, 17 de abril de 2014

EL DOCENTE DEMEDIADO

Debo a mi amigo K la explicación que en su día, y con mucho con asombro por mi parte, me dio sobre el divorcio que existe en las aulas entre ciencia y poesía. No es la ciencia la que es incompatible con la poesía, me dijo, sino la didáctica, es decir, su tentativa dogmática, pragmática e instructiva. Él se lo había leído a Primo Levi en su libro, “La cosmogonía de Queneau”. Ayer me lo encontré – K es amigo mío desde la época universitaria - en una conferencia que organizaba la Asociación de Imitadores de Voces Poéticas. La sala que era de estilo neoclásico y en cuyas paredes colgaban un puñado de cuadros imitadores del expresionismo abstracto norteamericano, estaba llena de gente. K era uno de los ponentes. Me dijo que su intervención iba sobre la importancia de las voces poéticas en los diálogos educativos científicos. O algo así. De lo que no me habló fue de los honorarios que cobraba por dar esa conferencia en un lugar tan raro. Aunque sí insinuó, como disculpándose, que no lo hacía gratis.

Antes de que comenzara su intervención le pregunté como había acabado la temporada en la universidad. Me respondió, desesperanzado, que visto desde la necesidad y urgencia del momento actual, los propósitos de la línea pedagógica y la voluntad de quienes los tenían que llevar a cabo no habían podido sufrir peores desencuentros. Aunque pueda parecer mentira, me dijo, es la relación que existe entre los docentes la causa de la mayoría de los desatinos. Toda una preocupación. A la salida de la conferencia, mientras nos tomábamos unas cervezas, seguimos hablando sobre la cátedra desde el estrado, otro de los asuntos que apunta Levi en su libro. 

martes, 15 de abril de 2014

EL PASEANTE

Hace una semana, mientras hacía limpieza de papeles en casa, me encontré con un largo artículo de un tal Miguel Zambrano, fechado hace ahora 26 años. Entre otras cosas, yo subrayé entonces lo siguiente.

“Si me preguntaran cual es mi oficio respondería, sin dudarlo, que mis paseos. Soy paseante. Y una de las cosas que más me entusiasma de este trabajo, es ver como realizan los suyos los demás. Por un doble motivo. Primero, por una cuestión de amor propio: no tendré que hacer nunca lo que ellos hacen. Segundo, por simpatía: me alegro honestamente de que estén ocupados. Pero, aun así, no puedo desprenderme de un rastro de tristeza que me acompaña durante todas las horas de mi trabajo.

Los veo ocupados, sí, pero no los siento del todo contentos. Ellos dirán, de hecho ya me lo han dicho, que a mí me pasa lo mismo. Sienten que me debo aburrir hasta lo indecible. Invariablemente haciendo lo mismo. Las manos en los bolsillos y una forma de caminar sin destino, que me lleva de un lugar a otro, y de éste al siguiente. Fijándome tanto en lo que sucede en la calle, como en los lugares cubiertos de acceso público. Entro en los mercados y en los cementerios. Asisto a las recepciones y actos oficiales, y a los de índole privado. Con cualquier disculpa, visito despachos y oficinas. Como puede deducirse soy como un Don Juan, sin una Doña Inés a quien conquistar. Quiero decir, soy inasequible al desengaño. Pero a quienes observo no se ahorran hacerme saber - una vez cumplido el intercambio de protocolos sobre como, según ellos, todos estamos faltos de alegría - su íntima sospecha: alguien tiene que pagar el tipo de vida que llevo. Entonces me doy cuenta con perplejidad, que el equilibrio que había creado el cumplido de marras, lo desestabiliza abruptamente el resentimiento que, por su parte, sacan a escena. O sea, que yo puedo sentir simpatía porque están ocupados, pero ellos no pueden evitar mostrar rencor hacia la manera como yo gasto mis horas. Estemos contentos o no, su conducta me parece tan inapropiada como injusta.

Tal vez esa gente tenga una vida en sus horas de descanso. La mía es escribir lo que veo cuando trabajo”.

martes, 8 de abril de 2014

LOS TRES DÍAS DEL CÓNDOR, de Sydney Pollack

LA ÚNICA FORMA DE ACCEDER A LA VERDAD ES A TRAVÉS DE LA FICCIÓN



¿Por qué debemos ver, o volver a ver, esta película? Por nuestra condición de lectores de historias de ficción. Para comprobar lo peligroso que puede llegar ser esta afición u oficio. Por nuestra manía de ampararnos en la noche para dar pábulo a nuestra imaginación. Por todo ello, al igual que el protagonista principal de la peli, Joseph Turner, también lector de historias de ficción, estamos bajo la vigilancia y amenaza de los poderes ocultos del sistema.

Forma parte de la opinión general, que leer las historias que explican las novelas es una forma de distracción. Y, por tanto, inofensiva. Las palabras son neutras y no van mas allá de lo que dicen. Lo importante de la vida pasa fuera de las historias de ficción. Su forma de descifrarlo requiere otra metodología, que siempre lleva el apelativo de científica y que es llevada a cabo por especialistas muy cualificados. Todo está controlado. Eso es lo que los poderes ocultos quieren que nos creamos, pero ellos creen en otra cosa. Ellos creen, como yo, que la única manera de acceder a la verdad es a través de la ficción. O de otra manera, que la autentica verdad solo puede encontrarse encapsulada en una historia de ficción. Y a estos caballeros sin rostro no les valen las mandangas del relativismo, eso de que verdades hay muchas, tantas como individuos, o cosas por el estilo. Estos tipos van en serio, y quieren que la verdad no sea nada mas que una, la suya, y que los demás deambulemos por la vida al son que ella nos toque. Por eso temen tanto a quienes nos dedicamos con atención y dedicación a la lectura de historias de ficción. Por eso se quieren cargar al modesto funcionario de la CIA, Joseph Turner, cuyo único delito es su trabajo: leer, porque así se lo han ordenado, historias de ficción para ver si encuentra los mensajes cifrados de alguna operación, que pueda atentar contra los intereses de la Organización. De repente, Turner pasa de ser un funcionario de tercera fila inofensivo y totalmente desconocido, a convertirse en el enemigo público número uno del Estado, Servicios de Espionaje de la CIA mediante. 

¿Que ha ocurrido entre medias? Lo que Turner, como lector de historias ficción en un modesto departamento de la CIA, y los espectadores, iremos descubriendo juntos a través de la película. Que será para estos una historia de ficción, y, dentro de ésta, una pesadilla real para Turner fuera del despacho donde trabajaba leyendo historias de ficción, una vez que tiene que salir por piernas de allí para que no lo asesinen. Descubriremos lo que en la vida real parece inverosímil: que leer historias de ficción puede poner en jaque al Estado. Y, en consecuencia, en peligro de muerte la vida de sus lectores.

sábado, 5 de abril de 2014

TURISTAS, de Ben Wheatley

LO QUE OCURRE EN LA LITERATURA Y EN EL CINE, SÓLO OCURRE EN LA LITERATURA Y EN EL CINE. SÍ, PERO...


“Turistas”, la película dirigida por Ben Wheatley es excelente. De excelencia. ¿Por qué? Porque consigue que algo imposible de ver, pues se desarrolla en lo más hondo del infierno, el espectador lo acabe experimentando, a pesar de toda la extrañeza y desconcierto iniciales, en la superficie de lo mas cotidiano o habitual. Consigue lo que anuncia el título de este escrito: que lo que ocurre en la película, ocurre solo en la película. Sí, pero...Lo que quiero decir es que lo que ocurre cuando la vida toca fondo - que es la suma de lo que vemos y lo que no vemos, o no queremos ver, pero que no quiere decir que no exista - "es lo mismo" que lo que ocurre en la película. Justamente eso fue lo que hubo de excelente en la sala obscura del cine.

La anécdota argumental es de lo más simple. Casi sonroja tener que describirla, ya que no aporta nada de interés. Tina y Chris, 34 años ella y casi 40 él, lo dos solteros, han iniciado una relación sentimental recientemente. Chris decide invitar a su novia a pasar un semana de vacaciones en la región británica de Yorkshire, a bordo de su caravana. De Chris no se sabe nada, hasta ya mediada la película, en que se nos dice que ha sido despedido de su trabajo. De Tina conocemos desde el principio que vive con su madre, una mujer dominante que no la deja casi respirar. Ya digo, lo normal allí donde haya seres humanos. La hora y media de la peli se encarga de mostrarnos lo que oculta lo normal, durante esas “vacaciones románticas” de los nuevos novios. Todos sabemos, a partir de cierta edad, que lo normal no habita solo en el planeta, ni en nuestras vidas. Que forma pareja indisoluble con lo que no es normal. Lo sabemos, pero nos negamos a reconocerlo. Aquí reside el misterio. ¿Por qué nos negamos? Esta es la pregunta más importante. Yo diría que la única a la que nos tendríamos que enfrentar de verdad durante nuestra vida. Lo demás, ya sabéis, pan y circo en sus diferentes modalidades y pantallas.

Una respuesta provisional podría ser que la forma de la representación de lo que no es normal no acaba de satisfacernos del todo. Y no lo hace porque yo creo que pensamos, equivocadamente, que debe ser una continuación de lo que experimentamos como normal. Con su mismo relieve y colorido. Ya que he hablado de pareja indisoluble, creemos, en plan comedia rosa, que debe ser como su media naranja. No acabamos de asimilar que quienes estén tan indisolublemente unidos, sean por ello tan diferentes, tan opuestos, tan destructivos. Un tipo decente no puede ser nunca un asesino. Las personas mayores siempre han de ser bondadosas, y así. Sólo entendemos la felicidad como placer y éxtasis (con el viaje en la caravana, Chris convence a Tina de que es para buscar la felicidad de los dos, al final la consiguen a medias), no como la capacidad de verlo todo junto. La visión de lo que no debe estar separado: el fondo y la forma, lo superficial y lo profundo, el amor y el dolor, la dicha y el sufrimiento (distingamos el dolor del daño. El dolor pertenece a la vida, el daño es lo que hacemos con el dolor).

Independientemente de las determinaciones externas, yo creo que lo que falla es la decisión creativa de todo espíritu. Se llame o no se llame artista, es algo que no debería tener tanta relación con la fama, sino con mantener a buen recaudo el orgullo propio de saber ser y estar en el mundo. Por tanto, fidelidad absoluta a nuestros sentidos, y a los sentimientos que producen. Esos enigmas obscuros. Sólo podemos comprender aquello de lo que participamos con nuestros sentidos, y solo lo que comprendemos puede movernos a la compasión hacia los otros. Dejando de lado la urgencia por enchufarnos a la luz de las teorías, es decir, por colocarlo todo, y de paso colocarnos nosotros también, dentro de una mapa geográfico, social, histórico, económico, psicológico, etc. Si es americano es lógico que le pase eso, aunque si es alemán tiene sentido que le pase aquello. Pero si solo soy yo, ¿cual es la narración de mi vida? ¿quien se encargará algún día de escribirla, de ofrecérmela en bandeja no necesariamente de plata? La frase tantas veces repetida, y que nos consuela tanto como nos ciega, de que algo que yo he visto o leído es real, muy real, porque tuve el privilegio de haber estado allí, en el lugar de los hechos, debería ser sustituida de inmediato por: es real, únicamente real, porque lo he sentido así. Haya estado o no haya estado allí. ¿Lo que llamamos real en la ficción, tiene que ver con lo que ya ha pasado en nuestra vida, con lo que es perecedero? ¿O lo sentimos como real, porque habla de lo que sigue siendo así porque es permanente? Pensemos por un momento en la dimensión donde entra nuestra forma de contar y de que nos cuenten, al expresarnos de esta segunda manera.

“Turistas” es excelente por esto. Porque sin que el espectador sea británico, ni tener que hacerle gracia su humor, ni tener una caravana, ni haber puesto un pie en su vida en Londres (todo ello solo barniz argumental, al fin al cabo), lo que dicen y hacen, lo que Chris y Tina hacen con lo que dicen y con lo que hacen es, paradójicamente y a pesar de la feroz y criminal extravagancia de sus actos, lo mas normal del mundo. Como que el sol salga cada mañana por el este y se ponga cada tarde por el oeste.

Que nunca lo hayamos visto en directo - como si hemos visto repetídamente los movimientos solares -, o que pensemos que eso solo ocurre en las islas de su graciosa majestad -, cuando no se nos ocurre pensar que el sol se mueva de diferente manera fuera del continente europeo -  da una idea de cual es nuestra forma de mirar y hacia donde, y cómo. Siempre para otro lado, nunca hacia donde realmente se ve como son las cosas y las personas, allá donde tocan fondo. Lo cual nos advierte de la urgente necesidad de cambiar de gafas y de oculista. Y de compañías.

jueves, 3 de abril de 2014

BLUE VALENTINE, de Derek Cianfrance

ENAMORARSE ES DARLE A ALGUIEN QUE NO ES LO QUE NO SE TIENE



¿Por que seguimos esperando algo del amor? Porque, afortunadamente, ya no hay esos padres (las madres son para estos asuntos algo más perspicaces), digamos, a la altura de la misión que le impone la tradición de su paternidad. Padres que sean capaces de transmitir en herencia a su vástago un catecismo de razonamiento amoroso, mediante el que pueda seguir una pauta que le permita tratar de forma adecuada con ese sentimiento, por otra parte, tan raro. Ya lo dije el otro día: ¿no es raro y, hasta extravagante, darle a alguien que no es lo que no se tiene? Intentarlo por parte del progenitor significaría, con toda seguridad, hacer el ridículo.

Por eso no vemos de quien nos enamoramos, ni menos a nosotros mismos enamorándonos. Por eso no vemos la devastación con que esas dos miradas atolondradas nos amenaza, ni menos aun vemos los escombros de nosotros mismos que vamos dejando a cuenta de nuestra colosal ceguera. Esta alianza entre ceguera amorosa y el posible fracaso correspondiente es lo mas interesante, narrativamente hablando, del sentimiento del amor y de su derrota.

La historia de Blue Valentine es la de esa devastación sufrida por sus protagonistas, Dean y Cindy. Dejando para el final uno de los mejores planos que yo he visto en el que queda dibujado, sin aspavientos - ni por parte de los derrotados amantes, ni de la cámara que los mira - el primer momento después de la pérdida de toda esperanza de rehacer su relación. Ese en el que la devastacion sigue royendo como una rata lo que antes era su amor, como si lo uno fuera el alimento necesario de lo otro. Una devastación que, ya sin oposición alguna, se ensaña con aquellos cuerpos rotos y doloridos, incapaces de entender (pobres almas) como les ha podido pasar eso a ellos. Ese momento en el que comienza la trituración, y los cuerpos y, sobre todo, las almas comienzan a convertirse en escombros.

Una escena final a la que hay que unir, como no puede ser de otra manera en toda historia de amor, a la que Dean declara su amor a Cindy, tocando y cantando para ella, en plena noche y dentro del porche de una tienda de ropa, la canción cuyo título es también el de la película. La banda sonora de su amor, como dice la protagonista de una de las historias televisivas de “Hay una cosa que te quiero decir”.

Dos momentos sublimes que explican por si solos la resistencia que el  sentimiento del amor ofrece, de forma numantina, a los dictados de la genética y del entorno cultural. De ahí se deduce que el sentimiento del amor sea el mas recurrente y eficaz como material narrativo. Todas las historias se aguantan sobre el andamiaje de una historia de amor, explícita o sugerida, que bulle dentro. Siendo como es casi imposible de explicar, no puede ser engañoso, y hace verosímil a la historia principal. Se ponga como se ponga nuestra familia y nuestra ciudad uno se enamora como puede, pero de quien quiere. Otra cosa es con quien uno se case o con quien decida tener los hijos. Lo cual no quiere decir que ambas experiencias puedan ser muchas veces coincidentes.

Lo que hay entre medias de estas dos magníficas escenas ya no me parece tan acertado, al meter el director los moscones de la psicología social, que tan poco saben de estos asuntos. Me refiero al desigual tratamiento que tiene la biografía de Cindy repecto a Dean, a la hora de rememorar de donde viene cada uno antes de conocerse. La biografía de Cindy esta tratada de forma excesiva, a base de imágenes muy explícitas sobre una padre violento, un exnovio igualmente macarra y violento, una vida sexual muy promiscua y a la deriva, todo lo cual hace que el espectador no sepa a que atenerse sobre el por qué ha decidido relacionarse con Dean. No digo enamorarse porque visto lo visto, mejor dicho visto de la forma que lo vemos, al espectador le cuesta mucho discernir si Dean es para Cinty un amor verdadero, o es un fracaso más a sumar a su enconada insatisfacción. Sin embargo de la vida de Dean no sabemos casi nada, y lo poco que sabemos nos lo dice el mismo de palabra y de forma breve: mi madre nos dejó cuando yo tenia diez años. Por ejemplo. Lo que si vemos es que Dean solo quiere trabajar de cargador en una empresa de mudanzas y ser feliz con Cindy y su hija, cuyo padre es el exnovio macarra y violento.

Visto lo visto de la forma que lo vemos, digo, el director nos quiere contar el fin de una historia de amor circunscrita a sus dos amantes protagonistas. Algo así como cual es el camino mas corto para conseguir el fracaso mas glorioso. Algo que, al ser inevitable, es de las pocas experiencias humanas que nos incita a volver a fracasar mejor. Pero lo que nos acaba contando es la historia de Cindy atrapada en el ambiente psico-social antes mencionado, donde cualquier intento de amar siempre fracasa y todo lo que tenga que ver con el odio y el resentimiento siempre engorda. Donde Dean no es tanto su amante en condiciones de igualdad (todos arrastramos malos rollos y peores compañías en el momento de enamorarnos), como su víctima.

martes, 1 de abril de 2014

BARBARA, de Christian Petzold

UNA NOCHE DE CINE FRÍO: NOTAS A PIE DEL HIELO



Hay noches que uno queda para ir al cine, y resulta que es el cine el que ha quedado contigo, y con los otros. Entonces es cuestión de tener, al acabar la proyección, una mesa para sentarse a su alrededor, acompañados de unas buenas viandas y un buen vino. Lo demás ya lo dejo escrito Platón: dialoguemos.

Lo que más me interesa del cine alemán y, por extensión, del de la Europa del norte, es que sus películas, como la venganza, siempre te las sirven en pantalla fría. Congelada me atrevería a decir. Y esto para un espíritu mediterráneo, antes que un exotismo o una chundarata, debería ser un reto emocional e intelectual de primer orden. ¿Por qué? Porque viendo este tipo de películas el espectador se queda helado - aunque parezca algo increíble, tan fogosos como el tópico nos hace creer que somos - y sólo a él le corresponde descongelarse si quiere entender lo hay al otro lado de su propio hielo.

Tal es el caso de la película “Bárbara”, donde una doctora de la Alemania del Este, a quien se le niega el visado de salida para reunirse con su marido en Dinamarca, es además castigada a permanecer en un hospital rural bajo la estrecha y humillante vigilancia de las autoridades. Este es el argumento que me dejó congelado y que se nos colocó en medio de la mesa del restaurante, mientras pedíamos lo que queríamos cenar. De repente una de las espectadoras dio el primer golpe al témpano. Tal vez ella es la que mejor supo colocar, en esta ocasión, la aguja de hielo, valga la redundancia, en su corazón. Es la vida cotidiana - vino a decir -, las posibilidades que tiene lo de todos los dias de seguir existiendo en un mundo extremadamente hostil. No sé por qué estaba yo, en ese momento, recordando la peli “La vida de los otros” - con sus cantos y profecías sobre la libertad y todo eso, yo que guardo toda mi desconfianza y recelo hacia los profetas de toda laya y condición - cuando escuché sus palabras. Fueron las palabras del inicio de mi deshielo y  creo que el de los otros comensales. O sea, que en la condiciones mas adversas la vida sigue. Eso ya lo sabía. Lo hacen muchas plantas y animales. Pero lo que mas nos cuesta aceptar es que a la vida humana le ocurre lo mismo. Tenemos tendencia a identificar libertad con todo tipo de florecimientos y tiranía con el mas absoluto de los páramos. Y sin embargo, las voces continúan hablando en los páramos. Y no pocas veces con mas potencia y perspectiva que las que hablan en los jardines de la libertad. Las voces del páramo, sí, aquí se encuentra el latido fuerte de la película. Porque se puede ser libre y ser un tipo indigno. La dignidad, por tanto, es lo único que mantiene nuestra humanidad a salvo, aunque estemos entre rejas, o rodeados de muros. Aunque que vivamos en medio del páramo.

La libertad es lo que soñamos y la dignidad es lo que tenemos que hacer con la libertad cuando nos despertamos. Como dije en otro escrito, en las sociedades llamadas libres podemos hacer lo que queremos pero es muy difícil, ahí metidos, no querer todo lo que hacemos, pues tenemos tendencia a querer que se cumplan todos nuestros propios sueños, principio de toda indignidad. Sin embargo, en las sociedades tiránicas no podemos hacer lo que queremos, pero se hace mas necesario que nunca aprender a querer todo lo que se hace. Ser feliz es, igualmente metidos ahí dentro, lo que se hace con lo que se tiene entre las manos. “Bárbara” es la historia de una mujer que aprende a ser digna, es decir, a ser feliz así. Renuncia a la libertad futura a cambio de la dignidad que ha encontrado en su presente. Y lo de menos es el contexto histórico en el que se desarrolla la película, sencillamente porque el itinerario vital de Bárbara está sucediendo siempre. ¿Cuantas mujeres maltratadas, por tirar de ese ejemplo tan mediático, viven su propio gulag, o su propio auschwitz, en el corazón mismo de nuestras sociedades libres?

Hace ya mucho tiempo me di cuenta de que la gente no quiere ser libre, ni digna, la gente quiere ser rica. Todo ha ido a peor desde entonces. Fin de la historia sobre la emancipación humana, tal y como hasta ahora la hemos entendido. Seamos dignos, y dejemos de ser profetas. Y a ver que pasa. A ver si se nos ocurre como ser libres sin perder la dignidad. Ese es el mejor camino para obtener la justicia. Se me pasó esta homilía por la cabeza mientras me servían el segundo plato: filete de atún con soja y sésamo. Realmente exquisito. Antes ensalada de queso de cabra. El vino frío, como tenía que ser, Prado del Rey, verdejo blanco. Estuve a punto de levantar la copa para largar en voz alta la homilía, pero me contuve. No quedaría bien que fuera yo en esta cena el profeta.

En ese momento otra de las espectadoras apuntó como importante lo que le dice a Bárbara su marido, mientras preparan en un hotel su huida a Dinamarca: no tendrás que trabajar, yo gano suficiente dinero para vivir los dos. Al principio me sonó a tópico ideológico. Cuando escribo estas lineas pienso, sin embargo, que es una razón de peso en la decisión que toma Bárbara de quedarse en el lado malo del telón de acero. En el lado bueno su marido le ofrece, no la libertad, sino la dependencia. No es la mejor manera de empezar a vivir sin las cadenas.

Quien se sentaba a mi lado fue la única que se dio cuenta de la chispa que derritió el último hielo sobre la mesa: la adolescente que cuida Bárbara en el hospital, y por la que siente un especial cariño, ha perdido al hijo que llevaba dentro, debido a la violencia que sufre en el correccional donde esta internada. ¡¡Qué cabrones!!, grita desconsolada al verle la sangre entre las piernas. Entiende, entonces, que la libertad la necesita mas aquella muchacha que ella.  A Bárbara, al fin y al cabo, el jefe del hospital rural donde trabaja, también represaliado, lleva, desde que la vio aparecer el primer día, diciéndole sin que se espante que esta enamorado de ella. La protagonista renuncia a su libertad porque al hacerlo se da cuenta, y el espectador con ella, que ha ganado su dignidad. Momento, ya sin el hielo, de una emocionalidad, ni nórdica ni mediterránea, sencillamente humana. Demasiado humana. Universalmente humana.

El espectador que tenía enfrente, por su parte, intentó abrir una via de diálogo a partir de la escena en la que Bárbara se encuentra inadvertidamente en aquel hotel, con la amante de un compañero de su marido. Mujeres de la vida versus mujeres en su vida. O no lo explicó bien o no lo entendimos como él lo quiso explicar, el caso es que el diálogo entró en barrena. El postre, como no podia ser de otra manera, y para que todo aquello bajara, tal y como me aconsejó la camarera: sorbete de limón.