martes, 10 de junio de 2014

OH BOY, de Jan Ole Gerster


Quien me acompañaba se dio cuenta de inmediato de lo que movía la película. Tal fuerza se encontraba, paradójicamente, en la quietud extrema y exasperante del personaje Nikolas Fisher. A Niko, para entendernos, lo conoce el espectador con la vitola de lo que se conoce socialmente hoy como un Ni Ni. Ni estudia. Ni trabaja. Únicamente sus abusos insignificantes - principalmente dirigidos contra su padre, que le da cada mes mil euros para sus gastos -,  son su único horizonte. Y tomar un café. Nico - incluso después de que el padre le cierra el grifo de los mil euros, acusándolo de ser un vago y un jeta - solo quiere que alguien le sirva un café. Es en este momento cuando me di cuenta del significado de lo que había dicho mi acompañante. Esa manía cafetera ya no cae dentro del departamento social comunmente compartido (el de los Ni Ni), sino que es el santo y seña de toda esa quietud, ese no querer hacer nada, solo esa obsesión por querer tomar una taza de café, lo que pone a la claras toda la neurótica y estéril movilidad de los que rodean a Nico. Convertido así en Bartleby, de nuevo. Preferiría no hacerlo, la lapidaria e inquietante frase negacionista del personaje de Melville es capaz, con su pertinaz insistencia, de poner patas arriba todo el andamiaje de la sociedad donde vive. Nico estándose quieto niega la razón de ser toda la movilidad que lo rodea. Consigue, a su pesar, moverlo todo y que todos giren a su alrededor, dejando en evidencia, con su quietud negadora, el alcance de la manera de ser y de moverse afirmativa de los otros: patinando por la superficie con la mas absoluta indiferencia y sordera.

Nico forma parte de la cofradía de los personajes que reivindican el No. De quienes prefieren no hacerlo, ni esto ni lo otro. Prefieren no hacer nada. Todo lo más, tomar un café. Son tipos que con la fuerza de su silencio e inactividad ponen al descubierto la función decorativa de todas las palabras que, de forma incansable y a diario, pronuncian quienes nos rodean. La banalidad y estulticia de toda la movilidad permanente que acompaña a semejante verborrea. Para estar, al fin y al cabo, siempre en el mismo sitio, vendría a decirnos Nico con su quietud y su silencio.