Suelo
beber en bota. O de la bota. O con la bota. Es una costumbre que me viene de la
infancia. Como tantas otras. La aprendí de mi tío, no de mi padre que siempre
ha sido un abstemio empedernido. Beber de la bota tiene, según mi tío, una
liturgia artúrica. Bueno, esto lo digo yo ahora, traduciendo las palabras de
entonces de mi tío. Los boteros no somos guerreros y no sabemos utilizar la
espada, como es el caso de los caballeros que se sentaban en la mesa del
palacio de este rey ideal. No somos guerreros pero sabemos, y queremos estar
juntos, y la bota ha unido, y une, a los comensales alrededor de la mesa de ese
Camelot doméstico, de esa corte, que es la familia que acoge a cada ser humano
al venir al mundo, y que durante los primeros años nos hace príncipes o reyes
del universo.
El caso es que el otro día se me acabó el vino de la bota. Vino a granel, de 15 grados. Los entendidos dicen que es el que mejor le conviene a tan humilde y popular recipiente. Después de llenarme la bota, el dependiente me ofreció un crianza de 2009 a la mitad del precio habitual. Con mi normal desconfianza hacia los vendedores, esbocé una sonrisa mientras metía la bota en la bolsa.
- El vino está muy bueno, durante este mes lo he vendido casi todo - me dijo, más como una rutina protocolaria propia de su oficio, que con la intención de seducirme verdaderamente.
- Tiene razón. Muy bueno, créame, se lo aseguro yo que lo he probado.
Toda la seducción que le faltaba al dependiente me llegó, vía oído interno, de alguien que me hablaba, colocado sin darme cuenta, a mis espaldas. Varonil, cien por cien masculina, la voz me recordó a algunos vocalistas de jazz, que han hecho que me guste la música negra, junto a los solos de clarinete. Levemente rasgada pero sin llegar a romperse. Grave, pero siempre me algodona. Poderosa, pero irresistiblemente protectora. En fin, la voz que siempre he soñado tener. "¿Qué vino, o lo que sea, que haya circulado por esa garganta puede estar malo?", me pregunté, todavía sin darme la vuelta.
Al dueño de la voz lo había visto vagabundeando por la ciudad. Al verlo allí, metido en un recinto cerrado, me dio la impresión de que se encontraba mas averiado de como yo lo recordaba la última vez a la intemperie. La mano derecha la tenía vendaba y la venda tenía una gran mancha de sangre en el envés. Cojeaba, apoyándose en una vieja garrota medio astillada. Noté el fuerte olor a alcohol antes de girarme. Luego, cuando lo vi de frente, deduje que ese olor tenía que tapar el que se debía desprender de su notable falta de higiene. Le agradecí esa sensibilidad en la prioridad de las fragancias.
- Con carne, mejor con carne, aunque también puede ser con pescado, pero yo lo he bebido con carne. Muy bueno, se lo recomiendo de verdad. Le va a gustar.
Tenía mas que suficiente, quería comprar el vino. Así que con disimulo, le di otra vez la espalda y me puse a hurgar en la estantería donde había más botellas de otras marcas. Tenía que volver al principio. Tenía que volver a no verlo para definitivamente decidirme. Tenía únicamente que escuchar su voz.
- Con un par de copitas de este vino tendrá suficiente. Al menos a mí me ha bastado. Un par de copitas y un plato de estofado de carne con setas. Se quedará como nuevo.
- Quiere decir feliz - le dije con sorna, mirándolo de reojo.
- Bueno, dígalo así, si quiere.
Fijé mi vista en el dependiente y le dije que me pusiera dos botellas. Le pagué y salí de la tienda. Otra vez de espaldas volví a escucharle.
- Le gustará, seguro que le gustará.
Antes de abandonar el local todavía le oí decir al dependiente que el otro día le habían robado todo.