martes, 1 de abril de 2014

BARBARA, de Christian Petzold

UNA NOCHE DE CINE FRÍO: NOTAS A PIE DEL HIELO



Hay noches que uno queda para ir al cine, y resulta que es el cine el que ha quedado contigo, y con los otros. Entonces es cuestión de tener, al acabar la proyección, una mesa para sentarse a su alrededor, acompañados de unas buenas viandas y un buen vino. Lo demás ya lo dejo escrito Platón: dialoguemos.

Lo que más me interesa del cine alemán y, por extensión, del de la Europa del norte, es que sus películas, como la venganza, siempre te las sirven en pantalla fría. Congelada me atrevería a decir. Y esto para un espíritu mediterráneo, antes que un exotismo o una chundarata, debería ser un reto emocional e intelectual de primer orden. ¿Por qué? Porque viendo este tipo de películas el espectador se queda helado - aunque parezca algo increíble, tan fogosos como el tópico nos hace creer que somos - y sólo a él le corresponde descongelarse si quiere entender lo hay al otro lado de su propio hielo.

Tal es el caso de la película “Bárbara”, donde una doctora de la Alemania del Este, a quien se le niega el visado de salida para reunirse con su marido en Dinamarca, es además castigada a permanecer en un hospital rural bajo la estrecha y humillante vigilancia de las autoridades. Este es el argumento que me dejó congelado y que se nos colocó en medio de la mesa del restaurante, mientras pedíamos lo que queríamos cenar. De repente una de las espectadoras dio el primer golpe al témpano. Tal vez ella es la que mejor supo colocar, en esta ocasión, la aguja de hielo, valga la redundancia, en su corazón. Es la vida cotidiana - vino a decir -, las posibilidades que tiene lo de todos los dias de seguir existiendo en un mundo extremadamente hostil. No sé por qué estaba yo, en ese momento, recordando la peli “La vida de los otros” - con sus cantos y profecías sobre la libertad y todo eso, yo que guardo toda mi desconfianza y recelo hacia los profetas de toda laya y condición - cuando escuché sus palabras. Fueron las palabras del inicio de mi deshielo y  creo que el de los otros comensales. O sea, que en la condiciones mas adversas la vida sigue. Eso ya lo sabía. Lo hacen muchas plantas y animales. Pero lo que mas nos cuesta aceptar es que a la vida humana le ocurre lo mismo. Tenemos tendencia a identificar libertad con todo tipo de florecimientos y tiranía con el mas absoluto de los páramos. Y sin embargo, las voces continúan hablando en los páramos. Y no pocas veces con mas potencia y perspectiva que las que hablan en los jardines de la libertad. Las voces del páramo, sí, aquí se encuentra el latido fuerte de la película. Porque se puede ser libre y ser un tipo indigno. La dignidad, por tanto, es lo único que mantiene nuestra humanidad a salvo, aunque estemos entre rejas, o rodeados de muros. Aunque que vivamos en medio del páramo.

La libertad es lo que soñamos y la dignidad es lo que tenemos que hacer con la libertad cuando nos despertamos. Como dije en otro escrito, en las sociedades llamadas libres podemos hacer lo que queremos pero es muy difícil, ahí metidos, no querer todo lo que hacemos, pues tenemos tendencia a querer que se cumplan todos nuestros propios sueños, principio de toda indignidad. Sin embargo, en las sociedades tiránicas no podemos hacer lo que queremos, pero se hace mas necesario que nunca aprender a querer todo lo que se hace. Ser feliz es, igualmente metidos ahí dentro, lo que se hace con lo que se tiene entre las manos. “Bárbara” es la historia de una mujer que aprende a ser digna, es decir, a ser feliz así. Renuncia a la libertad futura a cambio de la dignidad que ha encontrado en su presente. Y lo de menos es el contexto histórico en el que se desarrolla la película, sencillamente porque el itinerario vital de Bárbara está sucediendo siempre. ¿Cuantas mujeres maltratadas, por tirar de ese ejemplo tan mediático, viven su propio gulag, o su propio auschwitz, en el corazón mismo de nuestras sociedades libres?

Hace ya mucho tiempo me di cuenta de que la gente no quiere ser libre, ni digna, la gente quiere ser rica. Todo ha ido a peor desde entonces. Fin de la historia sobre la emancipación humana, tal y como hasta ahora la hemos entendido. Seamos dignos, y dejemos de ser profetas. Y a ver que pasa. A ver si se nos ocurre como ser libres sin perder la dignidad. Ese es el mejor camino para obtener la justicia. Se me pasó esta homilía por la cabeza mientras me servían el segundo plato: filete de atún con soja y sésamo. Realmente exquisito. Antes ensalada de queso de cabra. El vino frío, como tenía que ser, Prado del Rey, verdejo blanco. Estuve a punto de levantar la copa para largar en voz alta la homilía, pero me contuve. No quedaría bien que fuera yo en esta cena el profeta.

En ese momento otra de las espectadoras apuntó como importante lo que le dice a Bárbara su marido, mientras preparan en un hotel su huida a Dinamarca: no tendrás que trabajar, yo gano suficiente dinero para vivir los dos. Al principio me sonó a tópico ideológico. Cuando escribo estas lineas pienso, sin embargo, que es una razón de peso en la decisión que toma Bárbara de quedarse en el lado malo del telón de acero. En el lado bueno su marido le ofrece, no la libertad, sino la dependencia. No es la mejor manera de empezar a vivir sin las cadenas.

Quien se sentaba a mi lado fue la única que se dio cuenta de la chispa que derritió el último hielo sobre la mesa: la adolescente que cuida Bárbara en el hospital, y por la que siente un especial cariño, ha perdido al hijo que llevaba dentro, debido a la violencia que sufre en el correccional donde esta internada. ¡¡Qué cabrones!!, grita desconsolada al verle la sangre entre las piernas. Entiende, entonces, que la libertad la necesita mas aquella muchacha que ella.  A Bárbara, al fin y al cabo, el jefe del hospital rural donde trabaja, también represaliado, lleva, desde que la vio aparecer el primer día, diciéndole sin que se espante que esta enamorado de ella. La protagonista renuncia a su libertad porque al hacerlo se da cuenta, y el espectador con ella, que ha ganado su dignidad. Momento, ya sin el hielo, de una emocionalidad, ni nórdica ni mediterránea, sencillamente humana. Demasiado humana. Universalmente humana.

El espectador que tenía enfrente, por su parte, intentó abrir una via de diálogo a partir de la escena en la que Bárbara se encuentra inadvertidamente en aquel hotel, con la amante de un compañero de su marido. Mujeres de la vida versus mujeres en su vida. O no lo explicó bien o no lo entendimos como él lo quiso explicar, el caso es que el diálogo entró en barrena. El postre, como no podia ser de otra manera, y para que todo aquello bajara, tal y como me aconsejó la camarera: sorbete de limón.