jueves, 3 de abril de 2014

BLUE VALENTINE, de Derek Cianfrance

ENAMORARSE ES DARLE A ALGUIEN QUE NO ES LO QUE NO SE TIENE



¿Por que seguimos esperando algo del amor? Porque, afortunadamente, ya no hay esos padres (las madres son para estos asuntos algo más perspicaces), digamos, a la altura de la misión que le impone la tradición de su paternidad. Padres que sean capaces de transmitir en herencia a su vástago un catecismo de razonamiento amoroso, mediante el que pueda seguir una pauta que le permita tratar de forma adecuada con ese sentimiento, por otra parte, tan raro. Ya lo dije el otro día: ¿no es raro y, hasta extravagante, darle a alguien que no es lo que no se tiene? Intentarlo por parte del progenitor significaría, con toda seguridad, hacer el ridículo.

Por eso no vemos de quien nos enamoramos, ni menos a nosotros mismos enamorándonos. Por eso no vemos la devastación con que esas dos miradas atolondradas nos amenaza, ni menos aun vemos los escombros de nosotros mismos que vamos dejando a cuenta de nuestra colosal ceguera. Esta alianza entre ceguera amorosa y el posible fracaso correspondiente es lo mas interesante, narrativamente hablando, del sentimiento del amor y de su derrota.

La historia de Blue Valentine es la de esa devastación sufrida por sus protagonistas, Dean y Cindy. Dejando para el final uno de los mejores planos que yo he visto en el que queda dibujado, sin aspavientos - ni por parte de los derrotados amantes, ni de la cámara que los mira - el primer momento después de la pérdida de toda esperanza de rehacer su relación. Ese en el que la devastacion sigue royendo como una rata lo que antes era su amor, como si lo uno fuera el alimento necesario de lo otro. Una devastación que, ya sin oposición alguna, se ensaña con aquellos cuerpos rotos y doloridos, incapaces de entender (pobres almas) como les ha podido pasar eso a ellos. Ese momento en el que comienza la trituración, y los cuerpos y, sobre todo, las almas comienzan a convertirse en escombros.

Una escena final a la que hay que unir, como no puede ser de otra manera en toda historia de amor, a la que Dean declara su amor a Cindy, tocando y cantando para ella, en plena noche y dentro del porche de una tienda de ropa, la canción cuyo título es también el de la película. La banda sonora de su amor, como dice la protagonista de una de las historias televisivas de “Hay una cosa que te quiero decir”.

Dos momentos sublimes que explican por si solos la resistencia que el  sentimiento del amor ofrece, de forma numantina, a los dictados de la genética y del entorno cultural. De ahí se deduce que el sentimiento del amor sea el mas recurrente y eficaz como material narrativo. Todas las historias se aguantan sobre el andamiaje de una historia de amor, explícita o sugerida, que bulle dentro. Siendo como es casi imposible de explicar, no puede ser engañoso, y hace verosímil a la historia principal. Se ponga como se ponga nuestra familia y nuestra ciudad uno se enamora como puede, pero de quien quiere. Otra cosa es con quien uno se case o con quien decida tener los hijos. Lo cual no quiere decir que ambas experiencias puedan ser muchas veces coincidentes.

Lo que hay entre medias de estas dos magníficas escenas ya no me parece tan acertado, al meter el director los moscones de la psicología social, que tan poco saben de estos asuntos. Me refiero al desigual tratamiento que tiene la biografía de Cindy repecto a Dean, a la hora de rememorar de donde viene cada uno antes de conocerse. La biografía de Cindy esta tratada de forma excesiva, a base de imágenes muy explícitas sobre una padre violento, un exnovio igualmente macarra y violento, una vida sexual muy promiscua y a la deriva, todo lo cual hace que el espectador no sepa a que atenerse sobre el por qué ha decidido relacionarse con Dean. No digo enamorarse porque visto lo visto, mejor dicho visto de la forma que lo vemos, al espectador le cuesta mucho discernir si Dean es para Cinty un amor verdadero, o es un fracaso más a sumar a su enconada insatisfacción. Sin embargo de la vida de Dean no sabemos casi nada, y lo poco que sabemos nos lo dice el mismo de palabra y de forma breve: mi madre nos dejó cuando yo tenia diez años. Por ejemplo. Lo que si vemos es que Dean solo quiere trabajar de cargador en una empresa de mudanzas y ser feliz con Cindy y su hija, cuyo padre es el exnovio macarra y violento.

Visto lo visto de la forma que lo vemos, digo, el director nos quiere contar el fin de una historia de amor circunscrita a sus dos amantes protagonistas. Algo así como cual es el camino mas corto para conseguir el fracaso mas glorioso. Algo que, al ser inevitable, es de las pocas experiencias humanas que nos incita a volver a fracasar mejor. Pero lo que nos acaba contando es la historia de Cindy atrapada en el ambiente psico-social antes mencionado, donde cualquier intento de amar siempre fracasa y todo lo que tenga que ver con el odio y el resentimiento siempre engorda. Donde Dean no es tanto su amante en condiciones de igualdad (todos arrastramos malos rollos y peores compañías en el momento de enamorarnos), como su víctima.