O de como la vida sin previo aviso, como siempre actúa, le lanza un órdago al arte. Y lo pierde. No porque el arte, en este caso la música, sea mas grande que la vida, sino porque tiene de su parte toda la fuerza que proporciona alcanzar el sentido del sentir. Entonces la vida, resignada ante tan descomunal poderío, acepta la derrota y se sienta a escuchar el último concierto. Este es el cuento: la música o la vida.
Dicho así parece fácil, pero, y este es creo yo el punto débil de la película, es bastante más complicado que su apariencia. Su director muestra acertadamente el conflicto, pero pienso que lo resuelve de forma precipitada. Zilberman parte de la tesis de que el arte siempre le gana la partida a la vida, y con la película pretende demostrarlo. Cayendo de esta manera en la trampa de todo principiante (es su primera película): se ha dejado llevar por la tentación de creerse mas fuerte y grande que la vida. Cualquier persona sensata sabe que esto no es así. No se puede pretender dominar a las fuerzas desatadas de la vida como si de un tigre enjaulado se tratara, haciendo de ello la tesis de partida, y pretender luego demostrar con ello lo buen domador que se es. Las fuerzas ocultas de la vida lo son porque no admiten la jaula, y cuando se desatan se pueden llevan por delante todo lo que encuentran a su paso, incluso al cuarteto de cuerda mas virtuoso que a uno le quepa imaginar. Talmente el que forman en la película “The Fugue String Quartet”. Este me parece un mejor punto de vista de partida. Sin aspirar a demostrar nada, únicamente mostrar como se desarrolla ese turbulento proceso. El peligro que arrastra y toda la incertidumbre y desasosiego que genera.
El caso es que “The Fugue String Quarter” está a punto de cumplir su veinticinco aniversario al lado, con la uña a su carne, de la música. Para celebrarlo sus miembros quieren tocar el Cuarteto op. 131 de Beethoven, según dicen los entendidos la obra cumbre para cuarteto de toda la historia de la música. Pero justo en esos momentos al violonchelista le detectan los primeros síntomas de la enfermedad de Parkinson. Primer aviso de la vida. La impecable carrera musical del cuarteto recibe un golpe tan duro como imprevisto. Se tambalea. Lo que aprovecha, lo que de humano oculta el segundo violín del cuarteto, para dar el segundo aviso: quiere ser primer violín y le dice a su mujer, que toca la viola, que le de pruebas irrefutables de que lo quiere más que a la música. Así las cosas, mientras la vida va ganando terreno a toda velocidad haciendo recular al mismo ritmo a la música, la hija del segundo violín y su mujer, y alumna del primer violín del cuarteto, se enamora perdidamente de su maestro. Y éste le corresponde. Tercer y último aviso. La vida se ha hecho con los mandos. Sólo la fuerza y poderío del Cuarteto op. 131 de Beethoven puede remediar lo que parece abocado a la desaparición irremediable. Y lo consigue mediante la habilidad taumatúrgica y la generosidad del violonchelista, de las que hace gala sobre el escenario en el último concierto.
Como espectador me emociona que la música se acabe imponiendo, al final de la película, a la vida. Pero me desconcierta la manera como lo hace para llegar a ese final. Es como si Zilberman tuviese prisa por hacerlo, como si desconfiara de la virtud y el talento de quienes tienen la misión de conseguirlo, “The Fugue String Quarter”. Da la impresión de que una vez abierto en su seno la caja de los truenos de la vida, lo que observa, y que mantenían ocultos sus miembros bajo el manto de tanto virtuosismo musical, lo desbordase y lo dominara. Entonces trata de acallar todo ese tumulto, por la vía de urgencia, tapando la caja de nuevo con ese último concierto.
Tal decisión, ciertamente, desconcierta, pero no deja de ser instructiva en beneficio de esa tensión que siempre mantenemos entre el malestar de la vida y el intento de restañarlo con nuestra imaginación, en el trato que mantenemos con las obras creativas a las que nos acercamos.