Debo a mi amigo K la explicación que en su día, y con mucho con asombro por mi parte, me dio sobre el divorcio que existe en las aulas entre ciencia y poesía. No es la ciencia la que es incompatible con la poesía, me dijo, sino la didáctica, es decir, su tentativa dogmática, pragmática e instructiva. Él se lo había leído a Primo Levi en su libro, “La cosmogonía de Queneau”. Ayer me lo encontré – K es amigo mío desde la época universitaria - en una conferencia que organizaba la Asociación de Imitadores de Voces Poéticas. La sala que era de estilo neoclásico y en cuyas paredes colgaban un puñado de cuadros imitadores del expresionismo abstracto norteamericano, estaba llena de gente. K era uno de los ponentes. Me dijo que su intervención iba sobre la importancia de las voces poéticas en los diálogos educativos científicos. O algo así. De lo que no me habló fue de los honorarios que cobraba por dar esa conferencia en un lugar tan raro. Aunque sí insinuó, como disculpándose, que no lo hacía gratis.