¿Queremos un mundo mejor o un mundo distinto? Cual es la mejora que somos capaces de aceptar equivale a decir cuanta injusticia somos capaces de soportar. Un mundo distinto es un mundo sin injusticia. Al lado de esto le dejo muestra de lo que respondió un joven estudiante a la pregunta que le hicieron, en sede universitaria, sobre cual era el suceso que mas había marcado su vida de manera rotunda e irreversible, dijo: la instalación de la tarifa plana de Internet.
Demasiado para los miembros del Antiguo Régimen, que en su totalidad ocupan el espectro de lo elegible y de lo previsible. La indignación publicada y televisada, ¿es por un mundo sin injusticia? o ¿lo es por un mundo con menos injusticia? Los miembros del Antiguo Régimen, los únicos visibles con voz y tribuna en la actualidad, no dudan en la respuesta a la primera pregunta. Pero, ¿hay alguien que pueda responder a la segunda? La respuesta a la primera es fácilmente imaginable, lo difícil es, claro esta, comunicar lo imaginado, diseñar la topografía habitable de ese mundo sin injusticia, sin caer en el tópico de pensar en el Cielo. Ya sabe, aquello de si tu me dices ven lo dejo todo. En el caso de la segunda pregunta la duda no es únicamente si hay alguien que pueda responderla, cuando los del Antiguo Régimen y sus abstracciones llenas de impiedad se hayan hecho definitivamente humo, sino saber, también, si puede contabilizar la justicia que seremos capaces de aguantar sin que nos coma por dentro la vanidad y el odio, los padres putativos de todas las injusticias.
El juego de espejos y de espejismos que ha introducido la tarifa plana de Internet marca el inicio del siglo XXI, al distorsionar la solidez y estabilidad de todos los sentimientos que nos embargan. Nadie se creía hace un siglo que la guerra fuera posible. El estado de animo dominante era de absoluto optimismo ante las posibilidades que ofrecían los avances técnicos y sociales. El precepto kantiano se había cumplido, la paz era perpetua. Pero no pensar en al guerra la trajo de forma nunca antes vista. Así eran los últimos hombres del siglo XIX, llegados hasta la primera década del XX. Igualmente, ¿es plausible pensar que no querer saber nada de la injusticia, eso es lo que significa querer eliminarla de raíz, por parte de los últimos hombres indignados del siglo XX, llegados con tozudez inconcebible hasta la primera década del XXI, nos hará conocer formas de injusticia antes jamás imaginadas?
Sin embargo, atravesando el tiempo y el espacio prevalece, como una amenaza bíblica, el hecho de que si se priva a un pueblo del sentido natural de la justicia, que no es otra cosa que dar a cada uno lo suyo, podrá hacerse de él una manada de alimañas o un rebaño de borregos. De otra manera, Stephen Hawking lo corrobora: no hay cielo es un cuento de hadas.
La tarifa plana de Internet es un acto de justicia, es el mayor acto de justicia que se ha producido bajo el ámbito de influencia del siglo XXI. No dejemos que no lo roben la gente del XX, que todavía persevera con sus añejas alucinaciones.