miércoles, 11 de mayo de 2011
EL ARTE FLORAL ES UN ARTE ANTIGUO
Nos ha jodido mayo con las flores. Es una frase hecha de esas que, a veces, digo en ambiente coloquial para ir no contra su inevitable y deseada vuelta primaveral (alergias aparte), sino contra la tosca obviedad de lo que acabo de oir al que tengo delante, que no tenia porque haberlo vuelto a repetir.
Y es que en todo sitio y lugar mayo convoca a las flores, y de paso también al tumulto, y a sus pesadas y ciegas obviedades. Y no se yo si eso le sienta bien a las primeras, dada la aparente indiferencia con que se prodigan a su alrededor siempre las segundas. Igualmente que no sé quien ha escrito, y donde, que este tipo de manifestaciones artísticas efímeras deben ser vistas por una masa humana exponencialmente creciente sudorosa y vocinclera. No lo sé, pero es así. Lo que le quiero decir es que la fe que ha puesto en su obra el artista efímero tiene pocas posibilidades de encontrar su correspodencia y diálogo con el espectador apresurado que entre colas, codazos y empujones trata de mirar lo que, ciertamente, piensa que pueda desaparecer mañana. Por eso, cuando llega la primavera reclamo aquello tan democrático de una flor una mirada. Sí, pero íntima y en silencio. Como el voto.
Nada como esta convocatoria floral de mayo representa mejor lo irremediable de nuestra contemporaneidad, donde todo es tan efímero como inusitadamente ruidoso y rápido, una combinación letal para la supervivencia de la especie. Con estas dos amenazas me acerqué a las calles retorcidas y empinadas de la Girona medieval, para comprobar hasta donde podía llegar y que acababa por imponerse. Tenía a mi favor que la orografía del terreno obliga al espectador a un continuo cambio de perspectiva, el mejor antídoto contra las obviedades y urgencias del respetable convertido en masa allá donde lo convoquen. No se a cuento de qué, efectivamente, hemos construido un mundo tan efímero como rápido en sus manifestaciones, cuando nosotros nos empeñamos en durar más que nunca y seguimos siendo lentos, muy lentos, en nuestra capacidad perceptiva y en sus posibles modificaciones. Unicamente la institucionalización de los tópicos y obvieddades como una forma penetrante de la inteligencia anima a la mayoría a no quedarse en casa.
Como siempre que las peores previsones no caen sobre las calamidades de importancia, nada fue tan malo como se había colado en mi imaginación. Fue así como las satisfacciones pequeñas adquirieron relieve.
Junto al tiesto convencional, mas adornado si cabe para la ocasión, los rincones de la ciudad aportan su abultada penumbra para que el artista le meta un trazo de luz o un lienzo de color con una composición floral natural o inventada. Tanto da. A la ficción nunca le sienta mal la compañía de un trozo de documental si el autor sabe darle la importancia que se merece al montaje. Así, por unos días, la ciudad deja de ser el conjunto de lineas paralelas cuya ultima finalidad es llegar a ninguna parte y se convierte es la suma de sus rincones y patios de siempre. Porque el infinito es un invento para niños pero un jardin, aunque sea de forma efímera, llega a ser un rincón o un patio aislado donde poder reconocerse como adulto. Le dejo, para acabar, una breve mención de dos de los mayores aciertos del encuentro floral gerundense. Uno en la parte baja de la ciudad: en la riera Galligans convertida en longitudinal lavadora y secadora de unas piezas de ropa antigua, que comparten sol y agua, y, sobre todo, viento con un breve trigal cercano que deja ver como sus raices se mecen con igual compás. Otro en la parte más alta, y para mi la joya de la muestra: en la Torre Gironella, el homenaje que el autor le dedica a la reina Ermessinda de Carcassonne. A lo grande, a lo Orson Welles, flores y espejos, espejos y flores. Todo va a petálos y azogue descubiertos, mirándose como queriendo decirse algo. El propósito comunicativo de sus presencias mas la del espectador reflejada de forma dubitativa, lo primero que me otorga es humildad frente a la escena. Más tarde, cuanto me he acostumbrado a la penumbra y al intercambio de reflejos, la honestidad intelectual hace que me sienta inmerso en una grandeza no transcendente. La buena. Aquellas vetustas piedras acogen la unión del tiempo milenario que nos separa de la real protagonista, cuya tumba he visitado minutos antes allí cerca.
El arte floral es un arte antiguo. Y los artistas antiguos no parecen equivocarse nunca, tanta es la fe que ponen en lo que hacen. En fin, que el paseo me resultó placentero.