domingo, 15 de mayo de 2011

INDIGENCIA

Cuando le vi entrar en el vagón sentí un estremecimiento de impiedad, pero rápidamente me tranquilicé al comprobar que me apeaba en la próxima estación. El tipo recien llegado era uno de esos que va predicando sus miserias a cambio de unas monedas. Algunos incluso cantan o tocan un instrumento para hacerse valer algo más. Era de tez morena y no iba excesivamente mal vestido. Olía mal. Cuando empezó a convencernos de la importancia que para él tenía nuestra generosidad, el último vagón del tren se introdujo en el túnel. El traqueteo de los vagones impedía escuchar la nitidez de su mensaje, lo que aumentaba mi mal humor. De repente el convoy se detuvo y el pedigüeño se acerco un poco mas. Una mujer le puso una moneda en la mano y le brindo una sonrisa sin sustancia. El que estaba a su lado aparto su vista del periódico y le dijo amablemente que no. El siguiente le clavo una mirada de desprecio sin mover un músculo. Se acercaba hacia mi y el tren permanecía inmóvil. Así era imposible no entenderle. Antes de que pudiera hablarme, me levante y empece a increpar a voz en grito a la Compañia Metropolitana por su mal servicio. Me dirigí hacia un extremo del vagón, mire por la puerta y comprobé que a continuación no había nada. Fui hacia el otro y lo mismo. Nos habían abandonado en medio del túnel. Cuando la gente se dio cuenta de mi descubrimiento empezó a dar muestras de ahogo. El indigente, ajeno a todo ese embrollo, continuo de un lado para otro con su monserga. Las miradas que le ofrecieron a cambio no estaban faltas de violencia. El, en cambio, se sonrió, ya que el azar o lo que fuera parecía al fin emparejar nuestros destinos. Intente abrir una de las puertas del vagón y fue inútil. Las ventanas estaban igualmente cerrados a cal y canto. La voz insistente del mendigo parecía arrinconar el oxigeno aumentando la sensación de asfixia. No puede aguantar mas y me abalance sobre el. Lo mismo hicieron quienes aun se aguantaban en pie.

Poco despues la muerte de aquel miserable nos había acercado a la nuestra. Rodeamos su cadáver con nuestros cuerpos exhaustos. Cerca del suyo había una cuantas monedas esparramadas por el suelo, al lado de un libro de familia cuya foto dejo ver a las claras que era numerosa.