“Nosferatu, el vampiro de la noche”, la película dirigía por Werner Herzog, ¿es una forma reconocible de la vida del siglo XXI en tanto que avanza hacia ella con el propósito que le ha dado el director alemán? Dicho de otra manera, ¿la figura del vampiro decimonónico es válida todavía para conocer mejor nuestra sensibilidad actual? ¿Somos capaces de alojar aquel en ésta? Si es que no, o tales preguntas no nos preocupan, ¿qué tipo de experiencia tenemos, entonces, al ver la película de Herzog?
Pienso que a Herzog, como él mismo reconoce, no le interesan todas esas preguntas. Su intención, al filmar esta película, es hacer un remake de la que hizo Murnau en los años 20 del siglo pasado, haciendo, de paso, un homenaje al la que él cree es la mejor adaptación de la novela de Bram Stoker que se ha hecho nunca en toda la historia del cine. Es, por decirlo así, un asunto entre colegas, donde el Drácula de Stoker es un pretexto literario con prestigio en el que Herzog se apoya para hacer su película homenaje.
La novela de Bram Stoker trata del tiempo exterior pero también, de una manera acentuada a través de la comunicación epistolar de los protagonistas, del tiempo interior. Llamo tiempo exterior, por decirlo de una manera esquemática, al propio de la realidad circundante e interior al de la intimidad del yo. Es evidente, después de ver la película Nosferatu, que a Herzog solo le interesa filmar el tiempo exterior de la novela, haciéndolo además de una forma literal. Es decir, un vampiro siempre tiene que tener dientes afilados dispuestos a clavarse en la yugular del primero que se le cruce en su camino. El cine en general, y el de Herzog en esta película, no pueden expresar la interioridad del ser humano, vampiro incluido, desde el interior, desde los movimientos internos de la mente y de la conciencia, cosa que sí construye Stoker en su novela, sobre todo, como ya he dicho, a través de la comunicación epistolar de los protagonistas.
¿Qué es entonces “Nosferatu, vampiro de la noche”? Un juego estético a servicio exclusivo de la estética, es decir, del tiempo exterior de la época con resultados de varios planos bellos pero exclusivamente decorativos. Por ejemplo, a mi entender, la transformación del rostro de Klaus Kinsky, un genuino vampiro de la segunda mitad del siglo XX y lo que llevamos del siglo XXI, en un rostro de vampiro propio de la imaginación del siglo XIX, que me impide entrar en el alma del ser atormentado, que oculta su cabeza repugnante y blanquecina.