lunes, 13 de junio de 2022

EL ACEITE DE LA VIDA

 Escribe una colega de tertulia sobre la película “El aceite de la vida”, de George Miller:

“Esta peli podría verse como una historia de denuncia contra la falta de voluntad y presupuesto para la investigación de enfermedades que afectan a un % muy reducido de personas. 

Sin embargo, para mí eso es colateral, porque lo que realmente me sorprende es que los padres se nieguen tan contundentemente a aceptar la enfermedad y muerte de su hijo. ¿Le imponen al niño, que sufre terriblemente, su criterio sin tenerlo en cuenta? ¿Qué desea el niño? ¿Vivir? ¿Morir?

Todos actúan con una “normalidad” falsa… ¿es beneficiosa esa actitud?


La ciencia nos ha hecho soberbios, creemos que tenemos el derecho a vivir porque todo debe poder solucionarse, por supuesto que la enfermedad y la muerte. ¿Os parece relevante la actitud de los que llevan la asociación de afectados? A mí me parece otra forma de afrontar la tragedia y de sentir que uno está haciendo algo. 


Por último, a mí me afecta mucho una situación de este tipo cuando se trata de un niño. Pienso que, si Dios existe, ¿por qué lo permite? El mal, la imperfección, los desajustes causados por el hombre o por lo que sea que no alcanzamos a comprender me deja perpleja, vulnerable.”

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Quiero darle las gracias a M. por poner la exigencia de la tertulia de mañana domingo a la altura, o en el horizonte (dependiendo del estado de nuestra sensibilidad igualitaria), que marcan las palabras que nos ha anticipado con su escrito. Esas breves palabras lo sugieren todo, poniendo a los espectadores ante los grandes grandes dilemas de la existencia humana: la vida, la enfermedad, la muerte, la consternación social e individual, la esperanza, el desamparo, el sufrimiento propio y ajeno, y al fondo, la hornacina vacía donde la ausencia de Dios se hace más patente. Y también, como no, esas palabra nos ponen ante la forma visual   que George Miller, el director de la peli, elige para dar sentido a todos esos dilemas.


No es lo mismo que los médicos te digan, a secas, que tu hijo de tres años se va a morir, que te digan que tu hijo de tres años se va a morir porque su cerebro está envuelto co una capa de grasas fruto de una enfermedad degenerativa para la que de momento no hay cura. En una ámbito más picaresco de la vida, no es lo mismo decir a tu jefe que no vas a trabajar esa mañana porque te duele la cabeza, que no vas a trabajar esa mañana porque dos manos sarmentosas se aferran a tu cráneo y el mundo entero parece estar quebrándose allí dentro. Y en un ámbito más sentimental, no es lo mismo decir a alguien “te quiero” a los quince años, que decírselo a los cincuenta y cinco. 


La libertad de expresión, y de escucha, son dos derechos constitucionales que llevan aparejados los siguientes deberes éticos, sin el cumplimiento de los cuales aquellas libertades son un cascarón vacío. Por seguir con los ámbitos anteriores de expresión y escucha:

*quién dice las palabras,  

*quién las escucha 

*para qué se dicen y para qué se escuchan.

*en el ámbito de la peli, ¿la cámara está, por decirlo así, al loro de lo que se dice y de lo que se escucha?

El lenguaje humano no es una entidad autónoma ni aislada. No puede estudiarse ni pensarse como un animal (para entendernos, como el mujido de una vaca o el ladrido de un perro, o el pio pio de un pájaro, etc.) cuya vida depende únicamente de las vicisitudes de su organismo (o de las vicisitudes de la imaginación de su naturaleza). El lenguaje humano depende para su existencia de quienes lo animan y de las circunstancias en que esos se pronuncian. Y esas palabras (también vale para los colores y los sonidos) que proceden del tiempo interior o íntimo que sujetan al individuo que las pronuncia, en el caso de la peli que nos ocupa, la cámara debe saber traducirlas al tiempo de la exterioridad donde acontecen. Es decir, donde se dicen y se escuchan.