jueves, 12 de julio de 2018

UNO, DOS Y TRES

“Así, Odiseo es conducido por inspiraciones siempre renovadas de Atenea. Así mantiene la epopeya una duplicidad peculiar. Toda acción debe ser considerada, al mismo tiempo, desde el punto de vista humano y desde el punto de vista divino. La escena de este drama se realiza en dos planos. Perseguimos constantemente el curso sub especie de las acciones y los proyectos humanos y el de los más altos poderes que rigen el mundo. Así aparece con claridad la limitación, la miopía y la dependencia de las acciones humanas en relación con decretos sobrehumanos e insondables. Los actores no pueden ver esta conexión tal como aparece a los ojos del poeta (...). Basta pensar en la epopeya cristiana medieval, escrita en lengua romance o germánica, en la cual no interviene fuerza alguna divina y todos los sucesos se desarrollan desde el punto de vista del acaecer subjetivo y de la actividad puramente humana.” ( Werner Jaeger, en Paideia)

Esta es nuestra verdadera herencia vital y narrativa. Hasta hoy que:

DOS
“En los últimos años han cambiado las tornas, y la realidad se pone al servicio de la virtualidad. No importa tanto vivir el momento como su repercusión en redes, y la alegría de recibir corazones, emojis y me gusta. ¿Quién no ansia ser querido, reafirmado por una panda de palmeros invisibles que jalean tus pasos, aunque se trate de un agasajo de cartón piedra? La adulación es un sucedáneo del Prozac, a pesar de sus efectos se­cundarios. Para muchos internautas, la conexión con el mundo a través de Facebook o Snapchat resulta uno de los momentos más placenteros del día. Familias que se comunican entre continentes, amigos que se siguen con delicia y envidia, jóvenes que se inspiran y se provocan. Luego están los exhibicionistas, las celebrities de la red que se convierten en personajes. El filósofo británico Julian Baggini, autor de La trampa del ego (Paidós), afirma que la identidad no se basa en la concepción de un yo inmutable, “sino en una idea coherente de la narrativa que cada uno de nosotros crea para sí mismo y los valores que la sustentan”. Los flujos de imágenes edulcoradas que desfilan por el escaparate de monerías que es Instagram evidencian –además de una gran cantidad de gente ociosa– que posar en la red no es sólo un entretenimiento sino un veleidoso modelo de vida.” (Joana Bonet, en El Boomerang)

TRES
¿Qué pintan esas películas u obras de arte (que ya no se hacen como las de antes) pero que se exhiben en las salas de cine o se presentan a los festivales o se muestran en los museos, espacios todos ellos de los de antes: salas de cine, festivales y museos, imaginados para una concepción de la representación de la vida a la vieja usanza cristiana medieval atravesada toda ella por la imaginería helenística? ¿No son productos (los que no se hacen como los de antes) concebidos con la mentalidad y la mirada instagramica del presente, cuyo espacio natural es uno y nada más que uno: las redes sociales? ¿Por qué sus autores se ufanan, desde el lado visible de sus existencias, de estar convencidos de que la vida no necesita representación para entenderla o aprehenderla, pero, desde el lado oculto, no pueden prescindir (aunque sea en forma de simulacro o apaño) de la vieja representación griega y cristiana medieval, y de sus espacios de exhibición, cuando pretenden llevar a cabo sus ensoñaciones creativas? ¡!Desclasados!!, los llamaría indignado Marx, pues aman tanto la vida burguesa realmente existente, como odian sus efectos depauperadores sobre el proletariado que solo ellos ven. Lo quieren cambiar todo sin privarse de nada, y menos de los focos mediáticos y de la alfombra roja. Al final, aquella pequeña burguesía y aquel lumen proletariado, a los que Marx despreciaba por no ser portadores de misión histórica alguna, han acabado formado parte de una amalgama o pastiche, según como se mire, que los sociólogos han denominado sin ponerle mucha imaginación al empeño, la clase media global. La mayoría de cuyos miembros no saben expresar (al menos en España) lo que sienten con lo que hacen o dicen, haciendo de sus garabatos públicos el alfabeto idóneo de sus mentes, al fin al cabo, ignorantes por darse más al dato y al signo (como cualquier gran mamífero), que al acto genuinamente humano de pensar significativamente. Desplegando mediante el alfabeto de esa animalidad humana, en una pizarra infinita como es internet y sus diferentes plataformas, los caprichos y veleidades de unos súper egos cansados y aburridos de ser de vidrio. Es evidente, que estos nuevos creadores que echan de comer a la clase media global no son revolucionarios, pues no pueden cambiar nada debido a su procedencia (en esto Marx sigue teniendo razón), más bien han mutado, por exigencias del guión digital, en terroristas simbólicos (a imitación de Duchamp y su fuente, el verdadero padre fundador de su estilo y su profundidad de campo, parafraseando a José Luis Pardo).