“Son las siete de la mañana, es noche cerrada y conduzco con prisa. Ha habido un accidente en la incorporación a la autopista. Todos los conductores nos ponemos nerviosos, avanzamos lentamente porque solo hay un carril disponible. En estas circunstancias un coche se me cruza y se pone delante de mí de malas maneras, sin activar el intermitente y sin tener espacio. Inmediatamente juro contra él y contra toda su estirpe. Me domina esa absurda agresividad tan propia de los conductores. Me veo a mí mismo desde fuera del coche: estoy solo, encolerizado, grito improperios contra alguien que no conozco ni conoceré jamás, gesticulo encolerizado, la cara cubierta de rabia. Por un instante soy consciente de que mi comportamiento no tiene sentido, pero la rabia me vence.”