Aunque estaba más tranquilo que cuando lo vi hace tres meses, Fermín Pastrana había decidido pedir una excelencia en el instituto y de esta manera vivir el siguiente curso como un año sabático. No tenia del todo claro que la actitud de sus alumnos fuera a llevarlos a donde ellos pretendían ir. De otra manera, no sabía si lo que les había inculcado les servía para hacerse un carácter, o simplemente demostraba que sus dotes de persuasión servían únicamente para que aprobaran el curso con buena nota. Hasta ahora se consideraba un buen profesor de filosofía analítica o empírica. Me reconoció, sin embargo, que en los cursos de escritura creativa donde nos conocimos tuvo, por decirlo así, una crisis de fe en los fundamentos visibles de aquella. Pero lo solventó como suelen hacerlo los espíritus analíticos, mirando para otro lado cuando las preguntas que le interpelaban en los textos del curso no se ajustaban a la cajita donde guardaba sus ecuaciones demostrativas. No obstante, los enfados que se cogió, que fueron varios y sonados, en las discusiones que suscitaron los problemas narrativos del curso de creación literaria no se le olvidaron nunca, pasando a formar parte de su memoria. Reconoce también que siempre le han venido a la cabeza cada vez que las cuentas, ya fueran profesionales, familiares o sociales no le salían. Debido a ello, tal vez, que a partir de entonces de forma secreta se pusiera a volver a estudiar con más atención a los filósofos antiguos. Aquellos que inventaron el pensar y la filosofía occidental. Al hacerlo tenía la vaga intención de proponer al claustro del instituto la idea de organizar un seminario sobre el asunto. Pero al final no ha podido ser y por eso ha optado por al año sabático, en lugar de seguir resistiendo de la peor manera, indignándose y resabiándose. Fermín Pastrana, en contra de lo que estaba convencido al inicio de su carrera docente, piensa ahora después de releer a los filósofos clásicos que las redes sociales son incapaces de construir la paideia que esos anuncian, y que sigue siendo la herencia que hemos recibido, lo que somos, a pesar de que no le hagamos ningún caso. De nuevo, la voz penetrante de Jaeger nos lo recuerda “Ningún día se halla tan henchido de confusión humana que el poeta olvide observar cómo se levanta y se hunde el sol sobre los esfuerzos cotidianos, cómo sigue el reposo al trabajo y la lucha del día y cómo el sueño, que afloja los miembros, abraza a los mortales. Homero no es naturalista ni moralista. No se entrega a las experiencias caóticas de la vida sin tomar una posición ante ellas, ni las domina desde fuera. Las fuerzas morales son para él tan reales como las físicas. Comprende las pasiones humanas con mirada penetrante y objetiva. Conoce su fuerza elemental y demoníaca que, más fuerte que el hombre, lo arrastra. Pero, aunque su corriente desborde con frecuencia las márgenes, se halla, en último término, siempre contenida por un dique inconmovible. Los últimos límites de la ética son, para Homero, como para los griegos en general, leyes del ser, no convenciones del puro deber.” A parte la ausencia de jerarquización del conocimiento, la basura que movilizan y el ruido que provocan, algo que ya estaba presente en la fisionomía de la manera de vivir anterior a que internet llegara, es la literalidad que produce en la forma de mirar de los alumnos la peor de las consecuencias de su uso masivo. Solo existe para ellos y de forma inmediata, dice Pastrana, lo que aparece en las pantallas de sus móviles, despreciando todo lo que hay de meditativo y oscuro en todo lo que se nos aparece, ya sea en la pantalla del móvil, en el cuarto de baño o en la gasolinera de la esquina. El móvil les da de comer sin necesidad de espera y un lugar donde acomodarse en el mundo, y eso para la mayoría de los profesores del claustro es la paideia moderna. Una forma de descanso para todos, ya que no se tienen que aguantar las caras de perro con que profesores y alumnos se saludan cada mañana todas las mañanas del curso. Los diez mil, tal y como lo cuenta Jenofonte en su obra Anábasis, vivieron su epopeya, en unas condiciones imposibles de imaginar por los profesores y alumnos actuales, como una paideia. Es decir, com una educación, una formación, una manera de pensar sin la cual nadie puede llegar a saber su lugar. Sobre esta epopeya quería haber organizado el seminario Pastrana en su instituto. Es decir, llegar a conocer en que se es bueno para dedicarse a ello en lugar de estar deseando constantemente el siguiente twit en la pantalla. Es esta una estructura, la de conocer en qué se es bueno, que solo es posible en un Estado que se haga cargo e imparta verdaderamente una educación, una paiseia. Los compañeros docentes de Fermín Pastrana han perdido este ideal educativo porque no existe política educativa alguna en una polis que, a todas luces, es inexistente. Solo hay mercado y mercancías, con dos piernas o con cuatro patas o sin extremidades de ningún tipo. Sobre tales escombros, ha crecido una terrible paradoja, todo parece funcionar mejor pero nadie sabe explicar por qué. Llegados hasta aquí, los más jóvenes, entre quienes por supuesto se encuentran los alumnos de Pastrana, están menos interesados en encontrarse a sí mismos que en encontrar la salida de esa paradoja, convertida así en un endiablado laberinto o en una trampa mortal. Depende de los casos y, sobre todo, del poder adquisitivo de sus mayores.