martes, 3 de julio de 2018

ATARAXIA

La imperturbabilidad del alma ante el dolor es igual a la felicidad epicúrea. Pero él era más bien de la tradición de la filosofía pitagórica y, por tanto, le costaba alcanzar este sentimiento de la dejación, o de la cara de póker, como le gustaba llamarlo. Fermín Pastrana estaba convencido de la bondad y verdad que llevaba en su interior el pensamiento de la lógica o el alma de los números como decía el insigne sabio griego. Ahí veía el auténtico sentido de lo invisible o del alma. ¿Por qué Dios no eligió una ecuación de segundo grado o una regla de tres simple para revelar su verdad a los seres humanos? ¿Por qué eligió la palabra, es decir, la literatura? De otra manera, si los seres humanos son lo que son porque hacen sus cuentas y cantan sus cantos, ¿por qué Dios eligió a los segundos para revelarse ante ellos? Porque a Dios no se le ve, únicamente se le oye, y también porque la infinitud de Dios es inasequible al sistema de pesas y medidas que se han dado lo seres humanos a lo largo de la historia para relacionarse con lo visible. Algunos lectores de la Biblia, entre los que se encuentra Fermín Pastrana, creen que su verdadero autor es el diablo, y adelanta dos razones. Primero porque Dios no tiene necesidad de revelarse ante los seres humanos y de querer hacerlo lo haría precisamente con el lenguaje de los números que es inmediatamente inteligible. Es ilógico pensar que Dios no se quiera hacer entender de inmediato por sus criaturas. Elegir la palabra como instrumento de comunicación con los hombres es elegir el cambio más corto para la confusión y asentar en el mundo la imposibilidad del entendimiento. Y esa decisión es en sí misma de matriz diabólica. La ataraxia o la imperturbabilidad del alma podría ser el refugio o la terapia (la mayoría de los manuales y cursos de autoayuda reclaman al epicureismo como fuente inspiradora de sus tesis) de los que siguen sin aceptar que al no tener en cuenta este giro respecto a lo invisible - a saber, que Dios está detrás de la exactitud de los números, como quería Pitágoras, y el diablo detrás de la ambigüedad de las palabras, como han querido siempre los sofistas con los que tanto se peleo Sócrates - se están acomodando irremediablemente al mundo material. Sin embargo, Pastrana ha descubierto algo, que no coincide con esa prescripción, en el comportamiento de sus alumnos a la hora de construir su carácter en el mundo que les ha tocado vivir de la globalización del dinero. Te dejo como muestra el siguiente ejemplo que el otro día lo puse en clase de filosofía clásica a mis alumnos de primero de bachillerato, me dice. Aunque te parezca mentira todavía se pueden hacer estas cosas en el aula, no se durante cuanto tiempo. La pregunta que les hice fue como pensaban ellos que se forjaba mejor su carácter, si siguiendo los postulados de Platón, “todo pasa por saber cual es lugar adecuado de cada uno”, o los de Aristóteles, “el carácter viene forjado por la perseverancia en la repetición de las buenas conductas”, recientemente estudiados en clase, o mediante la consecución del trabajo soñado o la posesiones de un buen coche. Las respuestas se repartieron entre el trabajo y el coche, siendo la posesión de un coche el mejor forjador de un carácter entre la mayoría de mis alumnos. En el otro espectro del asunto Fermín me contó el episodio de lo que los ingleses llaman el Invierno del descontento (también lo trajo a colación en clase), que tuvo lugar en el invierno de 1978, en el que todos los sindicatos mayoritarios ingleses fueron a la huelga que desembocó en la victoria del partido conservados de Margaret Thatcher en la primavera de 1979. No me cabe ninguna duda, dice Pastrana, que tanto mis alumnos como los trabajadores ingleses pensaron que Dios estaba con ellos en el momento de tomar sus decisiones. Nadie piensa nunca de otra manera. La diferencia estriba en que los trabajadores ingleses seguían aferrados al modelo de que Dios estaba detrás de las fiabilidad de las palabras y los estudiantes ya habían girado y estaban convencidos de que su carácter se forjaba mejor con la exactitud que proporciona el trato con los números con que se cuenta el dinero, pues detrás de ahí - evidentemente no hace falta insistir en que esta coda última era lo que pensaba Pastrana - era donde se encontraba Dios contándonos el mundo actual. Al despedirnos en el castillo, que era donde nos habíamos encontrado de nuevo haciendo nuestro ejercicio matinal, me pareció ver a Fermín Pastrana más en forma, tanto mental como físicamente, que tres meses antes que fue la última vez que nos encontramos en el mismo sitio. No se lo dije, pero entre aquel, “estoy de la educación hasta los cojones”, y sus palabras de ahora había una diferencia notable que,  a mi modo de entender, tienen que ver o salen, no se hasta qué punto consciente por su parte, de una imperturbabilidad adquirida de su alma. Tengo para mi que Platon y Aristóteles no habrían desaprobado sin más la decisión que tomaron los alumnos de Pastrana, y tampoco habrían aplaudido como unos fanáticos sindicalistas la decisión de los trabajadores ingleses.  Si es el coche o el trabajo lo que podía determinar el carácter de los alumnos de Pastrana, ¿podemos asegurar, sin más, que quedaría escondido detrás de la carrocería del primero o de la volatilidad del segundo? ¿Esa acertado decir, al hilo de su legado político como primera ministra de su majestad, que Margaret Thacher es la viva imagen del diablo moderno? Las decisiones tomadas por alumnos y trabajadores, ¿les impediría pensar en lo más difícil, viajar hacia dentro, hacia lo oscuro? ¿No había viajado Pastrana desde los confines del mundo educativo, “estoy hasta los cojones de la educación”, hasta una posición más atenta, de nuevo, ante el ideal educativo universal? La definición del alma humana es imposible, cierto, pero aspirar a su imperturbabilidad es necesario e inaplazable para cualquier ser humano que no quiera acomodarse al mundo material que lo rodea.