“Pero para Hesíodo el mundo heroico pertenece a otro tiempo distinto y mejor que el actual, «la edad de hierro», que pinta en los Erga con colores tan sombríos. Nada es tan característico del sentimiento pesimista del pueblo trabajador como la historia de las cinco edades del mundo que empieza con los tiempos dorados, bajo el dominio de Cronos, y conduce gradualmente, en línea descendente, hasta el hundimiento del derecho, de la moral y de la felicidad humana en los duros tiempos actuales. En semejante ambiente no es posible que surja un puro ideal de educación humana, como ocurrió en los tiempos más afortunados de la vida noble. Tanto más importante es averiguar qué parte ha tomado el pueblo en el tesoro espiritual de la clase noble y en la elaboración de la cultura aristocrática para adoptarla y convertirla en una forma de educación adecuada al pueblo entero. “Campesino” no significa todavía «inculto». Incluso las ciudades de los tiempos antiguos, especialmente la metrópoli griega, son principalmente ciudades rurales y en su mayoría siguen siéndolo después. No existe todavía una civilización ni un módulo de pensamiento ciudadano que todo lo iguale, y aprisione sin piedad toda peculiaridad y toda originalidad. La vida espiritual más alta en el campo sale naturalmente de las capas superiores.” Elena Vozmediano, profesora de dibujo de uno de los institutos de secundaria de Móstoles (provincia de Madrid), dio comienzo a sus vacaciones estivales en un estado de lamentable descomposición profesional. Lo cual le hizo sospechar, fue lo primero de lo que tuvo plena consciencia a las pocas horas de abandonar el restaurante donde celebró con sus compañeros la comida de fin de curso, que los dos meses que tenía por delante serían insuficientes para recuperar el mínimo de fuerzas necesario, que le permitieran encarar el curso siguiente con eso que se sigue llamando, inopinadamente, dignidad educativa. Siguiendo la estela de las palabras de Werner Jaeger, con que he comenzado este escrito, nuestra edad de hierro se da, contra todo pronóstico, en un limbo tecnológico que nos hace creer que nada pesa y que todo es posible. Por eso, la insoportable pesadez del ser docente y dolorido de Elena Vozmediano es todo un síntoma de la enfermedad que oculta el optimismo masivo de los tiempos actuales, digitalización mediante. ¿Ha vuelto a pintar?, le preguntó pactadamente la periodista de una revista educativa de tirada europea, que estaba haciendo un reportaje sobre cómo viven los profesores y maestros de los municipios españoles. O al menos esa era la disculpa oficial. De vez en cuando solo hago esbozos sobre alguna idea que me viene a la cabeza, pero para desarrollarlos necesito sacar de mi mente todo el barullo y el ruido, un compañero del claustro llama a todo eso roña, que se ha ido metiendo durante el curso, y en dos meses a penas tengo tiempo de sacudirme la fatiga física acumulada, no, no pinto nada desde hace seis años, los mismos que llevo en el instituto con mi plaza de profesora de dibujo en propiedad. Va a ir a algún sitio durante estos dos meses de vacaciones, le preguntó la cronista de la revista, no, no tengo ganas de ir a ningún sitio, me quedaré en casa, creo que es lo mejor para comenzar el curso en condiciones, respondió Vozmediano sin ningún signo de resentimiento, como si los esbozos de los que hablaba tuvieran que ver con la vigilante quietud que, al fin y al cabo, le proporcionaba saberse propietaria de su puesto de trabajo. No había necesidad de desarrollarlos, pues se confundirían con ella misma. Sin mencionar literalmente la palabra propiedad, la periodista, que hizo la entrevista además de a Elena Vozmediano a otros profesores de otros institutos y de otras disciplinas académicas, enfocó su reportaje sobre un asunto delicado pero, a su entender, fundamental, a saber, hasta donde y en qué medida el que el objetivo prioritario y único, al tiempo que inconfesable de manera abierta, que tienen todos los docentes de conseguir en propiedad la plaza de profesor en el lugar asignado, no está afectando a la parálisis que padece el gremio de la enseñanza frente los cambios de mentalidad y sensibilidad que se están produciendo en la sociedad, y que chocan una y otra vez contra los muros, o coraza de tortuga, con que se han blindado las aulas y los claustros de profesores. Las vías tradicionales de acceso al conocimiento, a la identidad y a la ciudadanía están cambiando drásticamente, subraya la periodista en su reportaje, y en el interior de escuelas e institutos (la periodista no se hace eco del estado de la universidad) parecen vivir un largo sueño de estancamiento dentro del cual nunca pasa nada reseñable que tenga que ver con el tumulto que se vive extramuros de escuelas e institutos. Y aun así los docentes, tal y como apunta Vozmediano, llegan deshechos al final de cada curso. El deseo de la propiedad, se pregunta la cronista en la parte final de su reportaje, ¿tiene la particularidad de cegar el destino de quienes aspiran a ella de una manera irreductible? ¿Es por ello - continúa en su particular interrogatorio - que después, en la defensa numantina de la plaza conseguida, al docente se le imponga, casi sin darse cuenta, el imperativo de que todo va bien porque todo lo hace bien, es decir, la retórica sin palabras y la indiferencia absoluta hacia lo que está ocurriendo en el exterior. En un momento de la entrevista Elena Vozmediano diagnostica con lucidez (tal vez como un primer efecto de sus deseadas vacaciones), ante las preguntas de la periodista, sobre cómo salir del atolladero en se encuentran unos docentes propietarios pero doloridos, muy doloridos, que la enseñanza debería quedar liberada de los vaivenes de la política partidista. Sugiere así Vozmediano un tímido intento de volver a pensar la educación como un ideal universal, del que no es ajena, comenta no sin cierta sorna en sus palabras la entrevistadora, la condición de artista enjaulada que oculta al lado del título de propiedad que luce cada vez con menor entusiasmo y convicción. Y es que, los ricos saben bien de esto, las propiedades son la mayor y peor carga, respectivamente, para saber el lugar y el modo que uno ocupa en el mundo. La diferencia con los tiempos de Homero o Hesiodo es que la enfermedad y la propiedad de Vozmediano y los docentes son reales en tanto en cuanto son visibles, pero los cambios que las acechan no son todavía del todo visibles y, sobre todo, son muy indeterminados. Per en ese ámbito, digamos inmaterial, no hay dioses que medien entre las debilidades y limitaciones de los mortales, como cuando entonces.