martes, 8 de noviembre de 2011

LO QUE NOS PREOCUPA ES LO QUE NOS OCUPA

Es en ese "pre", como si fuera un cangilón o cajon de sastre, donde metemos todos los motivos que queremos que los demás reconozcan como respetables. Blindado a cualquier crítica exterior, que nos haga ver muchas de nuestras preocupaciones como graves errores de percepción.

Así vamos ocupándonos con lo que nos preocupa, haciéndolo equivalente, creando una de las estrategias de mas relumbrón que nos hayamos inventado para esquivar, en realidad, la atención concentrada delante de nuestra falta de brillo. Tanto es lo que le digo que el ambiente solo está hecho a base de ocupaciones. Preguntarle a alguien por lo que realmente le preocupa es inútil. Nunca tendrá tiempo para ello. Lo que si tendrá interés es que apunte el sinfín de actividades programadas con calculadora de lunes a domingo, correlato oculto de un ramillete de preocupaciones que ves y sientes que lo acongojan. Pero que no se me ocurra averiguar que hay detrás de tanto ajetreo, solo encontraré como respuesta lo propio de un estado de felicidad merecido.

Tanta euforia, a poco que uno se fije con detenimiento, tiene un efecto uniformizador desconcertante para el espectador, pero muy gratificante para los actores. Si todo el mundo gasta su tiempo en ocuparse para ahuyentar las preocupaciones, debe ser porque es la respuesta que requieren estos tiempos cargados de incertidumbre. Sin embargo, lo que no me convence del todo de esta magna representación, es la despreocupación absoluta que manifiesta sobre donde queda localizado lo que realmente le preocupa a cada uno de los actores por separado, digamos, fuera del escenario. Pareciera que, de repente, el escenario es la propia vida y el hecho mismo de representar hubiera hecho desaparecer aquella preocupacion primordial. O lo que es de otra manera, que la representación misma es, además del bálsamo momentáneo para la congoja diaria, la manera de atar para siempre los desvaríos de ese extraño sentimiento. Actor y personaje habrían, por fin, unido sus destinos en el Gran Teatro del Mundo. Toda la industria del entretenimineto parece haberlo entendido así, y produce a toda máquina los objetos necesarios que hagan posible que no decaiga el fulgor de semejante propósito.

Pero en la calle, por otro lado, la misma gente pide a voz en grito sanidad y enseñanza sin recortes y con más lustre. Como si ver peligrar estos dos pilares de su estado de bienestar, significara, hacer inviable la posibilidad de seguir manejando ese relato. Inopinadamente, pareciera que no tienen suficente con la representación de aquellas ocupaciones en el presente. Ahora el actor se separa del personaje y clama al cielo, o a quien lo quiera oir, los temores y temblores que lo embargan, y que tambien lo okupan. Así que la peña, también, está preocupada por el futuro. Vaya por dios.

Y yo me pregunto, ¿qué tipo de garantía es dejar a nuestros hijos todo ese tipo de estabilidades y certidumbres? Si no confiamos que de su libertad y de su experiencia puedan aprender algo, ¿como esperar que confien en lo que le decimos? ¿En donde colocamos el amor que nos profesan si un dia les da por querer a quien, o a lo que, siempre nos pareció indigno? En fin, ¿no será que entre las sangrientas turbulencias del pasado y las tinieblas que se ciñen sobre el futuro, nos hayamos estraviado definitivamente en el presente?