Europa fue, hasta hace sesenta y cinco años, un continente con muchos destinos enfrentados a sangre y fuego, pero sin ningún carácter que hubiera perdurado, creando escuela y tradición. Pero todo eso se está acabando. Y se acabará antes de que nos hayamos podido dar cuenta. Y sobre ese nuevo tiempo, seguiran clamando por su destino toda esa gente que es incapaz de forjarse un carácter. En esas estamos, mas confundidos, creo yo, que espantados.
Es propio de los dramas humanos con destino, que el héroe se acabe dando cuenta del sentido de la vida y de que él esta ahí para encontrar algo por lo que luchar y tener la oportunidad de hacer algo grande. Y tal y tal. Cuantas veces lo hemos oído durante nuestra vida, cuantas veces nos lo habrán repetido esos que dicen que lo hacen todo por nuestro bien: aunque fracasemos en el intento ha valido la pena, ya que es mejor vivir así despierto que no en ese estado zombi en el que lo hacen la gente corriente y sin linaje. Ya ve.
Frente al inapelable destino que intentaron fijar para siempre las innumerables guerras de nuestro pasado común, el euro representa, por un lado, el fracaso mas estrepitoso de todos esos delirios pretéritos y, por otro, nos señala el camino por donde hemos de circular en nuestro presente, ya sin un destino. La flecha del tiempo de las guerras no admite digresión alguna: victoria o derrota. Gloria o devastación. Frente a tanta grandeza esculpida en oro en el panteon del tiempo de la historia, frente a tantas fosas comunes cavadas para dar cobijo a millones de cuerpos anónimos, nuestra moneda común nada mas nos puede ofrecer las fluctuaciones permanentes de su carácter. Nada más y nada menos.
Al contrario que en los enfrentamientos bélicos europeos de antaño, las batallas financieras de ahora (con el euro de arma preferente), como en cualquier relato de ficción que se precie, sacrifican el avasallamiento de la contingencia en beneficio del conjunto. Al contrario que aquellos, hoy los combatientes en liza no pueden conquistar ningún sitio que no sea ese donde quepamos todos juntos. Elegidos y electores. Productores y consumidores. Ciudadanos. Y al que, necesariamente, hemos de llegar vivos e inteligentes.
Los héroes de destino de nuestro pasado como Alejandro Magno, Julio César, Napoleón Bonaparte o Adolfo Hitler no permitieron que nada ni nadie se interpusiera en el logro de su Destino Final. Unicamente la muerte o el destierro fueron capaces de detenerlos. Los dirigentes europeos actuales, una mezcla indefinida entre lo que les exige el destino del poder que detentan y el carácter inaprensible del campo de batalla donde combaten, hacen que vivamos la situación en que no encontramos. Todavía sin caracter pero ya sin destino.