domingo, 13 de noviembre de 2011

VEJEZ

Sabia que no tenia probabilidad de conseguir asiento. El anden de la estación del metro se había llenado de gente debido a la demora del tren. Eran personas con ganas de viajar sentadas, aunque fuera yo quien mas lo necesitara teniendo en cuenta mis años y los achaques que los acompañan. Tampoco valía la pena esperar algún gesto de compasión por parte de quienes me rodeaban. Me había tocado envejecer en un época donde la prolongación y mejora de la vida es una cuestión del perfeccionamiento y uso adecuado de los avances tecnológicos. Eso decía una revista de esas, creo que era de la Liga de los Optimistas Pragmáticos, que cayo en mis manos en la sala de espera del medico que cuida las averías de mi corazón. "Antes, para ser inmortal, debía uno morirse, se entiende que después de realizar algo memorable. Ahora basta con la fe en las soluciones. La persona que llegara a cumplir mil años ya vive actualmente" decía tambien otro de sus artículos. ¡Como para que se fijaran en mi!

El tren seguía demorandose, lo que hacia que a todos nos aumentara el nerviosismo. Había calculado el lugar donde previsiblemente coincidiría con una de las puertas del vagón, lo cual me tranquilizo. Allí de pie, notando cada vez mas el dolor de las piernas a la altura de las rodillas, aguante como pude las idas y las venidas de los otros candidatos y competidores por un vagón en el tren que no acababa de llegar. De repente, la aparición del convoy en el otro anden hizo aumentar el desasosiego en el que me encontraba. Ya no podía mas. Tuve la tentación de sentarme en el suelo. Mire con disimulo a mi alrededor y creí detectar un sinfín de miradas dispuestas a ocupar mi lugar. Pero el dolor de las rodillas me obligaba tomar un decisión.

Volví a mirar a quienes me rodeaban y descubrí a un hombre de mi misma edad e impaciencia. Para estos diagnósticos fijarte en la carta no falla nunca. Nos intercambiamos gestos de impotencia y resignación, lo que fue suficiente para sellar un pacto de mutua ayuda. El ocupo mi lugar, merecedor de la gloria de un asiento en el vagón que seguía sin aparecer. Y yo abandone la primera fila del anden y me puse a caminar, a ver si me disminuía el dolor de las rodillas y el entumecimiento general de las piernas. Sin desaparecer del todo, con el movimiento si note una leve mejoría. Cuando me disponía a relevar a mi socio, una voz aburrida nos informo por megafonia que el retraso del tren era debido a una avería técnica que iba para rato. Pidiendo disculpas por las molestias ocasionadas, invito a los señores viajeros a pasar por ventanilla donde nos devolverían el importe del billete.

Después de que el anden se quedo vacío, mi socio y yo nos sentamos a fumar un cigarrillo. Todos los asientos se habían quedado libres. Entonces nos dio por recordar los tiempos cuando el metro servia de refugio para protegernos de los bombardeos.