lunes, 21 de noviembre de 2011

BIENVENIDO MISTER CHANCE, de Hal Ashby


LOS ENGAÑOS CONSENTIDOS DEL LENGUAJE

El principal y único peligro, o riesgo, que tiene esta película para el espectador adulto es pensar que es más listo, que sabe más, que Chance. Y que la película esta hecha literalmente para ilustrar esta superioridad. Con dos objetivos determinantes. El preventivo: fíjate lo que te puede pasar si eres, o dejas que tus hijos o alumnos lleguen a ser, como, o algo parecido, a Chance. El de denuncia moral y crítica: fíjate en la forma de vivir inauténtica, sobre todo en las altas capas del poder.

Quiero que vayas contra ese modo endiosado de vivir, el cual nos arruina en gran medida la felicidad; contra lo artificioso de este mundo que suele ser confundido por la simpleza de lo inocente y supuestamente no apto, imbécil o subnormal; quiero que vayas contra lo triunfante, que a la hora de la verdad sólo puede ser redimido por lo simplemente natural y sin doblez.

Ahora bien, si somos capaces de desprejuiciarnos, fumigándonos si hiciera falta como si tuviéramos chinches, y miramos a Chance cara a cara, la pelicula que veremos será otra. Y digo mirar cara a cara porque a quien tenemos enfrente es, nada mas y nada menos, que la cara de Peter Sellers, que no en balde ha sido elegido para eso. Si es así, entraremos en un duelo de miradas, de silencios, de una esgrima a base de frases formalmente sencillas e insustanciales, pero demoledoras en su calculada ambigüedad y penetración. Todo lo cual nos hará perder, casi seguro, el combate. Y las preguntas, después de la resaca, serán otras.

¿Siente el lector rechazo o agradecimiento hacia Chance, al comprobar donde lo ha dejado la experiencia de haberlo conocido: el amargo esfuerzo de tener que pasar cada día por un ser humano? ¿Es Chance el final de un agónico modo de mirar o, por el contrario, es el inicio luminoso de uno nuevo?

La película se luce recreando las irracionales jugadas de la razón que se cuecen a diario en la comunicación humana. Los malentendidos y quiebras que padece, antes fruto de los limites de esa razón totalizadora y totalizante de quien se cree en propiedad exclusiva del lenguaje, que de los límites del lenguaje mismo, al que quiere dominar y poner a su servicio, empequeñeciéndolo.