martes, 1 de noviembre de 2011

SOBRE APRENDER Y TODO LO DEMÁS

En las reuniones entre lectores para comentar lo que se ha pensado y escrito sobre el libro propuesto, se produce siempre una cesura entre los que reivindican a toda costa la accesibilidad formal de lo escrito y los que ponen el acento en la fuerza expresiva de las palabras. Los primeros son los que dicen, con orgullo, que les gustan las historias sencillas. Los segundos son los que se fijan, con perplejidad, en el significado de lo que leen.

¿Por que una forma de expresarse, aparentemente inaccesible, hace lo dicho incomprensible, mientras que la que lo hace explícitamente sencilla es mas comprensible? De otra manera, ¿que significa no entender delante de lo inaccesible y que entender delante de lo sencillo? ¿De que estamos hablando con ese "no lo entiendo" y este otro "si lo entiendo"?

Enseñar significa que algo esta oculto y que alguien tiene que correr el velo y revelarnoslo, es decir, enseñarnoslo, lo cual no es equivalente a que ya lo entendamos. Entender tiene mas que ver con aprender y con aprehender, hacerlo nuestro, y que llegue a formar parte de nuestra experiencia.

Un profesor de matemáticas nos puede enseñar los métodos que Euler descubrió para generar (el como) números primos, pero fracasara, como Euler, en su intento de hallar una pauta en su secuencia (el por que).

La enseñanza de la literatura es capaz de revelarnos "el como" se hacen los textos, cual es su lugar en la historia, pero es radicalmente incapaz de responder a "por que" o "para que" o "a quien". En fin, es radicalmente incapaz de decirnos "que debemos o podemos hacer con esos textos" que se nos enseñan o se nos revelan.

El "por que" de la pauta en la secuencia de los números primos no tiene respuesta dentro del ámbito restringido de la lógica y de las matemáticas. Fuera de ahí no puede demostrar nada ni sus argumentaciones no son nunca irrefutables.

El "que debemos o podemos hacer con las palabras de los textos", no cae dentro del ámbito de la revelación, es decir, de la enseñanza, digamos teórica o histórica, de su existencia, sino del aprendizaje, es decir, de la ficción, de eso que no es, para entendernos, ni teoría ni historia. De otra manera, tiene que ver con el uso y la perspectiva que ese lenguaje sea capaz de crear con ese uso, no con el hecho de revelar, es decir, enseñar como las matemáticas y la literatura existen, y en que lugar, dentro del flujo incesante de las corrientes teóricas o históricas.

Todo lo anterior desemboca, volviendo al ámbito de los encuentros de lectores con que comenzaba esta crónica, en dos aseveraciones aparentemente dislocadas: no se puede enseñar a leer ni a escribir literariamente, pero si se puede aprender. Me explico.

La escritura y la lectura literaria, como todas las experiencias artísticas, se nutren de la propia experiencia (no confundir con biografía) bajo formas de conocimiento y reconocimiento y de todo aquello que Heráclito, vagamente, llamaba el carácter. Una transmisión (o revelación) de conocimientos jerarquizada y con trasfondo académico, que es lo propio de la enseñanza oficial y reglamentada, queda muy lejos del modo en que se dirigen los esfuerzos del escritor o del lector literario, y, por supuesto, de sus necesidades en sus empeños creativos.

Sin embargo, nadie en su sano juicio podría afirmar que no se puede aprender a escribir o leer literariamente. La primera conclusión a la que se llegaría es que o bien nadie ha escrito y leído nunca, o bien la escritura y la lectura son unos dones misteriosos, inoculados por directa intervención divina. Si nos enfrentamos a los asuntos humanos sin aspavientos y sin lenguajes pseudoteológicos o astrales, convendremos que el lenguaje humano es un producto humano y en que la escritura y la lectura literaria son productos del aprendizaje humano. Se puede aprender solo o acompañado, mal o bien, tarde o temprano. Pero en todos los casos, escribiendo y leyendo. Leyendo y escribiendo.

Al final de los encuentros nocturnos de lectura y escritura, de vez en cuando, suelo acabar recordando a los asistentes, que el espacio y el tiempo que compartimos, y del que yo me siento, digamos, su responsable de mantenimiento, no garantiza la creatividad como contrapartida al esfuerzo, sino que se limita a garantizar que el aprendizaje de la escritura y la lectura literaria son posible en el interior de ese espacio y durante ese tiempo. Es decir, su eficacia dependerá de que ofrezcamos todo lo necesario para que todos aprendamos y su fracaso se explicara en los mismos términos.