lunes, 28 de noviembre de 2011

DESDE EL JARDIN, de Jerzy Kosinski


RELATOS NO PEDIDOS

Todos los relatos se dividen en dos grupos. En el primero, entrarían aquellos que, una y otra vez, pide el lector les sean contados. Vale con cambiar el aspecto formal, dando la falsa ilusión de que estamos ante algo nuevo. Es algo parecido a lo que pasa con las historias llamadas de miedo. Aparentemente, cada temporada, todas son distintas, pero todas transmiten esa sensación de bienestar y seguridad que nos proporciona volver a ver y oir lo que ya nos produjo "miedo". En el segundo grupo, se encontarian aquellos relatos cuya explicación no ha pedido nadie. Son un intento por parte del narrador de descifrar el mundo, una mirada, hecha lenguaje, sobre una experiencia personal o sobre una parcela de la realidad. En este tipo de relatos, el narrador impone su visión al lector. Y el lector, lo primero que tiene que decidir es si acepta, o no, esta imposición. Este primer ejercicio de humildad es fundamental en el momento de empezar a leer. Y, claro está, lo que mejor le conviene a esta actitud es interrogar al texto, sintiéndolo y pensando sobre ello hasta alcanzar la plenitud de todo el sentido que le ha dado el narrador. “Desde el jardin”, se encuentra dentro de este tipo de relatos.

¿Por qué en en este relato el Narrador es esta voz desconocida y no otra? Por ejemplo: EE, Louise, Benjamin Rand, el presidente de USA..., personajes que han vivido cerca de Chance y que son protagonistas también de la historia. ¿Por que no el propio Chance? ¿Cuantos folios le ocuparia la historia a EE, cuantos a Benjamin Rand, y al Presidente USA, cuantos a Louise y a Chance? Todas estas preguntas se derivan de la personalidad inaprensible del protagonista principal de esta historia, Chance, que si lo fuese de uno de esos relatos del primer grupo, mencionado al principio, el lector lo colocaría dentro de la estirpe de los, digamos, discapacitados. Así sin más, con un solo golpe de vista, hecho el diagnóstico lo que pediría a continuación es que le sirvieran rápido y de manera ya cocinada la receta. Y ésta bien podría ser un melodrama con tintes humanistas, o directamente un triller político. Pero estas serian otras historias. Buenas historias, por cierto.

Pero Chance ha venido al mundo con otra misión. No es profética, ni misionera, ni conquistadora. Es una misión que no tiene destino. Por eso es un héroe solo con carácter, de la estipe de Bartebly, Charlot, Buster Keaton, Stan Laurel. Interpela, sin proponérselo, la manera de mirar y de sentir de la gente poderosa que lo acoge, dirigentes máximos de esa otra manera de aferrarse a la vida, y que no es otra que creer que tiene un fin, un propósito. Si la vida tiene un destino, tiene que haber alguien que hacia allí nos guie.

Chance, un hombre que no ha hecho otra cosa en su vida que cuidar el jardín y ver la TV, desvela, con sus breves monosílabos y sus apabullantes silencios, el verdadero cariz de toda esa impostura. Y lo hace de la mano de ese narrador desconocido que, como un amable cicerone, lo introduce en aquellos ambientes al igual que un caballo de Troya y lo acompaña entre las pretenciosas reuniones, fiestas, conversaciones, etc..., que ocupan los placeres y los días de quienes en la cresta de la ola de la sociedad, esperan anunciar la llegada a la meta del destino, del que no saben si se han estraviado o es que ya estan a su lado pero todavía no se han dado cuenta.