miércoles, 13 de abril de 2011

LABERINTO

Me dispuse a realizar el segundo transbordo pertinente, y cotidiano, que me acercaría, después de cuatro o cinco estaciones, a mi lugar de trabajo. Empecé a caminar por uno de los dos largos pasillos, que estaban antes de llegar al anden al que me dirigía. Iba como todas las mañanas somnoliento y con la mente ocupada de esa manera que se dice para abreviar, en blanco. Como siempre notaba que el malestar del madrugón se alojaba entre las junturas de los huesos. Aproximadamente a la mitad del corredor noté que me encontraba solo. Mire para atrás y hacia delante con la intención de cerciorarme. Efectivamente caminaba apresuradamente, y solo. Me empezó a agradar ese punto de notoriedad que me brindaba el inicio de la jornada, siempre envuelto en un descomunal bullicio, lo cual hizo que despertaran en mi cabeza augurios de algo diferente. El blanco empezó a coger color e incluso algo de relive en su superficie. Aminoré el paso, pues la ocasión merecía la pena. Mis andares ralentizados empezaron a satisfacerme, hasta llamar mi atención como nunca antes recordaba. Cerré los ojos y me dejé conducir por los senderos de las tinieblas que así se abrían a mi paso. De vez en cuando verificaba que seguía solo, para lo cual abría los ojos y me aupada sobre las puntas de los zapatos haciendo gestos extraños.

De repente me di cuenta de que el pasillo donde me encontraba parecía no terminar nunca. También comprobé que unos pasos mas adelante desembocaba otro pasillo igualmente interminable, que recibía la luz proveniente de un tercero también de hechuras infinitas. Dejé de hacer gestos y me puse pálido. Grité hasta desgañitarme pidiendo ayuda. Corrí con desesperación por cada corredor tratando de buscar una salida. Deseando encontrarme con alguien. Sudoroso, sin fuerzas, deje escurrir una lagrima ante mi fatal destino.

Siempre he pensado que puedo hacer grandes cosas fuera del ámbito de la influencia familiar y de la oficina. Poder salir de esta doble vida que llevo, que me hace ser uno de lunes a viernes y otro el sabado y el domingo. Una doble vida a la que la única salida que le veo es la locura. La oficina me pone delante de unas exigencias tan claras como, a veces, insuperables. Luego cuando llega el fin de semana no tengo ganas de hacer nada, pero la obligación de divertirme se me presenta igualmente de forma obligatoria e imperiosa. Por otro lado, en casa mi padre no puede entender que todas las penalidades que ha tenido que sufrir para llegar a donde ha llegado, son cosa que no me lleguen a concernir. Antes de que me vaya a vivir por mi cuenta, yo creo que le gustaría que formaran parte de su herencia genética.

Cuando digo hacer grandes cosas no me refiero a hacer grandes viajes y todo eso. De hecho soy de los que pienso que para viajar no hace falta moverse de casa. Lo único que deseo es que haga lo que haga allá donde vaya, no se convierta en espejo de la rutina de mi doble vida. En el rostro de la misma nausea. Simplemente me gustaria que se reflejara en mis actos como se mueve la vida, abiertos a la experiencia del tiempo y de la imaginación. Por eso, el colapso que he sufrido esta mañana no se a que ha sido debido ni si es le reflejo de algo que desconozco.