lunes, 11 de abril de 2011

ESTAR SIEMPRE EN EL MISMO SITIO

Los indignados son gente que también se preocupan. Yo diría que su indignación es el resultado de una sobresaturación de preocupación. Una preocupación, a su vez, inducida por una sobresaturación de información que invita a una dinámica social permanente, lo que acarrea una perdida sustancial de atención en las cosas que les importan, y la insatisfacción que todo ello les produce: sospechar que están siempre en el mismo sitio. La indignación vendría a ser así el correlato de un mundo que echa toneladas de basura sobre lo importante, que en lo fundamental sigue siendo lo mismo que hace miles de años: que cuando miramos al cielo, al mar o al fuego, y ahora a las pantallas, seguimos sin saber que coños hacemos aquí. La indignación es el correlato en unas vidas que han creido saberlo todo, hasta que llego un tsunami del mar o de wall street y, de repente, se sienten desnudos y desvalidos como la madre que lo parió. La indignación es el correlato de no aceptar que todo lo que les han enseñado no sirve para nada y tienen que empezar a aprender de nuevo. Han cometido graves errores de percepción, llevan mirando para otro lado desde hace unas cuantas décadas, y ahora cuando no les salen las cuentas van y no saben hacer otra cosa que indignarse. Indignados en su rincón todavía tienen ganas de hacer algo, pero la rabia y la ofuscación los tienen paralizados.

La preocupación y la indignación les van cosiendo las cosas y los sucesos de sus días con sorprendente uniformidad. Hablas con esa gente y todos están aquejados de semejante estado de animo. Aparentemente se comerían crudos a los que han construido una mundo tan canalla, pero en verdad lo que observas es que todos tienen su tiempo saturado de similares congojas y sus malas babas dan igual gama del color gris. Es imposible ver lo que realmente les importa.

Pudiera parecer, a primera vista, que es la estabilidad económica, garantizar un futuro para los hijos, o de que no quieran que alguien indigno les robe el corazón, y todo esa cantinela. Pero, visto lo visto, ¿que tipo de garantía es esa? ¿de que los protege? ¿tan nula consideración tienen la libertad y la experiencia que puedan adquirir sus hijos, que se preocupan por dejarselo todo atado y bien atado? ¿se han parado un momento a pensar porque los quieren a ellos y que consideración tiene todo ello sobre su conciencia? Se preocupan y se indignan, pero no se fijan en como están aprendiendo sus hijos, y menos aun son capaces de verse así mismos ejerciendo ese tutelaje. Fuera del ámbito de una lógica ya enfermiza - ese inquebrantable optimismo cultural, cuya falta de penetración ellos mismo son un ejemplo de su decaimiento - no pueden mostrar nada, ni sus argumentaciones, otrora un canon indiscutible, no son nunca irrefutables.

Si no salen de su indignación el mundo que dejaran en herencia a sus hijos será de cerebros cortos y bocas grandes. Unas bocas que ya empiezan a vomitar fuego en lugar de pronunciar nuevas palabras, que sean capaces de inducir nuevas acciones para estar en el mundo. Para poder entenderlo.