martes, 12 de abril de 2011

EL JARDIN DE LOS CEREZOS, por La Funcional Teatre


LA VIDA TAL Y COMO ES VIVIDA

Los desolados y los indignados de por aquí deberían dar las gracias públicamente a La Funcional Teatre por el regalo que les han hecho, en este comienzo de primavera, al ofrecerles una nueva representación de El Jardín de las cerezas, del gran Antón Chéjov. Ya sabe, para esta gente, “Abril es el mes mas cruel. Hace brotar lilas de la tierra muerta y mezcla la memoria y el deseo” (T.S. Eliot).

Chéjov es un autor idóneo para ser escuchado. En sus textos, los personajes tratan con la vida sin heroísmo con el único afán de alcanzar la normalidad. Deberian saber los desolados y los indignados que tal propósito, que a ellos les resulta dolorosamente inalcanzable, Chéjov lo consigue sin que tengamos que sentirnos en deuda por su genialidad. Deberían tomar buena nota de este supremo ejercicio de humildad.

Los cambios siempre han existido. De hecho es imposible imaginar la vida sin ellos, como igualmente lo es sin la presencia al final del camino de la muerte, la madre de todos los cambios. ¿Imaginan los desolados e indignados lo que sería del lustre y la prestancia de la vida sin la sombra amenazante de la parca? Poco mas que un erial seco con alguna mosca cojonera zumbando de un lado para otro . Todo esto lo sabemos, y los desolados e indignados mejor que nadie, lo que no sabemos es como lo sabemos. O si lo sabemos es de modos y maneras siempre insatisfactorias. Esta es la fuente principal de la desolación y la indignación. Por eso Chéjov es un antídoto cabal para este tipo de anomalías. Regula como un viticultor enamorado la cantidad y la calidad de lo que mete en sus textos, para que la complejidad de la vida no pierda su punto exacto de maduración.

A la obra de la Funcional Teatre yo le achacaría algunos excesos que tienen que ver con la sobreactuación de alguno de sus actores (sin quitarle su mérito, vistos de forma aislada), que entorpeció el rendimiento adecuado del gran potencial interpretativo de los otros, más la presencia injustificada de ciertos momentos musicales. Me refiero, sobre todo, al que nos ofreció el filósofo nihilista prerrevolucionario, sobrevenido milagrosamente en un cantante avant-la-lettre. Ya se que la tentación de innovar es irreprimible en un creador, y legítima, pero yo pienso que el mejor homenaje a Chéjov es volverlo a oir como él escribió en el siglo XIX, y sentir las resonancias y los equilibrios que siguen siendo vigentes en el XXI.

La innovación se ha de producir, en todo caso, en el cerebro y el corazón del espectador, comprobando la nula distancia que nos separa de los personajes de la Rusia zarista de entonces, así imaginados. Y si después, hubiera un espacio para compartir semejante experiencia (la forma de colocar a los espectadores alrededor del escenario ya lo sugiere con acierto), a la obra se le podría poner, con toda justicia, la vitola de total. Debemos ir aceptando que la innovación, como el progreso, no siempre son sinónimos de acierto ni de belleza ni de avance. Que muchas veces lo que consiguen es todo lo contrario. Esto está en el sino y en el signo que traen los cambios que se están produciendo ahora en nuestras vidas. Aunque les parezca inadmisible a los desolados y, más que a nadie, a los indignados. Otra cosa es innovar sin olvidar, del todo, como está el cotarro de la creación artística y sus subvenciones. Lo cual también forma parte de los placeres y las servidumbres de nuestros días.

Chéjov nunca quiso incurrir en los excesos ni quiso abarcar toda la vida con sus textos. Ni transcenderla en su inconmensurabilidad ni buscar soluciones a sus imperfecciones. Únicamente quiso dar forma a partes discretas de la misma. Fijar su atención en la vida tal y como es vivida. La mejor manera de que sea merecedora de respeto, se viva como se viva. Chejov siempre entendió la literatura como cosa literaria antes que como una poética realista de lo ideológico o de lo social (hacia este lado se escora demasiado el rumbo final de esta representación). Por eso es tan actual, aunque la Rusia zarista la sintamos ya muy alejada de nuestros usos y costumbres.