miércoles, 6 de abril de 2011

INCOMUNICACIÓN

Lea con atención esta frase, “todo el esfuerzo de mi vida lo he dedicado a hacer todo lo posible para que no me entiendan”. Creo que ya la mencioné en otra ocasión, la frase es del personaje central femenino de la novela “Retrato de una dama”, de Henry James. Y esta otra, “no soy capaz de sentir Europa”. Así se expresó, delante de mí, un ciudadano cuando un tercero le preguntó sobre el asunto. Entre la forma de sentir del segundo y la voluntad explícita de la primera existe una íntima complicidad que atraviesa el continente, una perspectiva que apunta, como la bala a la diana, al choque exacto y calculado. La Europa que queremos dejar esta hecha de esos sentimientos fatalmente encontrados, como la guillotina y la cabeza, y de esa determinación incomunicativa con todo lo que está fuera de uno.

Este fin de semana he asistido a un encuentro de ciudadanos y ciudadanas europeos en la Lombardia italiana. Con estos encuentros, que se hacen de forma habitual en el continente, se trata de luchar contra la frase canalla del personaje literario y salir al paso del sentimiento obtuso del ciudadano de carne y hueso. Se trata de ayudar a que cicatricen, de una vez i para siempre, las llagas, todavía supurantes, de las fronteras. Las geográficas y sobre todo, por encima de rios, valles y montañas, las fronteras mentales y emocionales, que son las que más daño hacen.

Se habló, y mucho, de unidad y de diversidad. Se habló de que estamos condenados a casar en matrimonio indisoluble estas dos palabras. Y a casarnos con su casamiento. Contra la pérfida voluntad estudiada de que nunca me entiendan. Contra el vuelo gallinaceo de quien no quiere sentir mas allá del corral donde habita. En fin, contra esa osbtinada percepción, torpe y ciega, que acarrea tanto sufrimiento.

Tenemos las palabras, pero nos faltan la sintaxis y los espacios donde se puedan conjugar sin molestias ni literalidad, donde podamos desarrollar esa nueva agudeza en la percepción que nos haga posible hablar y actuar de otra manera. Tenemos las palabras pero estan dentro de una obscuridad, que no es ni la de la noche ni la de la ignorancia. El personaje literario y la persona de carne y hueso son tipos inteligentes e ilustrados. Gente así, como a quienes ellos representan, no dejan de hablar como cotorras a la luz del día. Tome nota de a donde hemos llegado.

Es la obscuridad de nuestro interior del que procede todo. Es una perspectiva desconocida porque la hemos olvidado, donde todo es indivisible. Todo es una sola cosa. Los europeos solo podremos hablar y decirnos algo a nosotros mismos y al mundo, algo que no suene a sumisión y ultraje, si nos imaginamos, como los primeros pintores en el fondo de sus cuevas. No dentro de un imperativo y refulgente refinamiento social, sino en la necesidad de ocupar un nuevo lugar en el planeta. Aquellos artistas de hace 15000 años fueron capaces de imaginar, en el fondo de sus cuevas, unas pinturas de una inusitada belleza y solidez técnica. Su arte píctorico nació casi perfecto. Lo que veian mientras cazaban y lo que pintaban después tenía para ellos, siendo cosas diferentes, una incuestionable y misteriosa unidad, que representaron en el mismo sitio en el que nosotros lo hemos encontrado. Tiempo después alguien dijo que habia descubierto las claves del misterio, que la solución no estaba dentro sino fuera de la caverna. Y empezaron nuestros males.