martes, 19 de abril de 2011

DE NUEVO CON WALTER BENJAMIN


Entender lo que esta pasando, a partir de ahora, debe aspirar a conseguir un montaje provocativo de imágenes mediante la asociación, disposición y selección del material histórico mas diverso.

Déjeme que le muestre así el espíritu de un librito que se titula, “LA OBRA DE ARTE EN LA EPOCA DE SU REPRODUCTIVIDAD TÉCNICA”, de Walter Benjamín. El montaje como un estilo de vida, nada mas ni nada menos.

Mirando con atención la peligrosa deriva en que la técnica había metido a la tradición del pensamiento occidental, y pocos años antes de que Hitler diera el primer paso para convertirla en un conjunto informe de ruinas y cascotes, este judío marxista tuvo una visión que se puede resumir en esa frase del principio. Quedaba claro, y a partir de 1945 mas claro todavía, que desde entonces en adelante solo viviríamos entre fragmentos y fantasmas que, no por capricho, era lo único que había quedado. Y cualquier intento de volver a la inocencia original se presentaba como algo inalcanzable. Ayudados y ensimismados por el fulgor de la técnica aquellos iluminados fueron demasiado lejos en el cumplimiento del imperativo hegeliano del espíritu absoluto, pero lo que se encontraron al final fue al demonio que llevaban dentro. Bien es verdad que nadie los advirtió, porque nadie estaba para fijarse en tales fruslerías ya que todo el mundo pensaba que pertenecían al oscuro pasado, de los lugares que ocupa. De los huecos donde se aloja. Es mas, se convencieron de que, como Dios, el diablo no existe. No les faltaba razón, eran ellos mismos. Su locura esquizofrénica les dio para representar ambos papeles con absoluta credibilidad.

Lo que seamos capaces de hacer con el montaje de los fragmentos y fantasmas que nos toque en suerte, es lo que dará de si nuestra felicidad y el bienestar al que lícitamente seguiremos aspirando. También será el ámbito propio del entendimiento de nuestra mirada. Se atrevió a decir el de Berlín, en contra de la opinión de los que no querían entender lo que estaba pasando en aquellos años de furia y plomo europeos.

Creo que Benjamín fue un pensador que no se dejó sobornar, metido contra su voluntad en la peor encrucijada de la historia. Lo que se intuye leyendo sus textos es la tensión que debió sufrir para conjugar su formación intelectual dentro de la ortodoxia marxista y su educación sentimental judia laica, en los años veinte y treinta del siglo pasado. La inquietante heterodoxia que rezuman sus palabras, lo hace ser un tipo a tener siempre en cuenta.

Por lo demás, ya sabe que Walter Benjamín se suicidó en Port Bou en septiembre de 1940, donde el creía que, no me diga a cuento de qué, se encontraba la última frontera de lo que quedaba de la civilización europea, para desde allí poder saltar a América.

He vuelto a Benjamín. He vuelto con unos amigos al lugar de los hechos. Convertido ahora en lugar de peregrinaje cultural, para dar a conocer el final de su trágica existencia y, si alguno pica, despertar el interés por su pensamiento. Con la cabeza puesta en su idea sobre el montaje como única forma de pensar el presente, vale la pena seguir los últimos días del Walter Benjamín sobre una Europa en llamas, cuyos rescoldos no se han apagado todavía, a la espera de que alguien vuelva a reavivarlos. Estará de acuerdo conmigo que, hoy, candidatos no faltan. Únicamente buscan el momento y su oportunidad.