jueves, 28 de abril de 2011

BERREA

Es evidente que esto no puede continuar así. Se que es evidente si utilizo las palabras que justamente son las que hacen la denuncia, a su pesar, de que esto se acaba. Son esas mismas palabras que ya no dan mas de sí, las que señalan el síntoma pero no alcanzan ni al diagnóstico ni a la solución. Y digo esto, cautivo como estoy todavía bajo su implacable influencia, porque siempre han presumido de tener un diagnóstico para cada enfermedad y una solución para cada problema. Pero sí me atrevo a prescindir de tales atributos, también puedo decir con igual desparpajo que esto, sencillamente, se acaba porque no puede continuar ni así ni de ninguna otra manera. No va a continuar.

Son palabras que han agotado hasta la extenuación los puntos de fuga de la perspectiva que ellas mismas crearon. Son palabras que nada mas dan cuenta de los puntos ciegos de una perspectiva que ya no es capaz de dibujar ningun horizonte en el que se pueda creer, porque sea factible imaginarlo o soñarlo. Si me asegura que es algo transitorio, daría por bueno que toda la felicidad de la que somos capaces en nuestros días cabe en un campo de hierba, donde veintidos chiquillos millonarios le dan patadas a una pelota durante noventa minutos. Soportaría con entereza esta representación y el doloroso y cruel desaliento que me produce saber que las palabras nos han abandonado, mejor dicho, que huyen porque las hemos traicionado. Todo lo aguantaría, digo, con tal de saber que pasado lo mas intensio de este sofoco escolar, las palabras vuelvan a ser importantes porque es lo único que tenemos. “Gotas de silencio a través del silencio”, las llama, por ejemplo, el Innombrable de Beckett. Si es que la berrea del campo de hierba y sus aledaños no decide que ha venido para quedarse para siempre, ocupando todo hueco y lugar.

Pero mientras se produce el desenlace no podré evitar pensar, contra mi deseo, que si les queda algún horizonte a las palabras es el de la berrea, porque aquellas son mas débiles y con menos determinación que ésta, y porque, como en las representaciones teatrales ancestrales, unicamente hay un único y poderoso punto de fuga. No es más fácil berrear que hablar. Sea cual sea el signo del enfrentamiento entre los veintidos chiquillos millonarios, lo que le ocurre a la berrea es que sabe fracasar mejor. Puede volver a intentarlo otra vez. Y soporta con absoluta impiedad volver a fracasar de nuevo.

Las palabras necesitan, sin embargo, a lo largo de su repertorio, ya sea oral o por escrito, la compasión y la misericordia de quien habla y de quien escucha, de quien escribe y de quien lee. Textos escritos para nada porque nunca llegarían a nada, lo han intentado preñados del nihilismo devastador de sus autores. Peor que fracasar. Lo que les ha quedado y con lo que han tenido que seguir conviviendo ha sido peor que las palabras muertas. Nada nunca. ¿Seguiremos hablando, aunque lo tenue y el vacio también se los coman la berrea?

martes, 26 de abril de 2011

EL CASO MORO, de Leonardo Sciascia










CUESTIÓN DE CONFIANZA

Han vuelto a reeditar un libro importante, "El caso Moro", de Leonardo Sciascia. Al decir importante me refiero, claro esta, importante para nuestro presente. Ocurran cuando hayan ocurrido, los sucesos y las personas que los han producido son importantes en tanto en cuanto interpelan al presente en que vivimos. No son importantes, por tanto, porque hayan sucedido sino porque continuan sucediendo.

En marzo de 1978, un comando de las Brigadas Rojas secuestró al político democristiano italiano Aldo Moro. En mayo de ese mismo año lo asesinó, dejando su cadáver abandonado dentro del maletero de un Renault 4 de color rojo, lo que produjo una conmoción generalizada en toda Italia y gran parte de Europa. Leonardo Sciascia, diputado por entonces del Partido Radical, participó en la comisión parlamentaria que investigó los hechos, y en agosto de 1978 escribió el libro que le comento.

Durante los casi dos meses que duró el cautiverio Aldo Moro escribió una serie de cartas, que fueron publicadas con el consentimiento de los secuestradores en diferentes periódicos. En ellas pedía que el gobierno aceptara la demanda de las Brigadas Rojas de liberarlo, a cambio de diferentes presos políticos pertenecientes a la organización. Intercambio de prisioneros en época de guerra, según la jerga brigadista. Al mismo tiempo los secuestradores emitieron otra tanda de comunicados donde explicaban las razones por las que se había producido el secuestro y el fatal desenlace final en que acabaría, sino se aceptaban al pie de la letra sus peticiones. A partir de esta documentación y de las subsiguientes réplicas y contrarréplicas de los diferentes estamentos de la vida social y política italiana, Santa Sede incluida, Sciascia elabora un itinerario, con vitola detectivesca, de los pensamientos, sentimientos y hechos de los diferentes protagonistas que, al cruzarse entre ellos fuera del marco habitual de la corrección y la diplomacia política, producen un chisporreteo que ilumina, como si fueran bengalas en un campo de batalla, la cara oculta y sucia del poder, esa donde hinca sus raíces y chapotea lo que algunos siguen llamando, con la fe del carbonero, la honorabilidad del servicio público, y tal y tal. Sin pararse a pensar que difícilmente puede haber servicio público sino hay servidores. Y que no puede haber servidores públicos sino hay respeto a los que se sirve, porque tampoco lo hay a su manera de elegir y de controlar.

Cuando no hay respeto entramos en ese ambiente dominado por el asco que produce la confianza. Es el ámbito donde se encierran todo lo que dan de si los sentimientos enconados de las familias. A esta conclusión llega Sciascia sobre la politica italiana, mientras fija su atención en las maneras que se ha desarrollado el secuestro de Moro. Efectivamente, todo en la península itálica es una cuestión de familias, y de la repugnacia que produce el saber que nadie se respeta pero que todos se temen, a sabiendas que todo lo sella "la confianza" que tienen de que nada quedará fuera del radio de su influencia. Enrocada así la confianza, la familia se puede asegurar que lo es todo. Pero es, entonces, cuando empieza a ver alucinaciones de todo tipo.

Llegados aquí lo mismo daban las Brigadas Rojas, la Democracia Cristiana, el Partido Comunista, los Sindicatos, la Santa Sede, etc...La lucha que había entre ellos ya no era por asuntos de ideología ni de visión de mundo, ese traje con que vestir dignamente el puñado de ideas que antaño los inspiraron, sino por operaciones de poder, de desplazamientos de las relaciones de fuerza, que ya vivían cómodamente al abrigo de tales vientos idealistas.

Quince años mas tarde compró los derechos de explotación de todo ese basural, en que se habia convertido la familia política italiana, un tal Silvio Berlusconi. Hasta hoy. ¿Le suena la música?

viernes, 22 de abril de 2011

EL DIA DEL INSUMERGIBLE



El 14 de abril pasado el espectro de la Moncloa estaba en Singapur, una de las etapas de su viaje por el extremo oriente. Allí, ante una reunión con los de por aquí, que están haciendo las chinas, dijo: "España todavía tiene dificultades, pero el barco va a seguir navegando con fortaleza, es un poderoso trasatlántico. Estad tranquilos, estad tranquilos". Con un par. Supongo que el mismo, la testosterona tiene estos arranques, que le llevó a soltar la metedura de pata de anunciar las inversiones chinas en nuestras cajas de ahorros, anuncio que fue desmentido de inmediato por los fondos chinos

Su falta de visión esteroscópica al mirar mal y solo por el ojo izquierdo, siempre le incita a este hombre a decir estas cosas, que se caracterizan por la ausencia de relieve. Piensa en colorines, pero dentro de un mundo plano. No hace falta que le recuerde que ese mismo día, hace 99 años, se hundía para siempre en medio del océano Atlántico el Titanic, símbolo por excelencia de lo insumergible, de lo eternamente perdurable. Desde entonces decir trasatlántico, y después de la peli de James Cameron todavía mas, significa que la cabeza y el corazón se llenen sin remedio de Titanic, y todo el rosario de imposturas y calamidades que lleva asociada la palabrita. Fue el primer acto de la caída de los dioses de la ciencia y la tecnología, y su voluntad de poder dominar la naturaleza de forma definitiva. Un pequeño roce con un iceberg que pasaba por allí, puso fin a la singladura.

Un espíritu libre no debe educarse como esclavo. Pierda toda esperanza, lamentablemente al frente de este trasatlántico y su flotilla de veleros que le acompañan solo se encuentran tipos dominados por el espíritu del samurai. Siempre a servicio de la voz de su amo, que no se sabe donde está y que siempre está en silencio. Alguna cifra, algún diagrama de barras, poca cosa mas. Deje de reirse y échese a temblar, al contrario que el capitán del Titanic el espectro de la Moncloa ha decidió abandonar el barco en medio de la catástrofe. Llevándose consigo todos los botes salvavidas.

jueves, 21 de abril de 2011

NOCHES BLANCAS, de Luchino Visconti












LO QUE DA DE SI UN CORAZÓN AJENO

Después de tratar el mes pasado con la pérdida y el duelo que provoca la muerte de un ser querido, este primer mes de primavera nos hemos atrevido con el sentimiento del amor, y así poder comprobar que es eso que, cuando la muerte nos lo arrebata, nos sumerge en un estado de miedo y desolación desconocidos. Como puede deducir estamos ante dos sentimientos de nivel alto, de armas tomar, con los que uno se juega todo lo poco que tiene y ante los que hay que arremangarse antes de meterse de lleno en su campo de acción. Salvo algunas excepciones, propias de especímenes de esta clase media atiborrada, que no es capaz de sentir algo si antes no le llenen el bolsillo, y que nos abochorna con su inconmensurable simpleza y desden hacia lo que tenga que ver con los sentimientos como fuente de vida y conocimiento, el resto de lectores y espectadores sacaron de donde pudieron el suficiente valor para, al final del exigente reto que tenían delante, salir con fuerza y sabiduría renovadas.

Decir antes que nada, para entendernos, aunque sea a costa de reducir un tanto el asunto, que lo que llamamos Amor necesita de dos impulsos. Uno, el enamoramiento, ese momento inicial en el que convertimos al hombre o mujer en objeto único y obsesivo de nuestros sueños. Dos, el amor propiamente dicho, donde la persona anteriormente soñada se encarna en los envites de la existencia, convirtiéndose en el hombre y mujer de nuestra vida. Sin que esto contradiga que en el momento mas inesperado todo se abisme por el sumidero donde acaban siempre nuestras miserias, ya que la historia puede volver a comenzar de nuevo.

Antes de convertirse en un mapa, que han de mirar todos lo dias porque se mueve, el amor de Mario y Natalia han de superar, en la prueba de su enamoramiento, si lo que sienten es algo enconado que les hace ver visones o es un sentimiento equivocado, confundido con otro o mal elaborado, que acabará convirtiéndose en fuente de sorpresas para ellos mismos y, de paso, para los que estamos viéndonos, al verles.

La película de Visconti esta contada bajo el prisma y la influencia de esas pruebas del enamoramiento de los protagonistas, con algunos aterrizajes por separado en lo propio de sus vidas cotidianas. De lo que se trataba era de ver, y después razonar sobre lo que se miraba y se oia, si un sentimiento tan evanescente, con tan escasos anclajes en lo real (fijarse locamente en alguien que no es para que nos de lo que no tiene, tiene mucha tela), tan frágil y tan vulnerable, se responsabiliza, y cómo, de sostener el conjunto del relato. De ver su arquitectura hecha a base luces y sombras, de palabras elementales dichas con la máxima solemnidad y de todo esos silencios que hacen del enamorado sentirse permanentemente amenazado. Y todo ello teniendo en cuenta las formas explícitas que transmiten las imágenes, que tan poco dadas son a la ambiguedad.

El talento de Visconti fija lo que de suyo tiende a ser escurridizo y, por lo tanto, no se puede visualizar, haciendo que el espectador compruebe la forma que tiene. Cualquier espectador adulto, y medianamente saludable, ha pasado por el trance del enamoramiento y sabe, por tanto, que ahí dentro hay cualquier cosa menos estabilidad, unicamente hay hambre del otro y vértigo sino se deja comer. Uno tiene la sensación de que le estan pasando muchas cosas al mismo tiempo, pero no logra ver ninguna con claridad. De que se esta muriendo cocido en sus adentros, mientras los demás, no sabe por qué, no dejan de hablar o de reirse ahí fuera.

La elegancia viscontiana, heredada de su rancio abolengo de aristócrata europeo, hace que todo ese volcán en el que se encuentran inmersos los amantes, atempere sus embestidas sobre una ciudad en ruinas, deambulando entre sus rincones mas canallas llenos de putas, chulos y borrachos, visibles como fantasmas en medio de una constante niebla. De esa manera hace que solidifique, durante las cuatro noches que dura el itinerario de los amantes, la erupcion de sus corazones: en la mas bella historia de amor que nunca antes se habian imaginado. Y el espectador se queda atónito, ante el espectáculo visual y el chute de conocimiento que le meten en el suyo la vida de esos frágiles corazones, poco antes tan ajenos y desconocidos.

martes, 19 de abril de 2011

DE NUEVO CON WALTER BENJAMIN


Entender lo que esta pasando, a partir de ahora, debe aspirar a conseguir un montaje provocativo de imágenes mediante la asociación, disposición y selección del material histórico mas diverso.

Déjeme que le muestre así el espíritu de un librito que se titula, “LA OBRA DE ARTE EN LA EPOCA DE SU REPRODUCTIVIDAD TÉCNICA”, de Walter Benjamín. El montaje como un estilo de vida, nada mas ni nada menos.

Mirando con atención la peligrosa deriva en que la técnica había metido a la tradición del pensamiento occidental, y pocos años antes de que Hitler diera el primer paso para convertirla en un conjunto informe de ruinas y cascotes, este judío marxista tuvo una visión que se puede resumir en esa frase del principio. Quedaba claro, y a partir de 1945 mas claro todavía, que desde entonces en adelante solo viviríamos entre fragmentos y fantasmas que, no por capricho, era lo único que había quedado. Y cualquier intento de volver a la inocencia original se presentaba como algo inalcanzable. Ayudados y ensimismados por el fulgor de la técnica aquellos iluminados fueron demasiado lejos en el cumplimiento del imperativo hegeliano del espíritu absoluto, pero lo que se encontraron al final fue al demonio que llevaban dentro. Bien es verdad que nadie los advirtió, porque nadie estaba para fijarse en tales fruslerías ya que todo el mundo pensaba que pertenecían al oscuro pasado, de los lugares que ocupa. De los huecos donde se aloja. Es mas, se convencieron de que, como Dios, el diablo no existe. No les faltaba razón, eran ellos mismos. Su locura esquizofrénica les dio para representar ambos papeles con absoluta credibilidad.

Lo que seamos capaces de hacer con el montaje de los fragmentos y fantasmas que nos toque en suerte, es lo que dará de si nuestra felicidad y el bienestar al que lícitamente seguiremos aspirando. También será el ámbito propio del entendimiento de nuestra mirada. Se atrevió a decir el de Berlín, en contra de la opinión de los que no querían entender lo que estaba pasando en aquellos años de furia y plomo europeos.

Creo que Benjamín fue un pensador que no se dejó sobornar, metido contra su voluntad en la peor encrucijada de la historia. Lo que se intuye leyendo sus textos es la tensión que debió sufrir para conjugar su formación intelectual dentro de la ortodoxia marxista y su educación sentimental judia laica, en los años veinte y treinta del siglo pasado. La inquietante heterodoxia que rezuman sus palabras, lo hace ser un tipo a tener siempre en cuenta.

Por lo demás, ya sabe que Walter Benjamín se suicidó en Port Bou en septiembre de 1940, donde el creía que, no me diga a cuento de qué, se encontraba la última frontera de lo que quedaba de la civilización europea, para desde allí poder saltar a América.

He vuelto a Benjamín. He vuelto con unos amigos al lugar de los hechos. Convertido ahora en lugar de peregrinaje cultural, para dar a conocer el final de su trágica existencia y, si alguno pica, despertar el interés por su pensamiento. Con la cabeza puesta en su idea sobre el montaje como única forma de pensar el presente, vale la pena seguir los últimos días del Walter Benjamín sobre una Europa en llamas, cuyos rescoldos no se han apagado todavía, a la espera de que alguien vuelva a reavivarlos. Estará de acuerdo conmigo que, hoy, candidatos no faltan. Únicamente buscan el momento y su oportunidad.

sábado, 16 de abril de 2011

LA VIDA EN TIEMPOS DE GUERRA, de Todd Solondz


MEJOR EN TIEMPOS DE CONFUSION

Al contrario que las palabras, que nunca acaban en si mismas, la capacidad significativa de las imágenes tiende a concluir en lo que muestran al espectador. Es tan explícito y evidente lo que se ve que cuesta creer que haya algo más. Lo que pueda haber mas allá no es a cuenta de lo que se está viendo, sino, en todo caso, de lo que se haya visto. La ambigüedad no es una de las virtudes propias de la imagen. Este de acuerdo o no con tal aseveracion, lo que debe convenir conmigo es que ni las palabras ni las imágenes pueden ser pasto de la confusión. La literatura y el cine, en fin, las práºcticas creativas, estan ahí para orientar en esa masa ingobernable que llamamos la realidad. El relativismo interpretativo dominante impide meterle el diente con solvencia a todo esto, en un momento que resulta particularmente perentorio. Es lo que nos impide avanzar, porque, a la larga, todo vale. Mejor dicho, todo vale lo mismo.

Yo creo que la peli de Solondz es confusa. Y no vale lo mismo que otras que tratan de lo mismo. No orienta al espectador en el lío sentimental que se mete y que lo mete. Mas bien se deja llevar por el, hasta adquirir una de sus formas, dejando al lío en sus entrañas dando coces como una alien desesperado por salir. Y de nada vale que el relativista diga que eso depende de cada persona, porque yo no estoy hablando de eso. De lo que estoy hablando es de la necesidad de sentirse orientado dentro del laberinto que forman nuestros sentimientos y los de los personajes, mientras miramos la peli. Yo creo que el relativista cuando dice que aquello de nada es verdad o mentira todo depende del cristal con que se mira, y tal y tal, se esta refiriendo a dejarse llevar por la corriente, para poder decir a continuación lo que le pete. Indudablemente no hay discusión posible sobre esa pasividad suprema, semejante a uno de los atributos mas notables del corcho cuando flota encima del agua.

Yo siempre le pido a una peli, o a un libro o a un cuadro, orientación y además, ¿hacia donde? Que haga de taladro, abriéndose camino entre los duros e imprevisibles cascotes que habitan en la realidad. No que haga de papel de celofán, envolviendo semejante cantera y sus mas que probables derrumbes. Aquí no tiene nada que hacer el relativista, ya que esta fuera de juego. Retírese, por tanto, a sus aposentos. Una peli admite varias lecturas o visionados pero lo que no puede admitir son varias pelis. Esta deriva fantasiosa es lo que le gusta al relativista. Ver varias pelis en una y pagar solo por esta. Ahora resulta que, también, es un gorrón. Eso no esta bien.

¿Que es lo que prima en Soldonz, la búsqueda de la verdad de la sociedad que retrata o la originalidad en la forma de hacerlo? Yo creo que lo segundo, llevando al espectador a instalarse cómodamente en lo de muchas pelis en una. La mala costura de todo lo que soporta cada personaje, los zurcidos improvisados entre lo que trajinan unos con otros, las hilachas al viento fruto de su libre albedrío, etc...., hacen creer la falsa ilusión de que cada uno tiene su propia historia que vale la pena ser vista, al margen de por donde discurra el conjunto. Asi, en un imaginario coloquio posterior, cada espectador puede ser fan o adversario de la depresiva Helen, de la inconsecuente Joy o del resentimiento del expresidiario Bill. Los tulipanes pueden servir, entonces, para adornar los sueños de cada cual o ser utilizados como cortesía hacia los de los demás.

miércoles, 13 de abril de 2011

LABERINTO

Me dispuse a realizar el segundo transbordo pertinente, y cotidiano, que me acercaría, después de cuatro o cinco estaciones, a mi lugar de trabajo. Empecé a caminar por uno de los dos largos pasillos, que estaban antes de llegar al anden al que me dirigía. Iba como todas las mañanas somnoliento y con la mente ocupada de esa manera que se dice para abreviar, en blanco. Como siempre notaba que el malestar del madrugón se alojaba entre las junturas de los huesos. Aproximadamente a la mitad del corredor noté que me encontraba solo. Mire para atrás y hacia delante con la intención de cerciorarme. Efectivamente caminaba apresuradamente, y solo. Me empezó a agradar ese punto de notoriedad que me brindaba el inicio de la jornada, siempre envuelto en un descomunal bullicio, lo cual hizo que despertaran en mi cabeza augurios de algo diferente. El blanco empezó a coger color e incluso algo de relive en su superficie. Aminoré el paso, pues la ocasión merecía la pena. Mis andares ralentizados empezaron a satisfacerme, hasta llamar mi atención como nunca antes recordaba. Cerré los ojos y me dejé conducir por los senderos de las tinieblas que así se abrían a mi paso. De vez en cuando verificaba que seguía solo, para lo cual abría los ojos y me aupada sobre las puntas de los zapatos haciendo gestos extraños.

De repente me di cuenta de que el pasillo donde me encontraba parecía no terminar nunca. También comprobé que unos pasos mas adelante desembocaba otro pasillo igualmente interminable, que recibía la luz proveniente de un tercero también de hechuras infinitas. Dejé de hacer gestos y me puse pálido. Grité hasta desgañitarme pidiendo ayuda. Corrí con desesperación por cada corredor tratando de buscar una salida. Deseando encontrarme con alguien. Sudoroso, sin fuerzas, deje escurrir una lagrima ante mi fatal destino.

Siempre he pensado que puedo hacer grandes cosas fuera del ámbito de la influencia familiar y de la oficina. Poder salir de esta doble vida que llevo, que me hace ser uno de lunes a viernes y otro el sabado y el domingo. Una doble vida a la que la única salida que le veo es la locura. La oficina me pone delante de unas exigencias tan claras como, a veces, insuperables. Luego cuando llega el fin de semana no tengo ganas de hacer nada, pero la obligación de divertirme se me presenta igualmente de forma obligatoria e imperiosa. Por otro lado, en casa mi padre no puede entender que todas las penalidades que ha tenido que sufrir para llegar a donde ha llegado, son cosa que no me lleguen a concernir. Antes de que me vaya a vivir por mi cuenta, yo creo que le gustaría que formaran parte de su herencia genética.

Cuando digo hacer grandes cosas no me refiero a hacer grandes viajes y todo eso. De hecho soy de los que pienso que para viajar no hace falta moverse de casa. Lo único que deseo es que haga lo que haga allá donde vaya, no se convierta en espejo de la rutina de mi doble vida. En el rostro de la misma nausea. Simplemente me gustaria que se reflejara en mis actos como se mueve la vida, abiertos a la experiencia del tiempo y de la imaginación. Por eso, el colapso que he sufrido esta mañana no se a que ha sido debido ni si es le reflejo de algo que desconozco.

martes, 12 de abril de 2011

EL JARDIN DE LOS CEREZOS, por La Funcional Teatre


LA VIDA TAL Y COMO ES VIVIDA

Los desolados y los indignados de por aquí deberían dar las gracias públicamente a La Funcional Teatre por el regalo que les han hecho, en este comienzo de primavera, al ofrecerles una nueva representación de El Jardín de las cerezas, del gran Antón Chéjov. Ya sabe, para esta gente, “Abril es el mes mas cruel. Hace brotar lilas de la tierra muerta y mezcla la memoria y el deseo” (T.S. Eliot).

Chéjov es un autor idóneo para ser escuchado. En sus textos, los personajes tratan con la vida sin heroísmo con el único afán de alcanzar la normalidad. Deberian saber los desolados y los indignados que tal propósito, que a ellos les resulta dolorosamente inalcanzable, Chéjov lo consigue sin que tengamos que sentirnos en deuda por su genialidad. Deberían tomar buena nota de este supremo ejercicio de humildad.

Los cambios siempre han existido. De hecho es imposible imaginar la vida sin ellos, como igualmente lo es sin la presencia al final del camino de la muerte, la madre de todos los cambios. ¿Imaginan los desolados e indignados lo que sería del lustre y la prestancia de la vida sin la sombra amenazante de la parca? Poco mas que un erial seco con alguna mosca cojonera zumbando de un lado para otro . Todo esto lo sabemos, y los desolados e indignados mejor que nadie, lo que no sabemos es como lo sabemos. O si lo sabemos es de modos y maneras siempre insatisfactorias. Esta es la fuente principal de la desolación y la indignación. Por eso Chéjov es un antídoto cabal para este tipo de anomalías. Regula como un viticultor enamorado la cantidad y la calidad de lo que mete en sus textos, para que la complejidad de la vida no pierda su punto exacto de maduración.

A la obra de la Funcional Teatre yo le achacaría algunos excesos que tienen que ver con la sobreactuación de alguno de sus actores (sin quitarle su mérito, vistos de forma aislada), que entorpeció el rendimiento adecuado del gran potencial interpretativo de los otros, más la presencia injustificada de ciertos momentos musicales. Me refiero, sobre todo, al que nos ofreció el filósofo nihilista prerrevolucionario, sobrevenido milagrosamente en un cantante avant-la-lettre. Ya se que la tentación de innovar es irreprimible en un creador, y legítima, pero yo pienso que el mejor homenaje a Chéjov es volverlo a oir como él escribió en el siglo XIX, y sentir las resonancias y los equilibrios que siguen siendo vigentes en el XXI.

La innovación se ha de producir, en todo caso, en el cerebro y el corazón del espectador, comprobando la nula distancia que nos separa de los personajes de la Rusia zarista de entonces, así imaginados. Y si después, hubiera un espacio para compartir semejante experiencia (la forma de colocar a los espectadores alrededor del escenario ya lo sugiere con acierto), a la obra se le podría poner, con toda justicia, la vitola de total. Debemos ir aceptando que la innovación, como el progreso, no siempre son sinónimos de acierto ni de belleza ni de avance. Que muchas veces lo que consiguen es todo lo contrario. Esto está en el sino y en el signo que traen los cambios que se están produciendo ahora en nuestras vidas. Aunque les parezca inadmisible a los desolados y, más que a nadie, a los indignados. Otra cosa es innovar sin olvidar, del todo, como está el cotarro de la creación artística y sus subvenciones. Lo cual también forma parte de los placeres y las servidumbres de nuestros días.

Chéjov nunca quiso incurrir en los excesos ni quiso abarcar toda la vida con sus textos. Ni transcenderla en su inconmensurabilidad ni buscar soluciones a sus imperfecciones. Únicamente quiso dar forma a partes discretas de la misma. Fijar su atención en la vida tal y como es vivida. La mejor manera de que sea merecedora de respeto, se viva como se viva. Chejov siempre entendió la literatura como cosa literaria antes que como una poética realista de lo ideológico o de lo social (hacia este lado se escora demasiado el rumbo final de esta representación). Por eso es tan actual, aunque la Rusia zarista la sintamos ya muy alejada de nuestros usos y costumbres.

lunes, 11 de abril de 2011

ESTAR SIEMPRE EN EL MISMO SITIO

Los indignados son gente que también se preocupan. Yo diría que su indignación es el resultado de una sobresaturación de preocupación. Una preocupación, a su vez, inducida por una sobresaturación de información que invita a una dinámica social permanente, lo que acarrea una perdida sustancial de atención en las cosas que les importan, y la insatisfacción que todo ello les produce: sospechar que están siempre en el mismo sitio. La indignación vendría a ser así el correlato de un mundo que echa toneladas de basura sobre lo importante, que en lo fundamental sigue siendo lo mismo que hace miles de años: que cuando miramos al cielo, al mar o al fuego, y ahora a las pantallas, seguimos sin saber que coños hacemos aquí. La indignación es el correlato en unas vidas que han creido saberlo todo, hasta que llego un tsunami del mar o de wall street y, de repente, se sienten desnudos y desvalidos como la madre que lo parió. La indignación es el correlato de no aceptar que todo lo que les han enseñado no sirve para nada y tienen que empezar a aprender de nuevo. Han cometido graves errores de percepción, llevan mirando para otro lado desde hace unas cuantas décadas, y ahora cuando no les salen las cuentas van y no saben hacer otra cosa que indignarse. Indignados en su rincón todavía tienen ganas de hacer algo, pero la rabia y la ofuscación los tienen paralizados.

La preocupación y la indignación les van cosiendo las cosas y los sucesos de sus días con sorprendente uniformidad. Hablas con esa gente y todos están aquejados de semejante estado de animo. Aparentemente se comerían crudos a los que han construido una mundo tan canalla, pero en verdad lo que observas es que todos tienen su tiempo saturado de similares congojas y sus malas babas dan igual gama del color gris. Es imposible ver lo que realmente les importa.

Pudiera parecer, a primera vista, que es la estabilidad económica, garantizar un futuro para los hijos, o de que no quieran que alguien indigno les robe el corazón, y todo esa cantinela. Pero, visto lo visto, ¿que tipo de garantía es esa? ¿de que los protege? ¿tan nula consideración tienen la libertad y la experiencia que puedan adquirir sus hijos, que se preocupan por dejarselo todo atado y bien atado? ¿se han parado un momento a pensar porque los quieren a ellos y que consideración tiene todo ello sobre su conciencia? Se preocupan y se indignan, pero no se fijan en como están aprendiendo sus hijos, y menos aun son capaces de verse así mismos ejerciendo ese tutelaje. Fuera del ámbito de una lógica ya enfermiza - ese inquebrantable optimismo cultural, cuya falta de penetración ellos mismo son un ejemplo de su decaimiento - no pueden mostrar nada, ni sus argumentaciones, otrora un canon indiscutible, no son nunca irrefutables.

Si no salen de su indignación el mundo que dejaran en herencia a sus hijos será de cerebros cortos y bocas grandes. Unas bocas que ya empiezan a vomitar fuego en lugar de pronunciar nuevas palabras, que sean capaces de inducir nuevas acciones para estar en el mundo. Para poder entenderlo.

jueves, 7 de abril de 2011

DESOLACIÓN VERSUS INDIGNACIÓN

Cuando nos despeñamos, si un terremoto ecónomico no modifica las curvas descendentes, hacia los cinco millones de parados, y al lado de los incontables nichos de desolación y desdicha que toda es insidia esta provocando, hay gente repartida en otros rincones que necesitan hacer algo. Si en los nichos de la desolación ya no queda el menor atisvo de renovación ni siquiera buscando la ayuda a los astros mas favorables, en los otros es la indignacion contenida la que está provocando este movimiento. A lo que dé de si la lucha sin cuartel de estas dos fuerzas incontrolables esta encomendado, sin remisión, nuestro destino.

Los de la desolación tienen que recorrer su camino cargados con su desdicha, dándose por satisfechos cuando su círculo se cierra. Ese dia, que en estos nichos llega mas pronto que tarde, en el que se sienta la desolación como una satisfación y al reves porque ya van de la mano, ese día en que ya de igual imaginar que si el camino hubiera sido mas largo, tal vez, la desgracia podría haber desaparecido, ese día en el que robar deje de ser una oportunidad más, ese dia todo se volverá translúcido. De ese color que anuncia la muerte sin que el corazón deje de latir. ¿No los ha visto caminando por la calle? Fíjese y verá lo inimaginable. No piense que es la desolación que lleva encima el paria zarapastroso, que no tiene donde caerse muerto ni nada que llevarse a la boca. Pero al igual que éste, deambulan por ahí porque ya no tienen nada que perder delante de la mirada ajena.

Los de la indignación todavía no tienen claro su itinerario. Saben que hay horizonte por delante y que tienen motivo y recursos para intentar abordarlo. La tentación por tirar de lo ya sabido es grande. Pero saben que su indignacion no es la del fanático iluminado, ese especimen que pretende dar luz, mientras berrea, a una sociedad que se niega, a pesar de la criminal injusticia del momento, a vivir sin el acompañamiento de sus sombras. Yo creo que han optado por mirar con mas atención a lo que esta pasando. Abrir los ojos todo el tiempo, por fin, y dejarse llevar allá donde el pensamiento y la conciencia los guien. Sienten que se han equivocado, mejor dicho, que han tardado demasiado tiempo en aceptar que habian dejado de estar en lo cierto. Y sienten el dolor de ese fracaso, sobre todo, porque nadie les habia obligado a ello. Esta es una sociedad oficialmente libre y laica, pero también, oficiosamente, colmada de reproches. Pudieron dejar mucho antes su manera engañosa de mirar, pero le tuvieron miedo al reproche. Ha sido éste quien ha ligado ferreamente su tormento y su fracaso hasta ahora. Es por ello que no son visibles. Aun consideran del todo imposible manejar con soltura los detalles de su nueva mirada. Les es dificil imaginar que todas las cosas se puedan hacer de una en una y no digamos juntas. Pero lo mas difícil para ellos es mantener los ojos abiertos, sin que les entre una fe nueva que los obligue a cerrarlos de nuevo, para poder creer en ella.

miércoles, 6 de abril de 2011

INCOMUNICACIÓN

Lea con atención esta frase, “todo el esfuerzo de mi vida lo he dedicado a hacer todo lo posible para que no me entiendan”. Creo que ya la mencioné en otra ocasión, la frase es del personaje central femenino de la novela “Retrato de una dama”, de Henry James. Y esta otra, “no soy capaz de sentir Europa”. Así se expresó, delante de mí, un ciudadano cuando un tercero le preguntó sobre el asunto. Entre la forma de sentir del segundo y la voluntad explícita de la primera existe una íntima complicidad que atraviesa el continente, una perspectiva que apunta, como la bala a la diana, al choque exacto y calculado. La Europa que queremos dejar esta hecha de esos sentimientos fatalmente encontrados, como la guillotina y la cabeza, y de esa determinación incomunicativa con todo lo que está fuera de uno.

Este fin de semana he asistido a un encuentro de ciudadanos y ciudadanas europeos en la Lombardia italiana. Con estos encuentros, que se hacen de forma habitual en el continente, se trata de luchar contra la frase canalla del personaje literario y salir al paso del sentimiento obtuso del ciudadano de carne y hueso. Se trata de ayudar a que cicatricen, de una vez i para siempre, las llagas, todavía supurantes, de las fronteras. Las geográficas y sobre todo, por encima de rios, valles y montañas, las fronteras mentales y emocionales, que son las que más daño hacen.

Se habló, y mucho, de unidad y de diversidad. Se habló de que estamos condenados a casar en matrimonio indisoluble estas dos palabras. Y a casarnos con su casamiento. Contra la pérfida voluntad estudiada de que nunca me entiendan. Contra el vuelo gallinaceo de quien no quiere sentir mas allá del corral donde habita. En fin, contra esa osbtinada percepción, torpe y ciega, que acarrea tanto sufrimiento.

Tenemos las palabras, pero nos faltan la sintaxis y los espacios donde se puedan conjugar sin molestias ni literalidad, donde podamos desarrollar esa nueva agudeza en la percepción que nos haga posible hablar y actuar de otra manera. Tenemos las palabras pero estan dentro de una obscuridad, que no es ni la de la noche ni la de la ignorancia. El personaje literario y la persona de carne y hueso son tipos inteligentes e ilustrados. Gente así, como a quienes ellos representan, no dejan de hablar como cotorras a la luz del día. Tome nota de a donde hemos llegado.

Es la obscuridad de nuestro interior del que procede todo. Es una perspectiva desconocida porque la hemos olvidado, donde todo es indivisible. Todo es una sola cosa. Los europeos solo podremos hablar y decirnos algo a nosotros mismos y al mundo, algo que no suene a sumisión y ultraje, si nos imaginamos, como los primeros pintores en el fondo de sus cuevas. No dentro de un imperativo y refulgente refinamiento social, sino en la necesidad de ocupar un nuevo lugar en el planeta. Aquellos artistas de hace 15000 años fueron capaces de imaginar, en el fondo de sus cuevas, unas pinturas de una inusitada belleza y solidez técnica. Su arte píctorico nació casi perfecto. Lo que veian mientras cazaban y lo que pintaban después tenía para ellos, siendo cosas diferentes, una incuestionable y misteriosa unidad, que representaron en el mismo sitio en el que nosotros lo hemos encontrado. Tiempo después alguien dijo que habia descubierto las claves del misterio, que la solución no estaba dentro sino fuera de la caverna. Y empezaron nuestros males.

lunes, 4 de abril de 2011

TODAVIA EN EL SIGLO XX

En el mismo tiempo que el espectro de la Moncloa desojaba su Margarita sobre si se seguía riendo en lo mas alto de la montaña en la que se creía que estaba instalado, o si descendía la colina en la que realmente se encontraba desde hace siete años y desde la cual sus risas no tenían ninguna gracia, se ha vuelto a reeditar un libro importante directamente relacionado con los asuntos del poder, "Memorias", de Arthur Koestler. El autor húngaro, gran conocedor de los entresijos del siglo XX europeo, nos cuenta en su autobiografía lo que dio de si el criminal y creativo siglo pasado, del que nos cuesta salir tan apegados estamos a sus señas de identidad preferentes. Ya que seguimos imaginando el ejercicio del poder y la creatividad con esa impiedad que inauguro, con su peligrosamente forma de vivir, el siglo que hace diez años dejamos.

Dentro de esa herencia los sistemas cerrados de pensamiento y organización sean, quizá, lo que todavía dura y continua, paradójicamente, en un mundo en el que las estructuras tecnológicas que hicieron posible su éxito han desaparecido casi por completo. Cuesta convivir, en la época de la interdependencia y la interconexión en las diferentes redes sociales, con la proliferación de los somormujos. Jóvenes somormujos que tienen el dedo ágil delante del teclado pero al cerebro le han cancelado todas las salidas al exterior, dejandoselo lavar con cualquier contaminación de las muchas que los rodean. Intelectuales somormujos que siguen viendo en las patochadas y delirios del poder una realización cabal de sus ensoñaciones mentales, lo que les lleva a postularse como abajo firmantes incondicionales. Y como podian faltar los tertulianos somormujos, esa nueva especie multidisciplinar y de todas las formas y perfiles imaginables, que han hecho escuela en eso de creerse con autoridad por el hecho de escucharse así mismos.

El final de las teorías holisticas, que recorrieron con su sanguinaria imaginación todo el siglo pasado, han desaparecido exhaustas. Pero su hueco sigue ahí, dispuesto a que los nuevos somormujos lo llenen en cualquier momento, aprovechando la digitalización de la vida cotidiana, con sus nuevo catalogo de fes ensimismadas. Malo fue entonces cuando cualquier meapilas podía pasar por sabio con solo aprenderse la lección de memoria. Pero había algo de verdad oculta en esa devoción, como de cura de aldea, que se prodigaba al oficiante de turno, ya fuera en la universidad o en las fabricas. La del que se cree no saber, haciendo virtud de su pereza mental hasta convertirla en inocencia. Pero, sobre todo, lo que había era mucho silencio. La ceremonia se caracterizaba, en lo fundamental, porque uno que parecia saber le daba al pico y los demás escuchan sin mover una pestaña ni levantar el menor atisbo de critica, sino querían ser presa del escarnio colectivo. Sin embargo, mucho peor es ahora. Wiquipedia ha creado toda una pleyade de semicultos, fanáticos abanderados del hablar por hablar de todo lo que saben, que nos van a volver a todos sordos. La pereza mental continua, pero se ha perdido aquella misteriosa devoción antigua.

Koestler milito en todas las filas y de todas se salió. Participo en todos los conflictos y de todos consiguio escapar. Al final, y tal vez por todo ello, el siglo se le debio atragantar y no espero a que la muerte le llegara a su tiempo, sino que salió a su busca en compañía de su mujer, suicidandose a principios de los ochenta, cuando el siglo XX iniciaba su declive oficial que llegaría al final de la década con la caída del Muro de Berlin. Fue fiel a su siglo hasta el final, haciendo caso a la mas monstruosa de las frases, que pronuncio un contemporáneo suyo, Elías Canetti: alguien ha muerto en el momento justo. Bajo el yugo implacable de esa racionalidad sin piedad discurrió el siglo de Koestler.