Solo la muerte revela una vacuidad que siempre estuvo ahí. Aunque le parezca inimaginable esta fue la frase alrededor de la cual estuvimos dando vuelta los lectores de "Una pena observada", de C. S. Lewis. Cada uno como pudo. Unos queriendo saber. Otros haciendo ver que ya sabían. Aquellos trajinado con sus adentros como Dios y la razón le daba a entender. Estos disparando desde fuera contra todo lo que se le ocurriera acechar a sus adentros. Como ve, los adentros fue el campo de batalla de la velada literaria.
No se trataba de resolver ningún problema practico. Habíamos quedado para sopesar sentimientos, motivaciones y cosas así. Todos sabíamos que la gente se muere, pero para algún lector, me dio la sensación, de que eso de la parca a él no le afectaba. Todos sabíamos que estas cosas ocurren, pero lo que no sabíamos es como ocurren ni que ocurran así, tal y como nos lo cuenta Lewis. Llegados aquí la concurrencia lectora se fracturó en dos bandos. Dicho así le pude parecer de lo mas habitual. Usted ya sabe, lo nuestro es siempre tomar partido, colocarnos bien pertrechados de munición en una de las trincheras, y esperar la orden de fuego a discreción.
La forma de tratar cada uno con sus adentros fue lo que, al cabo, dio lugar a la aparición de las grietas en el ambiente. Y aunque le parezca mentira los responsables de este figurado terremoto fueron los que no se sintieron capaces de enfrentarse a sus adentros. Los que nos quisieron hacer creer que al asunto del libro de Lewis no los interpelaba en ningún rincón de su conciencia. Ellos estaban allí de analistas, nos llegaron a decir. Ya sabe lo que hacen gente así, como los entomólogos, primero le quitan la vida al texto y luego dicen que lo analizan. Es decir, lo miran de arriba abajo y después escriben un informe para el departamento al que están asociados. O si hay motivo, escriben un libro.
Un texto como el de Lewis que habla de la muerte, mejor dicho, de la pena que la muerte de su mujer ha causado en el narrador, solo se puede leer, aunque sea una paradoja, una más, poniendo toda la intensidad de la vida, de nuestra vida como lectores en el acto de la lectura. Hable de lo que hable el texto, pero si habla de la muerte y sus aledaños con mayor razón, la lectura es un acto de responsabilidad con la vida, con la experiencia de la propia vida. El narrador no engaña y lo deja bien claro desde el primer párrafo: "Nadie me había dicho nunca que la pena se viviese como miedo. Yo no es que este asustado, pero la sensación es la misma que cuando lo estoy. El mismo mariposeo en el estomago, la misma inquietud, los bostezos. Aguanto y trago saliva." En menos de cuatro líneas dibuja el alcance de su estado de ánimo, que vine determinado sin paliativos por esa vacuidad de la que hablaba al principio. Todo lo que sigue es un intento de llenar ese vacío, lo que, ademas, le traerá como consecuencia calmar en parte el dolor inmenso que le produce.
Al lector atento, no al que ha decidido analizarlo convirtiendo previamente en una objeto inanimado, que así es como estudian los entomólogos a los insectos, Lewis le deja bien claro el campo de acción del relato: existimos entre el limite de lo que propio y la existencia de lo que rebasa lo propio. Para recorrer ese trayecto, que no es otro que el de nuestra vida, podemos usar diferentes mapas. El mas común es el que usan los analistas, digamos, tipo pensamiento Alicia: vivimos en un mundo que se proyecta en lo que yo pienso como un espejo. Es el mapa, constantemente publicitado, de la felicidad. El menos habitual es el que no se deja engañar, al menos mientras esta leyendo, con este tipo de cantos de sirena: solo hay un universo, está lleno, es el del desastre, es donde ocurre todo, y luego hay otro absolutamente vacío, el de la esperanza y el simulacro, donde no ocurre nada. Es el mapa de la tristeza. Este es el que al final construye el narrador del texto de Lewis. Tal y como había arrancado, ¿podía ser de otra manera? Hace ya mucho tiempo que alguien dijo que la belleza, en los tiempos que nos han tocado vivir, solo pude llegar a ser visible si es convulsa. La fuerza hermosa del texto es, por tanto, sentir y ver como el narrador levanta delante de los ojos del lector ese mapa de la tristeza, ver todos sus relieves y accidentes, todos sus detalles, tirando unos de otros hasta hacer transitable el mapa.
Cada hora de la vida aprieta pero no ahoga, excepto la última. Afortunadamente no fue el caso en esta reunión de lectores. Así que a los brindis nos convocamos para la próxima, después de haber compartido una buena cena.