lunes, 21 de marzo de 2011
UN VIERNES DE DUELO
El viernes estaremos de duelo en el club de lectura. Hará una semana que despedimos al protagonista, C.S. Lewis, en la película “Tierras de penumbra”, de Richard Attenborough, paseando por un camino de la campiña inglesa en compañía del hijo de su mujer recientemente fallecida. Un mes después escribió el libro, “Una pena en observación”, cuya lectura compartiremos, ya digo, el próximo viernes.
Nos requerirá atención, memoria, concentración, capacidad de relación y asociación, visión espacial, paciencia, imaginación, pensamiento lógico, capacidad de construir expectativas, tiempo y trabajo. Las mismas actitudes y aptitudes que si asistiéramos a un bautizo o una boda literaria. En eso la ubicación del lector no cambia. Leer no es resolver un crucigrama pero si es encontrar un sentido. El sentido no es algo que se sobreañade, es el texto mismo. No es el mensaje que se desprenda del texto, sino el mensaje que es. Todo eso no quiere decir que este exento de placer. No hace falta que le diga que el esfuerzo y el placer van unidos si quieren decir y significar algo. Asistamos a un bautizo, a una boda o a un duelo. Literarios, por supuesto.
¿Cómo se escribe en frío tras la muerte de un ser querido? ¿Cómo se lee, también en frío, sobre eso que alguien ha escrito? No es sobre eso que se llama el golpe recibido, ni ver la manera de eludirlo. Es aprender a mirarla de frente, de la única manera posible. Mirando la lectura que hemos hecho del texto de Lewis.
El tiempo pasa y a partir de una determinada edad convivimos con la muerte porque ya la tenemos cerca. Aunque no hablemos nunca de ello, la procesión va por dentro. Entonces empezamos a sentir lo que literariamente se llaman “los huecos de la memoria”; esos lugares donde apenas nadie puede entrar. Nadie que no sea uno mismo. Y no hay manera de evitarlo. A una determinada edad es esta un experiencia que nos ha pasado a todos. Como el bautizo y la boda. Ya se que no estamos acostumbrados y que lo único que hemos hecho ha sido tratar de olvidarla. O quizá hemos hecho otras cosas con ella leyendo otros textos, pero no lo hemos hecho como lo haremos el viernes. A través de la experiencia de Lewis, leer y escribir sobre esa vecina tan incómoda como real, que ya nos acompañará hasta la tumba. Acompañarnos en ese sentimiento común, con el ánimo de entender y hacernos entender. No de buscar o exponer soluciones que nos hagan vivir plenamente de cara a la muerte; siendo totalmente respetables, el libro de Lewis no habla de esas necesidades ni de esas urgencias. El texto de Lewis solo muestra. Es para entender, no para estar en contra o a favor sobre lo que dice. Es para contemplarlo y hablar de esa contemplación, de lo que hemos hecho con ella. Hablar sobre lo que nos cuenta con lo que dice, que las dos cosas (decir y contar)están en el texto. Interpela a esos huecos de la memoria antes aludidos.
Llegado aquí al lector solo le queda tomarse su tiempo para cumplir con la ceremonia de los adioses, sin enredar a la muerta ni engañar a los vivos con inoportunas superioridades morales en razón de las creencias personales. No es el momento de discrepar sobre esas creencias, es el momento de comprobar que hace cada uno con las suyas delante de un episodio como el que relata Lewis, tan semejante al de cada lector como determinante para la vida de todos los lectores. Ningún lector es inmortal, esta es la auténtica certeza de la que partimos a leer sobre este duelo observado. Todos estamos condenados a muerte. Creamos lo que creamos, soñemos lo que soñemos. Por tanto, el dialogo, que no debe estar exento de placer ni de sentido del humor, debe ser honesto y entre iguales. Mas que nunca es el momento de aparcar la diferencias y dejar sobre la tumba simbólica de la fallecida nuestros imaginarios ramos de flores en forma de razonamientos, poemas, imágenes, o lo que nuestra imaginación de sí. Creo que este deber ser el talante y el estilo del club de lectura del viernes, su campo de acción. También el mejor homenaje al autor, su mujer y, como no, a nosotros mismos.
Luego, a pesar del duelo, la vida sigue. Y la manera mas cabal de reconocer que eso es así es compartir una gran cena. En nuestra tradición cultural siempre se ha comido y bebido en abundancia después de los funerales por un fallecido. Con sus risas y sus brindis incluidos. Nosotros como lectores de duelos literarios no somos nadie para romperla. Haremos lo que se ha de hacer. Si usted quiere acompañarnos en este sentimiento de pena en observación, está invitado.