martes, 1 de marzo de 2011

PURA HUMANIDAD


Hubo un tiempo en el que los gigantes y titanes dominaron el mundo con sus megalómanos proyectos, con sus deseos de ponerle el lazo triunfal y definitivo al mundo. Una época en que los hombres soñaron que podían torcerle el brazo a los imperativos de la naturaleza y al mandato divino. En ese tiempo se llevaron a cabo todas las grandezas y las monstruosidades que produjeron aquellos sueños, en nombre de la razón, de la patria, de la clase, de la religión, del estado y de todas las palabras gordas que le quepa imaginar. Fue una época en la que todo se escribió y se hizo con mayúsculas, nada era imaginable con minúsculas. Se pensó a lo grande y se asesino a mansalva. Mientras el grueso de la la vida paso desapercibida, oculta entre lo pequeño. Nunca hubo sentimiento de la medianía. Así fue el mundo en ese tiempo. La paulatina imposición de una técnica, cada vez mas sofisticada, sobre sus designios y devenires colaboró lo suyo a que fuera el logro de la utopia el único productor de sentido, aniquilando de raíz cualquier voz o proyecto que significara algo o tuviera que ver con algún sentimiento intermedio. Todo o nada. Revolución o muerte. Guerra, en fin, para dirimir en el campo de batalla los deseos de los grandes gigantes y titanes, transformados hora en emperadores, hora en cancilleres de hierro, hora en cualquier sátrapa o caudillo menor de la periferia.

Pero lo que no estaba previsto sucedió y la marcha inexorable de la historia se encontró al final con la propia horma de su zapato. Nadie consiguió poner el añorado lazo definitivo al mundo para transformarlo para siempre, pero entre todos cabaron la tumba donde descansan eternamente, ellos mas los centenares de millones que nunca habían salido de la pequeñez del anonimato y a los que arrastraron a la destrucción masiva. Inopinadamente no alcanzaron la Gloria, tal y como la habían soñado, ni el soldado ni el obrero ni el sacerdote ni el revolucionario ni el patriota ni el poeta comprometido ni ninguno de los que se postularon ante el templo de la historia para hacer cumplir la visión por la que habían venido al mundo: salvarlo de si mismo. Todo se acabo definitivamente el día que la foto del Che Guevara empezó a comercializarse, con apariencia de cristo redentor, por todo el planeta.

De entre aquellos escombros todavía humeantes, asomo la cabeza gente que únicamente deseaba olvidar tanto sufrimiento y encontrar una felicidad que le resultaba esquiva, ya que parecía que no esta hecha para ellos en el supuesto de que existiera. En menos de cincuenta años, fijese donde se había colocado el listón de las aspiraciones de la humanidad. Una casa en la ciudad, otra en el campo con piscina. Dos coches. Una trabajo para el y otro para ella. Estudios universitarios, clara que si, para los chicos. Barbacoas los fines de semana, partido de tenis o de golf, y tal y tal.

La clase media se había hecho con el cotarro. Fruto del fracaso estrepitoso de los grandes ideales, la mediocridad era ahora la única ideología, la ideología dominante. Y al igual que el capitalismo, le había cogido la medida exacta a la naturaleza del ser humano, que llevaba milenios buscando su lugar en el mundo. Gente mediocre que es pura humanidad. Gente mediocre con su picos de genialidad y de excelencia, de eficacia y eficiencia, pero gente llena de temores: al acecho de la sociedad y sus cambios demográficos, a perder lo que tienen y que tanto esfuerzo o corrupción les ha costado (la mediocridad no distingue en estos casos, le es lo mismo), al desamparo y al abandono, etc. Gente que ya no vive, aunque se empeñe no pocas veces en disimularlo, entre la nostalgia del paraíso perdido y la esperanza de recuperarlo. Gente que ya ha interiorizado que la creencia en una fuente sobrenatural de maldad no es necesaria, los hombres y las mujeres somos perfectamente capaces de cualquier perversidad. Gente que ya no piensa ni siente a lo grande, sencillamente piensa como puede y cuando le dejan. En fin, gente para la que entre ser feliz y lo contrario acaba por no haber diferencia significativa. Lo cual no le impide soñar. Faltaría mas. Los sueños son mas propios de gente así, bien que lo saben los del gremio del diván y aledaños.

De este tipo de gente van los excelentes cuentos de John Cheever (en la imagen). Gente que se mueve en la órbita de la arrebatadora y temible ciudad de Nueva York, pero que son perfectamente equiparables a quiénes nos encontramos bajo la influencia de cualquier gran ciudad europea. Escritos con un tono elegante, amable, incluso encantador, pero nada agresivo, lo cual no impide a los distintos narradores hacer valer un lenguaje que corta como un cuchillo. No piense que son perdedores y toda su insufrible cantinela, y tal. A estos también se los llevo el retrato del Cristo Che Guevara. No hay negrura ni ambientes escabrosos en superficie, el sentido del humor esta siempre presente de forma incisiva, pero agridulce. Hasta que al final el texto se cierra sobre el principal protagonista y es entonces cuando precipita con toda su intensidad esa mediocridad que le decía al principio. Y no sienta mal, ya que se reconoce la pasta de que estamos hechos los que formamos parte de esta gran clase media, que aguanta y sostiene el mundo en el que vivimos y en el que vamos tirando. Sencillamente son (somos) mediocres porque no pueden (podemos) ser otra cosa. Es francamente conmovedor sentirlo así mientras se lee. Como el amor, tiene que ver con el afecto y la voluntad, y aunque le parezca mentira también es un alivio, porque querer ser otra cosa da pánico solo de pensar lo que hicieron nuestros antepasados, cuando se sintieron capaces de comerse el mundo. Así que la salida de la crisis con tales métodos, de momento, va a ser que no.