En el libro Hipótesis de cine, que le mencioné el otro dia, el autor se imagina que lo que no ha sucedido en la escuela sucede realmente en las familias o entre amigos. Así la transmisión del amor por el cine sucede entre personas y con películas que se heredan o se comparten. ¡Ummm!, como se nota que este hombre enseña aquí al lado, en París. Que bien maneja la segunda fe después de todos los cataclismos en los que nos mete la vida. Que bien suena la música de sus palabras. Heredando y compartiendo, ese respeto al prójimo que no es otra cosa que respeto a uno mismo. Así es difícil que el tópico haga oir su palmito simplón, y tampoco salga a la palestra esa manera de hablar ladrando, usando las palabras como cascotes contra el enemigo de la otra tribu, ocultanto con ese ruido la ignorancia propia. El amor por el cine se hereda, ummm, que eterna primavera nos podría alegrar la vida. Ay, los genes, donde yo los viera ser transmisores de esa verdad, para acabar de una vez por todas con el fatal adanismo que nos aniquila: el mundo es eso que comenzó el mismo día que yo nací. Grita nauseabunda la colera de los Aquiles de turno.
Perpendicular a la pantalla, a una distancia igual a la medida de la pantalla mas un tercio. Ese es el mejor lugar para ver una película. Lo dice el octogenario Mallol, como si estuvira hablando a jóvenes de quince, que le prestan atención sin pestañear. Dignos herederos de su sabiduría artesana.
El capitalismo renano se dió cuenta antes de la crisis y jamás se le ocurrió cortarle el sumunistro a la educación ni a la investifgación ni a la cultura. El capitalismo del meditarreneo suroccidental no se enteró nunca de la crisis hasta que el capitalismo renano le dijo aquello de: o lo haces tu o lo hago yo. Y empezó, apabullado y zafio, a cortar sin ton ni son, creyendo que así es como se corta el bacalao en Europa.
Un amigo que lleva editando peliculas y series de TV desde que le salieron los primeros dientes me comenta que “las salas de cine se han convertido en pocilgas en las que a la banda sonora de la película se le añade una pista más de sorbos, crujidos y paquetería alimenticia variada, completamente independiente del momento emocional que se proyecta. La mala educación de los que llegan tarde, de los que se sientan donde no deben, de los que se quitan el abrigo tranquilamente en la fila delantera una vez comenzada la proyección, de los que apagan el móvil en el último instante (en las primeros compases de la película) o nunca... de todos ellos es el reino de la sala oscura”.
No es contra la educación ni contra la investigación ni contra la cultura, estúpidos. El capitalismo renano no os quiso decir eso con lo que os dijo, aquel aciago fin de semana de mayo. Es cara a cara, en perpendicular, y a una distancia igual a la medida de la crisis y de vuestras corrupciones, mas un tercio. O entonces, ¿para que le sirve a la vida el cine?, ¿para renovar las cochiqueras?.
Bergala llegó a soñar con el día en que “dos o tres niños, en lugar de ir al recreo, puedan mirar libremente, simplemente porque tienen ganas de hacerlo, sin necesidad de la presencia de un adulto, una escena de tres minutos de ¿Dónde está la casa de mi amigo?, de Kiarostami, de Los 400 golpes de Truffaut, de La pequeña vendedora de sol de Djibril Diop Mambety, o de Los contrabandistas de Moonfleet de Fritz Lang”. Se imagina.
Soñar así es soñar con paciencia, confianza y sentido común. Virtudes que el capitalismo meditarreneo suroccidental no se atreve a imaginar ni siquiera para ver como sería la vida sin el áspero pelo de su dehesa. Chulesco e imperioso en las declaraciones públicas, pero apremiante en cortar por donde menos corresponde, se enfrenta a la crisis cojo y con la cabeza metida dentro del ala, como un avestruz al que hubieran amputado una pata.