viernes, 4 de febrero de 2011

APRENDER A VER EL CINE


A cinco horas y media de donde vivo hay un tipo que ha escrito un libro y se ha atrevido ha subtitularlo, “pequeño tratado sobre la transmisión del cine en la escuela y fuera de ella”. El libro lleva por título “La hipotesis del cine”. Y el autor es un parisino que se llama Alain Bergala. Un vecino de aquí al lado.

Si el deporte por antonomasia es el fútbol, al cine lo podemos colocar en un categoria inferior, no me atrevo a decir donde, pero al igual que aquel es algo sobre lo que se suele opinar sin demasiado esfuerzo. En ese amplio desierto caben tanto los que siempre dicen que saben antes de sentarse en la butaca, como los que utilizan el método del pinto-pinto-gorgorito en el momento transcendental de elegir un peli entre las que propone la cartelera de la semana. Todos llevan una ciencia bajo el brazo. Y la falta de esfuerzo los nivela por abajo. Los que dicen que ya saben porque suelen ir al cine a levantar acta sobre si la peli cabe en el canjilón de su sabiduría. Si es que si la peli es una obra de arte sin discusión alguna, poniendo al decirlo cara de perdonavidas por si hay alguien que se le ocurra llevarles la contraria. No aceptan que, como la peli, son de arena, que no son de piedra. Si es que no, peor para la peli y para el director, que ya se puede dedicar a vender helados. Los del pinto-pinto-gorgorito porque su esfuerzo se lo lleva el run run de esa cantinela, hasta que la mano va a la peli o al revés, que nunca se sabe. Hay un tercer grupo - en los paises cainitas donde el debate esta permanentemente desenfocado siempre hay un tercer grupo, un gran grupo, el mayor grupo entre los opuestos e irreconciliables - que hace a pelo y a pluma, pero que nunca dice nada. A parte, claro está, tiene las revistas del gremio de críticos y los programas de radio y televisión. Aquí hay para todos lo gustos.

Yo creo honestamente que nadie sabe nada sobre lo que va a ver. Si sabe algo es de lo que ya ha visto, pero no de lo que quiere saber, que requiere esfuerzo. Y a veces se tiene éxito y a veces no. ¿No le parece que opinar luego sobre ello, sin despeinarse, suena parecido a lo del pinto-pinto-gorgorito? Que estemos atiborrados de imágenes no quiere decir que de esa peli concreta, vista ese dia concreto, sepamos algo. Es única y se merece un espectador único que quiera saber algo concreto. Una peli y un espectador son dos singularidades que se buscan y se necesitan, y que compiten entre ellas poniendo en cuestion sus respectivas competencias. De esa tensión surge el benefico mas interesante de ir al cine. ¿Sino, con quien compartimos el mundo?, ¿con los de al lado igualmente itoxicados de imágenes intoxicadas? Eso nos pasa por movernos constantemente dentro de la geometría de las generalidades y los lugares comunes, cuando cada película deberíamos verla dentro de la escala de nuestra propia experiencia, que es pequeña pero es la única que tenemos, que es mas ignorante que sabia, que es cambiante e imprevisible, sin perfiles claros y definitivos, ambigua y contradictoria, tentada constantemente por la corrupción, soñadora incansable del paraiso. Una experiencia a la que le sobran espolonos defensivos y le faltan grandes dosis de una segunda inocencia. La única manera honorable de volver a ponernos, otra vez, delante de una pantalla.

Como viene a decir Bergala, todo ello entraría en vias de solución si en la escuela se diera lo necesario para ver el cine. El cine no se enseña. Al final de este túnel dominado por listos y autistas, se puede aprender a verlo. Y dejar de enseñarlo para ilustrar ciertos conceptos o ideas abstractas, como sucede todavía en las universidades. Si algún dia se consigue que la educación deje de ser la puta de la política, se trataría, segun Bergala, de pensar el cine como una experiencia creativa compartida, impura si se quiere, pero repleta de matices, retazos y particularidades. Es cuando los sentimientos adquieren todo su sentido en una forma, en un ritmo, que sólo pueden existir en y por el cine.