lunes, 21 de febrero de 2011

LEY

Aunque fuera de la ley, los representantes, que una vez elegidos nos toca padecer como tiranos, hacen todo lo que está a su alcance para que no aprendamos a leer, yo sigo creyendo que dentro de la ley hay hueco para que los ciudadanos que lo deseen puedan aprender a hacerlo. Salvamos así lo que de sabiduría pueda esconder la vida.

Es por eso que una vez al mes quedo con un grupo de ciudadanos y ciudadanas dentro de la ley. La gran puerta de esta ley, que ordena la creatividad literaria, permanece abierta, quedando a la entrada el guardia del burdel o mercado exterior, que por una vez se hace a un lado.

Si es verdad que la ley que yo tengo el encargo de hacer cumplir no admite réplicas, se ha de cumplir. Los beneficios que proporciona, si se cumple a rajatabla, son indiscutibles aunque no inmediatos en su percepción y satisfacción. Por eso hay muchos lectores que abandonan, continuando su trapicheo con las palabras al igual que hacen con las cebollas y las alcachofas, o las hipotecas y los salarios. Fuera de la ley, trajinan con las palabras como una mercancía mas.

Prohibido usar los tópicos, lugares comunes o frases hecha del tipo: nada es verdad ni mentira todo depende del color del cristal con que se mira, o lo bueno si breve dos veces bueno, o cada uno puede decir lo que le venga en gana en nombre de la sacrosanta libertad de expresión, y tal y tal. Terminantemente prohibido, repito, a la hora de decir algo que tenga que ver con lo que se ha leído. El uso despreocupado y arbitrario del tópico delata, la mayoría de las veces, la infelicidad del lector fuera de la ley. Y es porque ahí las palabras se venden al peso, y con mucho ruido y alharaca.

Prohibido repetir el argumento del texto a la hora de responder a la pregunta: ¿de qué va lo que has leído? Como ya he dicho, fuera de la ley el libro es una mercancía mas que tiene un precio. El argumento, la tramoya o la historieta, que de todos modos se dice, es la etiqueta que pone al manojo de hojas de papel a la venta en el kiosco, la librería, la gran superficie o en la calle sobre una manta. En las estanterías o sobre la manta hay muchos libros que tiene el mismo precio, son, por tanto, intercambiables, pero para darle el valor intransferible del que todo lector, lo sepa o no, es dueño, se ha de atrever a estar dentro de la ley, y entrar a pesar de las prohibiciones que le impone. Fuera de la ley hay una aparente libertad de precios, pero dentro únicamente existe la disciplinada y responsable conducta del lector delante del texto que tenga delante de sus ojos. Tu eliges, le dirá con perversa seducción y suaves ademanes el guardia de la puerta, que viste impecablemente como corresponde a cualquier vigilante de fuera de la ley.

Prohibido decir aquello tan a mano de: yo no estoy de acuerdo. Dentro de la ley no se puede aceptar lo que eso significa: quítate tu que ahora me pongo yo para llevarte la contraria. O tu o yo, no es admisible dentro de la ley. Fuera de la ley prima esa terrible humillación, y si se han de bajar los precios para hundir al enemigo se hace. Dentro de la ley solo se admite el respeto, que garantiza a cada lector mantener y revalorizar su condición de ser inteligente y sensible, por muy diferentes que puedan ser las lecturas que se hayan manifestado. El cumplimiento estricto de la ley tiene la virtud, rápidamente constatable, de hacer de las diferencias una necesidad demandada e irrenunciable entre cada uno de los lectores. No se puede llegar a ser lector sin ellas al lado.

No hay textos aburridos o largos o farragosos. Eso es lo que dicen los que sirven fuera de la ley. Únicamente hay lectores poco imaginativos o narradores incompetentes. O ambas conductas a la vez. Fuera de la ley están los especuladores de la memoria y la erudición. Visto y sufrido su monumental fracaso, dentro la ley se protege lo único que queda, los sentimientos de los lectores. Para que puedan leer tratando con las palabras, con todas las palabras, impidiendo que aquellos trileros se las roben, y que se desprendan de ellas gratuitamente.

Por último, no hace falta que le diga que está usted invitado a estar y leer dentro de la ley. Su condición de eterno sospechoso de delinquir, a que le someten sus representantes, quedará aliviada en parte. Al menos durante unas cuantas horas al mes.