viernes, 18 de febrero de 2011

EL DESTINO ES LO QUE NOS PASA

No dejo todavía a los Coen. Es lo que tienen, que pasan los dias y su historia me sigue zumbando debajo del cráneo. Se trata de no tener miedo a no estar protegido bajo el paraguas de la corrección política. De afrontar con coraje el darse cuenta del peligro totalitario que la acompaña, y llamar a las cosas por su nombre. De no intentar más encontrar una explicació satisfactoria a toda esta criminalidad organizada que dirige nuestro destino desde los grandes despachos. De dejar de emitir soplos de voz que no hacen otra cosa que intoxicar el aire que respiramos con su inalcanzable cantinela. Se trata, en fin, de quitarnos todas esas costras para ver un paisaje y un paisanaje no muy diferentes a los que nos muestran los Coen en Valor de Ley. Veremos, entonces, lo que le dije el otro dia, veremos lo que siempre ha estado ahí, desde el hombre de las cavernas. Sin menospreciar por ello sus tiempos de bonanza intermedios, que son como la noche de los goyas, ese excelente correlato de nuestra vidas en los últimos treinta años, con sus alegrías, emociones, llantos, amores domésticos, familiares, profesionales o ñoños expresados en lo alto de un escenario y para mayor gloria de esa efímera fama de unos segundos de éxito televisado. Unos tiempos que pensamos ingenuamente, bajo la influencia de esas flatus vocis, que eran nuestros para siempre. Y que ahora por prescripción monetaria, fatalmente se han acabado.

En el escenario del dia de después se quedan los que nunca se han ido. Los que hacen que el valor de la ley se trasmute en precio; nunca se les ve escondidos como estan en sus madrigeras convertidas en lujusos despachos. Los sheriffs, ahora disfrazados de aseados políticos encorbatados con sempiterna sonrisa que, como Rooster Cogburn, obeceden ciegamente, con total impiedad y crueldad, las ordenes que le llegan de los despachos; siempre se les ve, y siempre insultándose y perdonándose la vida unos a los otros. Los chorizos como Tom Chaney, que no han podido ser sheriff por que es un trabajo de plazas limitadas, pero que llegado el caso pueden compartir mesa y burdel con los de los despachos y los de las corbatas en los tiempos de asueto. Los chivos expiatorios, como los cuatro millones y medio de parados y toda su parentela. Y como gran obra de todos ellos, la bestia impune, que apenas sujeta la convencion social, y que campa por sus fueros entre padres y madres, hijos e hijas, amantes, profesores y alumnos, entre los de infanteria y los que vuelan alto, al margen de cualquier valor de la ley, convirtiéndo en la principal fuente de terror cotidiano a toda esa indiferencia acumulada.

No muy lejos de aquí está ese colectivo singular que desde El Cairo susurra al oído de la civilización un secreto victoriosamente desvelado: el destino es lo que nos pasa. No lo que pensamos y deseamos que nos pase. La tozudez de los hechos contra la obsesion canibal de nuestras creencias. Esas inmensas trituradoras que nos acaban comiendo la vida.

A nosotros nos pasó lo mismo hace treinta y cinco años. Entonces cruzamos los dedos en favor de todas esas expectitivas que nos ofrecía el nuevo mundo. Y ahora qué. ¿Podemos decir que el destino nos pertenece? Durante ese tiempo hemos hecho todo lo humanamente posible para que sea que no. Porque el destino es lo que pasa, sí, pero lo que pasa nos pertenece en la medida que hagamos algo con lo que pasa. Algo con sentido. Parece mentira, pero esa es una de las vias que nos dejan abiertas los toscos personajes de Valor de ley.