A veces me da por pensar que la educación que he recibido, lo mire como lo mire, no ha hecho nada mas que perjudicarme. No piense que me eduque en lugares apartados, perdidos en medio de la montaña. Al contrario, cumplí con todos los requisitos y etapas que se necesitan para hacer de mi un ciudadano ejemplar. Tuve becas, buenos profesores, estupendos compañeros. En términos generales mi carrera educativa, puedo decir, que fue notable. Mi reproche va contra el propio anhelo de alcanzar ese objetivo, de hacer de el mi único destino. Con el paso del tiempo me he dado cuenta de que semejantes propósitos llevan dentro el germen de su propia corrupción. Formar un ciudadano para que dirija sus esfuerzos hacia el bien no significa que al final del camino se vaya a encontrar también con la verdad. Y aqui radica el fundamento de mi malestar. A esa confusión entre bien y verdad han colaborado, paradójicamente, todos los que han hecho que mi etapa educativa fuera un éxito.
Entiendo que educar para el bien es lo que le conviene a la sociedad, pero no al individuo. Al individuo lo que necesita es que le proporcionen lo necesario para aprender a buscar la verdad, a sabiendas de que no la encontrara nunca. Y no entro a discutir si le conviene o no, porque no son magnitudes que puedan ponerse en contacto para tal menester. Además las posibles refutaciones vendrían del gremio de los bondadosos, al que yo, como puede intuir, por educación pertenezco. Mi reproche está a una réplica pegado. Educar para el bien comporta necesariamente saber que es el bien, y que existe en algún lugar que esta al alcance de quien se esfuerza. A educar para el bien le acompaña el correlato paralelo del triunfo, sin el cual no es posible. Así el bien se convierte en una propiedad que hay que defender, y que es intercambiable. A la búsqueda de la verdad, a sabiendas de que no la encontraremos nunca, le acompaña el correlato de lo que es oscuro y parecido destino que el de un avión en vuelo, que si se detiene para comprobar que va todo bien se desploma.
Por el bien de la verdad no se me ocurre otro remedio que desaprender todo lo que me han enseñado bajo el paraguas protector de la bondad educativa oficial. En esas estoy.