martes, 8 de febrero de 2011
MAS ALLÁ DE LA VIDA, de Clint Eastwood
TAMPOCO ES PARA TANTO
Si únicamente se trata de una mera superposición del lenguaje sobre la total incertidumbre, ver cine, leer, pintar, escribir, etc., ¿no le parece que puede ser solo eso? O ante la falta de tal habilidad, ¿un elemental intercambio psíquico que regula las relaciones entre los invitados a semejante aquelarre?.
Nada hay más pertinente que lo anterior para advertir al espectador ante la representación del trayecto que hay entre la vida y la muerte. Mire que es un territorio ocupado en su totalidad por el titubeo, la desconfianza, la perplejidad, la imprecisión y, sobre todo, el miedo, es igual, para muchos autores que meten la nariz dentro su resolución opera como si se tratase de un lío de costumbres vistos desde este lado del espejo. Eso si con todos los efectos especiales que sean necesarios. Como si de andar por casa se tratara relatan cargados con las fórmulas de esperanza maniqueas de siempre que sintetizan lo que hay por ahí y que vienen a decir que tampoco es para tanto, siempre y cuando al salir del cine se siga viviendo a salvo de todo ello. Y, ciertamente, como cóctel balsámico no me cabe duda de su eficacia, es saludable llegar a aceptar que morirse no es para tanto, sobre todo si has cumplido tu ciclo vital. El problema surge cuando se confunde ese apaño vital con su representación, con las formas y maneras de hacerlo visible en el cine o en la literatura o donde le pete a quien lo intente. Que la muerte sea nuestro único destino cierto y final, no justifica que se confunda la esperanza con la realidad, impidiéndonos el entendimiento de los destinos intermedios que son los propios de nuestra existencia.
El título de la peli de Eastwood sugiere un trayecto. Y en un trayecto hay un punto de partida y un punto de llegada. Y al construirlo se construye una distancia que se da entre esos dos puntos. Y será necesario, por tanto, diseñar las marcas que contienen esa distancia que acabará dando forma al trayecto. En al ámbito de la vida esto no es muy complicado, porque todo el mundo tiene como referencia el itinerario de la suya propia. Pero crear marcas, distancias y trayectos entre la vida y la muerte lo es más, sencillamente porque la mayoría de la gente no vive con la presencia de la muerte como algo irreductible. Viven como si no se fueran a morir. Con gente que se siente inmortal hablar del mas allá de la vida es como hablar de marcianos, y únicamente dentro de tales representaciones extraterrestres admiten que les hablen de lo que hay entre el aquí y el mas allá.
Eastwood es un tipo, que viviendo como ha querido, ha hecho un cine que siempre ha representado la vida con la muerte en los talones. Mucho se ha manchado las manos con ella. Por eso esta peli, su cine, no tiene estilo ni ideología (¿quien es quien sí se los quiere imponer a la vida y a la muerte?), aunque les parezca incomprensible a los que no dejan de verlo como un puto republicano de la costa oeste. Ahora que tiene ochenta tacos, le resulta de lo más natural dialogar con lo que hay mas allá de la vida. Es un viaje que ha hecho infinidad de veces, volviendo siempre con renovado talento. Y no es casual, que sean las manos prestadas del excepcional Matt Damon las auténticas protagonistas. Manos que tantas veces hemos visto apretar el gatillo para enviar al infierno al que se oponía al jinete pálido o al detective sucio. Manos como puños enseñando a una novata sobre un ring lo frágil que es la línea que separa la vida y la muerte. Manos para sujetar y apretar la cámara en el condado de Madison, fijando así para siempre la fragilidad de un amor tan inesperado como efímero pero sublime e intenso, para saber del dolor por su pérdida, del duelo y la pena que lo acompañan. Manos, siempre las manos del viejo Clint, que junto con su jeta son en sí mismas dos obras de arte.
Ahora las manos están vacías y solo tocan a las de su oponente, transformado en cómplice necesario. Saben tanto de la vida que nada más les hace falta tocar para saber que hay al otro lado. Manos que amaron tanto la vida que sedujeron tanto a la muerte, ahora rinden cuentas entrelazándose con las del otro, buscando la compasión recíproca. Mediante esas manos sabias podemos ver y sentir, podemos al fin saber sobre una pantalla que la vida y la muerte son algo mas que dos conceptos abstractos para usos existencialistas en un aula universitaria o en un confesionario laico o religioso, son las dos caras de una misma moneda que nos ponen al lado del biberón nada más nacer. Es nuestro tesoro secreto. Manos que nos dicen que si no es tan importante morirse es porque la vida tampoco es para tanto. Que toda vida es vivida si la muerte siempre ha sido presentida, mientras se vivía. Y Eastwood lo hace como siempre, sin despeinarse, como los grandes bardos antiguos, pasando de largo de las modas de coyuntura de las ciudades. Así es Clint Eastwood, a uno y otro lado de la vida.
Y de paso se ríe, sin despegar los labios, de todo ese mundo de vendedores de humo que forman sanadores, videntes con bola de cristal y echadores de cartas, y tal. Todo ese mundo de psicologías paralelas y entrecruzadas, formado por los antiguos trileros y vendedores de crecepelo de las barracas de feria, que para salir de la crisis no han encontrado mejor manera de reciclarse que buscar la clientela entre la peña, que anda igualmente desnortada entre la hipoteca y el embargo. Es decir, entre su vida y su muerte.