lunes, 14 de febrero de 2011

TIEMPO DE AMAR


No soy como te amo. Señor, cuanta obcecación en seguir mirando el mundo a través de nuestro único y reducido objeto de pasión. Pero, ¿puede ser de otra manera? Bastaría con dedicarle un poco de nuestra arbitraria atención a esa primera frase para darnos cuenta de que debería serlo, que sería incluso de obligado cumplimiento, como el no fumar, aunque nada mas fuera para evitar hacernos daño mas tarde o mas temprano. Y es que somos tan malos gestores de ese daño, de ese dolor inmenso que acompaña al desengaño amoroso, que de verdad el gobierno debería sacar un decreto prohibiendo el enamoramiento sin previa consulta al Comité de Salud Pública. En comparación al amor, que se vive como si el tiempo se hubiera suspendido, su desengaño dura tanto y salpica a tanta gente inocente que rodea a los amantes, que se acaba percibiendo como una horripilante distopía.

Este Comité de Salud Pública debería de estar, sobre todo, contra la capacidad de producir daño gratuito y promover la adquisición de las habilidades necesarias para la gestión del dolor recibido que pueden llegar a padecer los aspirantes a quedarse enamorados. No en balde enamorarse y tener hijos establece de inmediato una sólida asociación, que tiene su reflejo en las cuentas estadísticas de los vigilantes del cotarro demográfico, departamento dependiente del Comité de Salud Pública.

¿Que es antes querer enamorarse o querer embarazarse? ¿No le parecen términos sinónimos, que sugieren sujetos irremisiblemente fundidos, dependientes y gimientes según su ventura y desventuras, patrocinándose mutuamente una justificación de su existencia y proporcionándose el calor que solos saben es inalcanzable? ¿Cuantas mujeres se enamoran del padre de sus hijos? ¿Cuantos hombres lo hacen de la mujer que cuidará mejor de sus herederos?. Fuera del sistema reproductivo se encuentran quienes buscan desesperadamente la mujer o el hombre de sus sueños. Son un peligro para ellos mismos y un latazo para los demás en la corta distancia. Pero, ¿que haríamos sin ellos los amantes del cine y de la literatura?

La variante de los nones que quieren tener hijos, o de los pares que no quieren tenerlos o no pueden tenerlos, es una prueba irrefutable de la persistencia de la indeterminación en la evolución de la especie humana. Sin negar, por supuesto, que puedan ser una precipitación no deseada de la deriva de cualquiera de las dos anteriores. Y, porque no, celebremos que el amor se ha convertido en una mercancía más y la gente tiene la opción de enamorarse a cambio de algo en los concursos de televisión. Para que luego digan los que abominan del capitalismo, si es que tiene soluciones para todo.

Disfrutemos de todas las alucinaciones amatorias que el destino nos tenga reservado, subamos a las mas altas cumbres borrascosas. Pero si en algún momento de ese trajín de fusiones intimas e intercambios psíquicos sentimos que ya solo nos dan el calor que proporcionan los erizos cuando se juntan, si notamos que es imposible perpetuar la venda sobre nuestros ojos, no nos desesperemos ni le metamos la navaja entre las costillas a quien creamos que es el culpable de nuestra descomunal desgracia. Ni nos obcequemos de nuevo buscando recambio de inmediato. Es tiempo de amar la vida tal y como es, con su ramillete de placeres y desdichas, con el vértigo de su elevación al cielo y de su caída en picado a los infiernos que siempre le acompaña, porque todo lo que sube baja, y tal. Esa vida que suma mas que dos vidas que nunca han sido como se han amado. En fin, eso que no es otra cosa que aprender a negar y rechazar todo lo que nos mata: la persistente catástrofe que nos acecha y rodea, la injusticia que se oculta en los grandes ideales vendidos y saqueados a diario, la ceguera de quienes lo aceptamos todo. Que San Valentín lo bendiga.