Solo la muerte revela una vacuidad que siempre estuvo ahí. Aunque le parezca inimaginable esta fue la frase alrededor de la cual estuvimos dando vuelta los lectores de "Una pena observada", de C. S. Lewis. Cada uno como pudo. Unos queriendo saber. Otros haciendo ver que ya sabían. Aquellos trajinado con sus adentros como Dios y la razón le daba a entender. Estos disparando desde fuera contra todo lo que se le ocurriera acechar a sus adentros. Como ve, los adentros fue el campo de batalla de la velada literaria.
No se trataba de resolver ningún problema practico. Habíamos quedado para sopesar sentimientos, motivaciones y cosas así. Todos sabíamos que la gente se muere, pero para algún lector, me dio la sensación, de que eso de la parca a él no le afectaba. Todos sabíamos que estas cosas ocurren, pero lo que no sabíamos es como ocurren ni que ocurran así, tal y como nos lo cuenta Lewis. Llegados aquí la concurrencia lectora se fracturó en dos bandos. Dicho así le pude parecer de lo mas habitual. Usted ya sabe, lo nuestro es siempre tomar partido, colocarnos bien pertrechados de munición en una de las trincheras, y esperar la orden de fuego a discreción.
La forma de tratar cada uno con sus adentros fue lo que, al cabo, dio lugar a la aparición de las grietas en el ambiente. Y aunque le parezca mentira los responsables de este figurado terremoto fueron los que no se sintieron capaces de enfrentarse a sus adentros. Los que nos quisieron hacer creer que al asunto del libro de Lewis no los interpelaba en ningún rincón de su conciencia. Ellos estaban allí de analistas, nos llegaron a decir. Ya sabe lo que hacen gente así, como los entomólogos, primero le quitan la vida al texto y luego dicen que lo analizan. Es decir, lo miran de arriba abajo y después escriben un informe para el departamento al que están asociados. O si hay motivo, escriben un libro.
Un texto como el de Lewis que habla de la muerte, mejor dicho, de la pena que la muerte de su mujer ha causado en el narrador, solo se puede leer, aunque sea una paradoja, una más, poniendo toda la intensidad de la vida, de nuestra vida como lectores en el acto de la lectura. Hable de lo que hable el texto, pero si habla de la muerte y sus aledaños con mayor razón, la lectura es un acto de responsabilidad con la vida, con la experiencia de la propia vida. El narrador no engaña y lo deja bien claro desde el primer párrafo: "Nadie me había dicho nunca que la pena se viviese como miedo. Yo no es que este asustado, pero la sensación es la misma que cuando lo estoy. El mismo mariposeo en el estomago, la misma inquietud, los bostezos. Aguanto y trago saliva." En menos de cuatro líneas dibuja el alcance de su estado de ánimo, que vine determinado sin paliativos por esa vacuidad de la que hablaba al principio. Todo lo que sigue es un intento de llenar ese vacío, lo que, ademas, le traerá como consecuencia calmar en parte el dolor inmenso que le produce.
Al lector atento, no al que ha decidido analizarlo convirtiendo previamente en una objeto inanimado, que así es como estudian los entomólogos a los insectos, Lewis le deja bien claro el campo de acción del relato: existimos entre el limite de lo que propio y la existencia de lo que rebasa lo propio. Para recorrer ese trayecto, que no es otro que el de nuestra vida, podemos usar diferentes mapas. El mas común es el que usan los analistas, digamos, tipo pensamiento Alicia: vivimos en un mundo que se proyecta en lo que yo pienso como un espejo. Es el mapa, constantemente publicitado, de la felicidad. El menos habitual es el que no se deja engañar, al menos mientras esta leyendo, con este tipo de cantos de sirena: solo hay un universo, está lleno, es el del desastre, es donde ocurre todo, y luego hay otro absolutamente vacío, el de la esperanza y el simulacro, donde no ocurre nada. Es el mapa de la tristeza. Este es el que al final construye el narrador del texto de Lewis. Tal y como había arrancado, ¿podía ser de otra manera? Hace ya mucho tiempo que alguien dijo que la belleza, en los tiempos que nos han tocado vivir, solo pude llegar a ser visible si es convulsa. La fuerza hermosa del texto es, por tanto, sentir y ver como el narrador levanta delante de los ojos del lector ese mapa de la tristeza, ver todos sus relieves y accidentes, todos sus detalles, tirando unos de otros hasta hacer transitable el mapa.
Cada hora de la vida aprieta pero no ahoga, excepto la última. Afortunadamente no fue el caso en esta reunión de lectores. Así que a los brindis nos convocamos para la próxima, después de haber compartido una buena cena.
martes, 29 de marzo de 2011
domingo, 27 de marzo de 2011
CUATRO MINUTOS, de Chris Kraus
AYER, HOY Y MAÑANA
Traude Krüger parece que solo tiene un obscuro pasado y Jenny Von Loeben un futuro jodido. Se encuentran en el presente y sobre su suelo se despliegan lo que pasó y alguna de las posibilidades de lo que vendrá. Se se fija el pasado de Traude y el futuro de Jenny coinciden en algo, son cualquier cosa menos amables, o como si fueran nenúfares en el estanque de algún paraíso. He vuelto a ver la peli. La falta de empatía entre los personajes, y entre estos y el espectador ha vuelto a darle, de forma renovada, todo su brillo y poderío.
Todos estas turbulencias tienen su cita en una cárcel, ese lugar donde la vida va en serio, es decir, tira hacia delante rodeada de sufrimientos. Al lado de un piano y con la misión de alcanzar los cuatro minutos que dura la actuación final, para alcanzar la gloria, es decir el sentido. Cuatro minutos sobre ciento doce que dura la peli. Una proporción simbólica de lo que nos cuesta entender nuestra existencia, de su esfuerzo y dolor, si es que la llegamos a entender en algún momento de nuestra vida
¡Que bien sienta que el director Kraus trate al espectador de forma inteligente! De forma inteligente quiere decir que respeta los sentimientos y las contradicciones que siempre los acompañan; que no pretende aleccionar ni intimidar con enfáticas puestas en escenas; que muestra sin ánimo de demostrar nada, ni amenazar a nadie. Inteligente quiere decir adulto, de una vez por todas adulto para siempre. Es decir, responsable él con lo que muestra, responsable yo con lo que miro. De tu a tu, de igual a igual. Cuatro Minutos es un pacto de responsabilidad que atraviesa sus reflexiones y las mías.
Que el pasado es solo pasado y el futuro es solo futuro es cosa de historiadores. Que el presente es solo presente es cosa de cocineros, costureros, políticos profesionales y, perdón por la redundancia, publicistas. Para el cine, sin embargo, pasado, presente y futuro forman parte de un mismo y fluido magma, el tiempo. Esa pasta delicuescente de la que estamos hechos los espectadores y los personajes que nos representan en la pantalla. No como algo que pasa (así quieren manejar nuestro tiempo esa gente de las cocinas, las pasarelas, la política y tal, que mencionaba antes) sino como algo que fluye, que es algo diferente (así lo sentimos nosotros a pesar de la tabarra de aquellos). Pasar significa dejarlo todo atrás, fluir significa circular, deambular de forma infinita fijándose que hay entre las grietas del recorrido.
¿A donde apunta el futuro de Jenny, a donde el pasado de Traude? ¿A donde el presente de los honorables ciudadanos que las rodean, acosan y clasifican? ¿A donde la violencia de la pasma que asalta el auditorio? ¿Quien es el depredador, quien la presa? En fin, ¿a donde va la música que trenza y lo envuelve todo? Al ayer, al hoy, al mañana. A lo que permanece. Hoy es ayer, mañana fue hoy, ayer fue mañana. El tiempo no para nunca, igual que el pensamiento sobre él. No tiene que ver con el recuerdo preciso de una serie de acontecimientos, es lo que revela los enérgicos trazos de que esta hecha la peli. Arte, civilización y barbarie, en eterna pugna a la busca de sentido.
No interprete con todo ello que le quiero amargar los placeres propios de la primavera que ya ha comenzado.
jueves, 24 de marzo de 2011
FUTURO
A veces me da por ponerme cursi y pienso que otro futuro es posible. Ya ve. Cuando me pasan estas cosas tengo la sensación de que las raices de mi cerebro, o como se llame eso, flotan en algún sitio vacío. No sobre algo incandescente, revolucionario, dispuesto para que coja forma en la superficie mediante el empuje del deseo y de la razón. Vacío, ya le digo. Independiente de la gente que me rodee en ese instante. Y no es malestar lo que siento por esa falta de vigor exaltado, es otra cosa. Debe ser algo parecido a lo que le pasa al dinero con la fusión fría. Esta adaptación a las leyes del mundo no deja de resultarme inquietante, pero también atractiva.
¿Por qué los padres en lugar de llevar todos lo días los niños a la escuela, no hacen el camino contrario? ¿Por qué no los sacan de una puñetera vez de semejante tugurio? ¿Por qué los niños consienten en que sus padres los abandonen allí a su mala suerte, y que se vayan como bovinos a vender la suya al trabajo? ¿Por que no los sacan, a su vez, de esos abominables presidios?
Hay algo realmente diabólico en la educación obligatoria, como en su correlato paralelo la diversión, igualmente, obligatoria. Tanta obligación no nos libera de la violencia de la vida, pero si nos deja mas indefensos ante sus cornadas. Lo peor es que están revestidas de derecho.
Sin educación obligatoria, sin tener que divertirse a la fuerza, no veo porque me tengo que encontrar perdido en un mundo así. Un mundo en el que, al fin, no cuentan obligatoriamente los seres humanos. No digo que no hayan de estar, simplemente que no me van a generar falsas expectativas por que tengan una buena educación o una irresistible gracia seductora.
Mas que un futuro posible, me doy cuenta de que es un futuro cuya probabilidad se está realizando ya, en su forma más letal, en cada rincón de mi presente. Esta coincidencia, sin embargo, no me debe llevar a engañarme con esas recomendaciones del carpe diem horaciano, que no paran de dar entrar en los mensajes electrónicos que recibo. Recomendaciones tales como, si tu hijo no limpia su cuarto y se pasa el dia viendo la televisión, significa que esta en casa, o las quejas que escucho acerca del gobierno, significan que tengo libertad de expresión.
El presente ha cogido al futuro simplemente porque el mundo se ha vuelto transparentes. Su fondo y su forma son lo mismo. El pozo de nuestra imaginación se ha secado. Ya solo nos queda hacer callo en el pecho para reptar sin dolor. Aunque tampoco es para tanto. Nadie nos prometió que íbamos a ser bípedos implumes para siempre. Hermosos e inteligentes.
¿Por qué los padres en lugar de llevar todos lo días los niños a la escuela, no hacen el camino contrario? ¿Por qué no los sacan de una puñetera vez de semejante tugurio? ¿Por qué los niños consienten en que sus padres los abandonen allí a su mala suerte, y que se vayan como bovinos a vender la suya al trabajo? ¿Por que no los sacan, a su vez, de esos abominables presidios?
Hay algo realmente diabólico en la educación obligatoria, como en su correlato paralelo la diversión, igualmente, obligatoria. Tanta obligación no nos libera de la violencia de la vida, pero si nos deja mas indefensos ante sus cornadas. Lo peor es que están revestidas de derecho.
Sin educación obligatoria, sin tener que divertirse a la fuerza, no veo porque me tengo que encontrar perdido en un mundo así. Un mundo en el que, al fin, no cuentan obligatoriamente los seres humanos. No digo que no hayan de estar, simplemente que no me van a generar falsas expectativas por que tengan una buena educación o una irresistible gracia seductora.
Mas que un futuro posible, me doy cuenta de que es un futuro cuya probabilidad se está realizando ya, en su forma más letal, en cada rincón de mi presente. Esta coincidencia, sin embargo, no me debe llevar a engañarme con esas recomendaciones del carpe diem horaciano, que no paran de dar entrar en los mensajes electrónicos que recibo. Recomendaciones tales como, si tu hijo no limpia su cuarto y se pasa el dia viendo la televisión, significa que esta en casa, o las quejas que escucho acerca del gobierno, significan que tengo libertad de expresión.
El presente ha cogido al futuro simplemente porque el mundo se ha vuelto transparentes. Su fondo y su forma son lo mismo. El pozo de nuestra imaginación se ha secado. Ya solo nos queda hacer callo en el pecho para reptar sin dolor. Aunque tampoco es para tanto. Nadie nos prometió que íbamos a ser bípedos implumes para siempre. Hermosos e inteligentes.
miércoles, 23 de marzo de 2011
LA MIRADA INTERIOR
La distancia que media entre la peli de Richard Attenbourg, “Tierras de penumbra” y el texto de C. S. Lewis, “Una pena observada” es la misma que hay entre la mirada exterior del espectador y lo que se llama la mira interior del lector. Entre el límite de lo propio y la existencia de lo que rebasa lo propio.
Viendo al eminente profesor de literatura de Oxford dar sus clases y conferencias, tengo la sensación de que me trata como un rey. No oculta nada de lo que hay, ocupando la figura de Dios el espacio central como corresponde a sus propias creencias. El dolor, la enfermedad, la alegría, el amor, etc., cada pieza tiene su lugar preciso sin interferir en el de las otras. Incluso para justificar el malestar y el sufrimiento de los malos momentos, utiliza una imagen tan hermosa como recurrente: somos un trozo de piedra, a la que los martillazos del supremo hacedor consiguen extraer la fuerza y perfección de nuestra naturaleza. No niega, por tanto, que con esfuerzo y sufrimiento se puede alcanzar la gloria. Irresistible ante su audiencia, las señoras que asisten se lo quieren comer a besos. No es para menos. Los discursos que acompañan a la mirada exterior tienen estos efectos balsámicos, tanto sobre el propietario como sobre el receptor del mensaje. El mundo, a pesar de todos los pesares, no solo parece que tiene sentido, sino que, oyéndole hablar, rotundamente lo tiene.
Pero la muerte no solo es nuestra vecina geográfica, sino que a una edad determinada lo es también biográfica. Lo que pasa es que solo lo sabemos con esa manera oscura con la que sabe nuestro inconsciente. Mientras disimulamos, hablando o escuchando esas maneras de decir y de contar que ha impuesto el positivismo angelical. Pero, de repente, un día la muerte de un ser querido nos pone delante de lo que hasta entonces nos parecía inimaginable.
“Nadie me había dicho nunca que la pena se viviese como miedo”. Así arranca el texto del profesor Lewis, que le mencionaba al principio. Ahora también, y sobre todo, es viudo, lleno de miedo y perplejidad. ¿Como es posible que un honorable intelectual de Oxford, que le hemos visto en la película, con aplomo incuestionable, hablar una y otra vez, una y otra vez, ante una audiencia entregada, sobre lo humano y lo divino, sobre la vida y la muerte, pueda decir que nadie le había dicho que la pena se viviese como miedo? ¿Cómo imaginar que alguien se atreviera a decirle algo a él, que lo sabía todo?
Le seguiré contando mas sobre esta apasionante experiencia literaria de la pena, y del miedo con que se vive.
Viendo al eminente profesor de literatura de Oxford dar sus clases y conferencias, tengo la sensación de que me trata como un rey. No oculta nada de lo que hay, ocupando la figura de Dios el espacio central como corresponde a sus propias creencias. El dolor, la enfermedad, la alegría, el amor, etc., cada pieza tiene su lugar preciso sin interferir en el de las otras. Incluso para justificar el malestar y el sufrimiento de los malos momentos, utiliza una imagen tan hermosa como recurrente: somos un trozo de piedra, a la que los martillazos del supremo hacedor consiguen extraer la fuerza y perfección de nuestra naturaleza. No niega, por tanto, que con esfuerzo y sufrimiento se puede alcanzar la gloria. Irresistible ante su audiencia, las señoras que asisten se lo quieren comer a besos. No es para menos. Los discursos que acompañan a la mirada exterior tienen estos efectos balsámicos, tanto sobre el propietario como sobre el receptor del mensaje. El mundo, a pesar de todos los pesares, no solo parece que tiene sentido, sino que, oyéndole hablar, rotundamente lo tiene.
Pero la muerte no solo es nuestra vecina geográfica, sino que a una edad determinada lo es también biográfica. Lo que pasa es que solo lo sabemos con esa manera oscura con la que sabe nuestro inconsciente. Mientras disimulamos, hablando o escuchando esas maneras de decir y de contar que ha impuesto el positivismo angelical. Pero, de repente, un día la muerte de un ser querido nos pone delante de lo que hasta entonces nos parecía inimaginable.
“Nadie me había dicho nunca que la pena se viviese como miedo”. Así arranca el texto del profesor Lewis, que le mencionaba al principio. Ahora también, y sobre todo, es viudo, lleno de miedo y perplejidad. ¿Como es posible que un honorable intelectual de Oxford, que le hemos visto en la película, con aplomo incuestionable, hablar una y otra vez, una y otra vez, ante una audiencia entregada, sobre lo humano y lo divino, sobre la vida y la muerte, pueda decir que nadie le había dicho que la pena se viviese como miedo? ¿Cómo imaginar que alguien se atreviera a decirle algo a él, que lo sabía todo?
Le seguiré contando mas sobre esta apasionante experiencia literaria de la pena, y del miedo con que se vive.
lunes, 21 de marzo de 2011
UN VIERNES DE DUELO
El viernes estaremos de duelo en el club de lectura. Hará una semana que despedimos al protagonista, C.S. Lewis, en la película “Tierras de penumbra”, de Richard Attenborough, paseando por un camino de la campiña inglesa en compañía del hijo de su mujer recientemente fallecida. Un mes después escribió el libro, “Una pena en observación”, cuya lectura compartiremos, ya digo, el próximo viernes.
Nos requerirá atención, memoria, concentración, capacidad de relación y asociación, visión espacial, paciencia, imaginación, pensamiento lógico, capacidad de construir expectativas, tiempo y trabajo. Las mismas actitudes y aptitudes que si asistiéramos a un bautizo o una boda literaria. En eso la ubicación del lector no cambia. Leer no es resolver un crucigrama pero si es encontrar un sentido. El sentido no es algo que se sobreañade, es el texto mismo. No es el mensaje que se desprenda del texto, sino el mensaje que es. Todo eso no quiere decir que este exento de placer. No hace falta que le diga que el esfuerzo y el placer van unidos si quieren decir y significar algo. Asistamos a un bautizo, a una boda o a un duelo. Literarios, por supuesto.
¿Cómo se escribe en frío tras la muerte de un ser querido? ¿Cómo se lee, también en frío, sobre eso que alguien ha escrito? No es sobre eso que se llama el golpe recibido, ni ver la manera de eludirlo. Es aprender a mirarla de frente, de la única manera posible. Mirando la lectura que hemos hecho del texto de Lewis.
El tiempo pasa y a partir de una determinada edad convivimos con la muerte porque ya la tenemos cerca. Aunque no hablemos nunca de ello, la procesión va por dentro. Entonces empezamos a sentir lo que literariamente se llaman “los huecos de la memoria”; esos lugares donde apenas nadie puede entrar. Nadie que no sea uno mismo. Y no hay manera de evitarlo. A una determinada edad es esta un experiencia que nos ha pasado a todos. Como el bautizo y la boda. Ya se que no estamos acostumbrados y que lo único que hemos hecho ha sido tratar de olvidarla. O quizá hemos hecho otras cosas con ella leyendo otros textos, pero no lo hemos hecho como lo haremos el viernes. A través de la experiencia de Lewis, leer y escribir sobre esa vecina tan incómoda como real, que ya nos acompañará hasta la tumba. Acompañarnos en ese sentimiento común, con el ánimo de entender y hacernos entender. No de buscar o exponer soluciones que nos hagan vivir plenamente de cara a la muerte; siendo totalmente respetables, el libro de Lewis no habla de esas necesidades ni de esas urgencias. El texto de Lewis solo muestra. Es para entender, no para estar en contra o a favor sobre lo que dice. Es para contemplarlo y hablar de esa contemplación, de lo que hemos hecho con ella. Hablar sobre lo que nos cuenta con lo que dice, que las dos cosas (decir y contar)están en el texto. Interpela a esos huecos de la memoria antes aludidos.
Llegado aquí al lector solo le queda tomarse su tiempo para cumplir con la ceremonia de los adioses, sin enredar a la muerta ni engañar a los vivos con inoportunas superioridades morales en razón de las creencias personales. No es el momento de discrepar sobre esas creencias, es el momento de comprobar que hace cada uno con las suyas delante de un episodio como el que relata Lewis, tan semejante al de cada lector como determinante para la vida de todos los lectores. Ningún lector es inmortal, esta es la auténtica certeza de la que partimos a leer sobre este duelo observado. Todos estamos condenados a muerte. Creamos lo que creamos, soñemos lo que soñemos. Por tanto, el dialogo, que no debe estar exento de placer ni de sentido del humor, debe ser honesto y entre iguales. Mas que nunca es el momento de aparcar la diferencias y dejar sobre la tumba simbólica de la fallecida nuestros imaginarios ramos de flores en forma de razonamientos, poemas, imágenes, o lo que nuestra imaginación de sí. Creo que este deber ser el talante y el estilo del club de lectura del viernes, su campo de acción. También el mejor homenaje al autor, su mujer y, como no, a nosotros mismos.
Luego, a pesar del duelo, la vida sigue. Y la manera mas cabal de reconocer que eso es así es compartir una gran cena. En nuestra tradición cultural siempre se ha comido y bebido en abundancia después de los funerales por un fallecido. Con sus risas y sus brindis incluidos. Nosotros como lectores de duelos literarios no somos nadie para romperla. Haremos lo que se ha de hacer. Si usted quiere acompañarnos en este sentimiento de pena en observación, está invitado.
viernes, 18 de marzo de 2011
¿DONDE ESTÁN LAS LÁGRIMAS EN EL LEJANO ORIENTE?
¿Por qué no lloran los japoneses delante de las cámaras, teniendo como telon de fondo las ruinas de lo que fue hace una semana su hogar o la ausencia irremediable de un ser querido? ¿Por qué no montan la escandalera, mas que previsible, de los ribereños del Mare Nostrum, si el terremoto hubiera tenido su epicentro en algún lugar de por aquí cerca? Porque tenemos maneras opuestas de enfrentarnos, y de mirar, la experiencia extrema del dolor.
Estan mejor preparados que nosotros para preveer las catástrofes, pero saben que lo que es del todo imprevisible es el dolor. No buscan su anestesia sino que, a pesar de todos sus avances técnicos y de que saben que son la tercera economía del planeta, mantienen intacta la función del dolor en sus vidas. Es admirable como el bienestar material no les hace perder de vista que nunca les arreglará la fragilidad espiritual. Que ésta se mantiene por mucho que aumente la cuenta corriente. Saben no evitar el dolor porque saben que se encuentra en el epicentro de la existencia. Sin levantar la voz saben que tenerlo todo y no tener nada, como dramáticamente están comprobando, viene a ser lo mismo. Igual que la felicidad y la infelicidad, ninguna de las dos son perfectas.
Le dejo muestra de la novela “Ru”, de una autora de aquellos lares, vietnamita, que se llama Kim Thúy. Rogándole encarecidamente que se la lea. Luego contemple las imágenes que nos llegan del Japón y de Libia. Si quiere.
"De pequeña, creía que la guerra y la paz eran dos antónimos. Y, sin embargo, viví en paz mientras que el Vietnam ardía, y sólo trabé conocimiento con la guerra después de que el Vietnam hubiese guardado sus armas. Creo que la guerra y la paz son, de hecho, amigas y que se burlan de nosotros. Nos tratan como enemigos cuando les place, cuando les conviene, sin preocuparse por la definición o el papel que les damos. Tal vez no debamos confiar en la apariencia de la una o la otra para elegir la dirección de nuestra mirada. Tuve la suerte de tener unos padres que pudieron preservar su mirada, no importa el color del tiempo, del momento. Mi madre me recitaba a menudo el proverbio que estaba escrito en la pizarra de su octavo año, en Saigón: `La vida es un combate donde la tristeza acarrea la derrota´".
Aquí hemos optado por no hablar de estas cosas. De nuestras catástrofes y del dolor que acarrean. O lo hacemos siempre y cuando no nos salpique. O gritando como posesos en medio de la calle. O llorando a moco tendido delante de las cámaras televisivas. O como munición para disparar contra los de la otra tribu. Esto último es lo que mas nos pone, hasta el punto que se ha convertido en una segunda corriente sanguínea, con sus altibajos de presión incluidas. De esta manera nos hemos insensibilizado a nuestro dolor y, sobre todo, al dolor ajeno.
Todo dió comienzo cuando empezamos a decir que éramos felices, al comprobar que también nos hacíamos ricos. No me pregunté el por qué de esta misteriosa asociación, nunca antes habíamos tenido donde caernos muertos. A partir de ahora no se que será de nosotros. Cuando no somos ricos, solo sabemos estar tristes y de mala hostia. Y matarnos los unos a los otros.
jueves, 17 de marzo de 2011
DOWNTON ABBEY, de Julian Fellowes
EN MEDIO DEL TERREMOTO
Así como es imposible responder si el mundo esta mal hecho, si puedo decir que la mayoria del cine que se hace en nuestras latitudes es un horror. El cine y la series que se filman para ser emitidas en TV. Pero es tanta su insistencia y perseverancia en lo horrendo que, al igual que con el mundo, estoy llegando a la conclusión de que no es que esten mal hechos, es que son. Como una segunda naturaleza estamos condenados a no poder ver otra cosa. Hasta que, cada cierto tiempo, llega el terremoto Torrente y se lleva toda la taquilla por delante.
La falta de talento es el único problema. El mal absoluto cinematográfico. Por mas que no siempre sepamos decirlo con tino o a tiempo. Vivir como espectadores aquí es cerrar los ojos ante semejante delirio subvencionado. Asistir a una permanente procesión de difuntos. Directores sin puta idea donde poner la cámara, actores mamasopas, guionistas sin saber como coger el boli y llevarlo al folio en blanco, espectadores a la medida de todas esas sandeces incondicionadas. No es de extrañar que el sector audiovisual y el de la polítia profesional sean el refugio de tanto discapacitado, llevamos treinta años de fracaso absoluto educativo. Como el agua, la pasta busca despeñarse por donde le es mas fácil, por eso aquí nunca buscará la inteligencia, que siempre pica hacia arriba. Ya digo, es una manera de ser que esta aquí para quedarse y dominar el cotarro. Y la canciller alemana nos pide ligar el salario con la productividad. Cielo santo, ¿como?, díganos cómo, señora Merkel.
Por eso me sorprendió que en medio del terremoto de Segura y sus ninjas, en medio de tantos damnificados, se colara Downton Abbey en la primera hora de la parrilla nocturna. La serie británica venia precedida de todo el prestigio que tienen en las islas este tipo de narraciones. No me defraudó. De repente, entre los temblores y las vacilaciones producidas por las risotadas, pedos, eruptos y lapos de aquella banda de desalmados, la cámara pareció encontrar su lugar desde donde querer mirar el mundo, los actores hablaban con palabras que le salían del cerebro, que era justamente donde las había puesto previamente el guionista, y el espectador empezó a ver como si estuviera pensando. De repente, en medio del cataclismo imperante, a la noche le empezó a brotar algo de sentido. Después de horas y horas en vela, de desesperación e incertidumbre, pude dormir como un adulto. Al fin.
lunes, 14 de marzo de 2011
EL EFECTO DEL CINE. ILUSIÓN, REALIDAD E IMAGEN EN MOVIMIENTO. REALISMO, exposición en Caixa Forum Madrid
REALIDAD O FICCIÓN
La falta de sinceridad acabará con Facebook. Quien así habla no es otro que Aaron Sorkin, el guionista de la película La red social. No se si con ello quiere decir que el poderío de las redes sociales se sustentan cada vez más en la estadística. Pasar de tener cinco amigos a tener, con solo apretar un botón, quinientos, deberá afectar al reparto y calidad de lo que se quiere decir, cuyo única manera de hacerse sostenible es sacrificándolo todo al imperativo incuestionable de los números. O que el exceso de realismo y espontaneidad que ponen los amigos con sus amigos y estos con los amigos de los amigos del amiguismo mundial en un cruce ininterrumpido de mensajes, acabará transformándose en algo cansino por falta de esfuerzo y de riesgo. Por ausencia de imaginación, se acabará convirtiendo en la habitual comida pa los pollos. En fin, no se si Sorkin se refiere a que verdad y sinceridad son lo mismo o sinónimos, o sencillamente no tienen nada que ver.
Yo creo que mas bien que a lo que se refiere Sorkin es que la única forma de ser sincero es mintiendo. O de otra forma, como dice Vargas Llosa, la única manera de acercarse a la verdad es a través de las mentiras que podamos construir con las ficciones. Y en la red hay demasiada realidad. La red transmite una sensación eufórica de inmediatez y autenticidad, que mucha gente tiende a confundir con lo que es verdadero. Y aquí, es verdad, si que puede encontrase su ruina.
Sigo pensando que las redes sociales son una herramienta extraordinaria para intercambiar historias. Como el automóvil, nos acerca y nos facilita los viajes mentales y de los otros, pero también nos puede matar. Todo depende de la educación que hayamos recibido y del punto de vista que le queramos dar a nuestro trayecto. Lo importante es contar una buena historia llegando a algún sitio con sentido, y que allí alguien lo escuche. No se trata de llenar la red de accidentes verbales e icónicos, lamentables por un exceso de amistad estadística. Por un exceso de conducción atolondrada y arbitraria hacia ninguna parte, como si ya todo estuviese ordenado, es decir, contado. El contar forma parte de nuestra estructura mental y puede hacerse – de hecho se hace cotidianamente con papel o sin papel, delante del ordenador o paseando por la ciudad – a parte de la exigencia de una actitud artística deliberada, sin la mediación de instrumentos cuyo domino exige un aprendizaje previo y tardío en comparación con el de las formas y modelos narrativos. Lo único que hay que ponerle, como en todo lo que es importante, es esfuerzo y voluntad.
Desde las cavernas los humanos se vienen contando historias en todo el planeta. Ante las desgracias y ante lo incomprensible de la vida es lo que nos diferencia y nos mantiene como especie inteligente. La mayoría se han perdido para siempre. Facebook nos da la posibilidad de acabar con esa maldición bíblica. Pero también es cierto que desde las cavernas no hay cosa mas inverosímil que alguien, con lo que te cuenta, te diga que pretende ser sincero. Desconfíe de inmediato y póngase a salvo. De gente que le siguió el rollo a tipos sinceros, antes que en la red, los cementerios están llenos. Y por si le queda alguna duda de lo que le digo, fíjese en como la sinceridad funeraria de la casta política se ha apuntado al cotarro del Facebook, como última y agónica medida para salvar sus inadmisibles y antidemocráticos privilegios. Santo cielo, si esta gente también quiere tener amigos, y los consiguen, será el final de nuestra civilización. Ridley Scott palidecerá ante semejante distopía.
“El efecto del cine. Ilusión, realidad e imagen en movimiento. Realismo” es el nombre de la primera parte de una exposición que se puede ver, hasta el 24 de abril, en la Caixa Forum de Madrid. Va de esto que le he contado. Después de contemplarla con detenimiento soy consciente de que todas las producciones creativas son una combinación ambigua de realidad y ficción. Son reales en tanto en cuenta toman como referencia la realidad en la estamos inmersos (la que se ve y la que no se ve, la que sufrimos y la que deseamos, la que sucede y la que podía haber sucedido) y, por tanto, advierto que no hace falta que cuelguen en los títulos de crédito la cantinela de “basados en hechos reales”, con la que sus autores pretenden añadir un plus que solo conduce a la confusión. Son ficción en tanto en cuenta esa es la única manera de que cualquier aspecto, o cara, de esa realidad se pueda ver y sentir como verdadera. Sus autores, ocho videos en total, nos animan a reflexionar sobre los hábitos que condicionan nuestra percepción de la realidad.
La segunda parte de la muestra se llamará Sueño (y se inaugurará en Barcelona en el mes de mayo). Analizará, según apunta el catálogo, como la realidad consciente de nuestra vida evoca unas sensaciones tan vívidas, intensas y provocativas como las que experimentamos durante el sueño.
Si es amigo de sus amigos no debería perdérselas. La amistad bien entendida y trabada solo se consigue con esfuerzo y dedicación. Ya sea en Facebook o al calor de la lumbre del horno de la abuela.
jueves, 10 de marzo de 2011
DISTANCIA
Si me da por fijarme en como ha evolucionado la distancia que media entre el estado y el individuo, la singularidad y la colectividad, entre estar dentro de la masa y ser un ciudadano, entiendo lo que cuesta estar contento. No ya feliz ni llevar una vida con sentido, lo cual doy definitivamente por inalcanzable. Contento. Solo razonablemente contento. Es un expresión que no he vuelto a escuchar con asiduidad desde mi infancia. Había entonces un maestro que empezaba la clase, después de mirar el cielo, exhortando a los alumnos a conseguir estar contentos a lo largo del día, si es que veía que no lo estabamos demasiado, o a reconocernos ese estado de ánimo si comprobaba que ya lo traíamos puesto de casa.
Era una época en la que tenia a mi disposición pocas palabras pero todas, o casi todas, me hacían compañía. Luego vino una inesperada inflación del fraseo y la palabrería que, al parecer, era lo que necesitaban los nuevos tiempos. Tiempos que estaban determinados por la modernidad y el bienestar a ella asociado. Estar contento pasó a ser considerado algo suburbial, propio de quien no era capaz de llegar a instalarse en el centro de esos nuevos tiempos. El crecimiento desmesurado de toda esa palabrería, hizo aumentar igualmente el número de gente que estaba dispuesta a hablar. Pero eso no fue lo peor. De una parte fue en aumento el número de gente que empezó a hablar sola. De otra las palabras dejaron de hacernos la antigua compañía y se instalaron en sitios donde no nos encontrábamos. Así perdimos lo más preciado de antaño. Para bien o para mal las palabras estaban a nuestro lado, y si las tratabamos bien nos hacían estar contentos, que era el objetivo fundamental de la vida.
La posibilidad de hablar de mucho y de todo acabó por aturullarnos por dentro, haciéndonos creer que éramos los dueños indudables de las nuevas palabras, ya que nos autonombramos los herederos legítimos de su procedencia, forjada por generaciones de pensadores, evangelistas y hombres de acción. De repente, una inteligencia y una sensibilidad a la que nunca habíamos tenido acceso nos deslumbró con toda su atractiva intensidad. Todo fue demasiado rápido. Seducidos por el fulgor de las nueva palabras, creimos a pies juntillas que nosotros éramos los actores elegidos para llevar acabo los actos que propugnaban, la gran misión que se adivinaba a través de ellos en el horizonte. No se nos ocurrió pensar que todos aquellos logros ni eran, en lo fundamental, nuestros ni permanentes. Cuando su fecha de caducidad empezó a cundir en el ánimo de los nuevos charlatanes ya fue demasiado tarde. Los derechos sindicales, laborales y salariales, los derechos civiles, la cobertura sanitaria universal, la enseñanza publica y gratuita para todos, la jubilación y las vacaciones pagadas dejaron de tener su hueco en el nicho gramatical y sintáctico en el que nos habíamos colocado. O nos habían colocado. De la noche a la mañana, inopinadamente nos quedamos sin habla. Y nadie sabe cuando nos costará recuperar la ilusión de volver a decir algo, de tener esas pocas palabras que nos acompañen de nuevo, allí donde nos encontremos. Y volver a estar contentos, como cuando entonces
Era una época en la que tenia a mi disposición pocas palabras pero todas, o casi todas, me hacían compañía. Luego vino una inesperada inflación del fraseo y la palabrería que, al parecer, era lo que necesitaban los nuevos tiempos. Tiempos que estaban determinados por la modernidad y el bienestar a ella asociado. Estar contento pasó a ser considerado algo suburbial, propio de quien no era capaz de llegar a instalarse en el centro de esos nuevos tiempos. El crecimiento desmesurado de toda esa palabrería, hizo aumentar igualmente el número de gente que estaba dispuesta a hablar. Pero eso no fue lo peor. De una parte fue en aumento el número de gente que empezó a hablar sola. De otra las palabras dejaron de hacernos la antigua compañía y se instalaron en sitios donde no nos encontrábamos. Así perdimos lo más preciado de antaño. Para bien o para mal las palabras estaban a nuestro lado, y si las tratabamos bien nos hacían estar contentos, que era el objetivo fundamental de la vida.
La posibilidad de hablar de mucho y de todo acabó por aturullarnos por dentro, haciéndonos creer que éramos los dueños indudables de las nuevas palabras, ya que nos autonombramos los herederos legítimos de su procedencia, forjada por generaciones de pensadores, evangelistas y hombres de acción. De repente, una inteligencia y una sensibilidad a la que nunca habíamos tenido acceso nos deslumbró con toda su atractiva intensidad. Todo fue demasiado rápido. Seducidos por el fulgor de las nueva palabras, creimos a pies juntillas que nosotros éramos los actores elegidos para llevar acabo los actos que propugnaban, la gran misión que se adivinaba a través de ellos en el horizonte. No se nos ocurrió pensar que todos aquellos logros ni eran, en lo fundamental, nuestros ni permanentes. Cuando su fecha de caducidad empezó a cundir en el ánimo de los nuevos charlatanes ya fue demasiado tarde. Los derechos sindicales, laborales y salariales, los derechos civiles, la cobertura sanitaria universal, la enseñanza publica y gratuita para todos, la jubilación y las vacaciones pagadas dejaron de tener su hueco en el nicho gramatical y sintáctico en el que nos habíamos colocado. O nos habían colocado. De la noche a la mañana, inopinadamente nos quedamos sin habla. Y nadie sabe cuando nos costará recuperar la ilusión de volver a decir algo, de tener esas pocas palabras que nos acompañen de nuevo, allí donde nos encontremos. Y volver a estar contentos, como cuando entonces
miércoles, 9 de marzo de 2011
EL DISCURSO DEL REY, de Tom Hooper
LEER EN VOZ ALTA
Con asiduidad lo que le pasa al lector adulto es que tiene problemas con la significación del lenguaje. Dominando su mecánica y su funcionalidad piensa que todo lo que es capaz de decir el texto se encuentra en la literalidad de sus palabras. Como funciona y que significa vienen a coincidir, la mayoria de las veces, en su experiencia lectora. Su percepción de la realidad está, sin duda, mediatizada por esa coincidencia. Confunde el mundo con su percepción del mundo, con su mapa, elaborado mediante la mecánica funcional del lenguaje.
Es por eso que las anomalias que se derivan de este esquema dominante resulten interesantes. La menos habitual de todas, como decía antes, tiene que ver con que el lector considere o, al menos, tenga en cuenta el aspecto significativo del lenguaje. Lo cual quiere decir que acepta los problemas que tal decisión lleva asociados en su intento de alumbrar otros mundo posibles. Los acepta y se enfrenta a ellos en su experiencia lectora. Sabe que sin esa problematicidad el lenguaje tiende a ser plano, también se dice natural, como que el que sol salga cada mañana y se ponga al atardecer. La otra anomalía es la que vertebra la película ganadora del Oscar de este año. Alguien que llega a su madurez biológica y emocional sin haber conseguido dominar la mecanica funcional del lenguaje. Alguien que es lo que se llama, en términos coloquiales, un tartaja.
A alguien así, de repente, le es encomendada un misión, una gran misión, la mas importante misión, que tiene que ver con esa doble vertiente del lenguaje. Leer bien y entonadamente en voz alta, leer para una gran multitud y hacerlo con el mayor grado de significación posible, y de sentido. Estamos ante la lectura oral y el lector oyente. Lectura y lector situados en una posición singular, en una posición comunal. Estamos ante el gran concierto de la vida del protagonista. Hacer que su manera de hablar entrecortada y atropellada se transforme en las palabras y la música que esconde, las mejores palabras y la mejor música, y también su mas alta capacidad de persuasión. Los que le van a escuchar es lo único que de él esperan. En esas palabras que van a oir tienen puestas toda su confianza.
Cuando sus palabras se habían acomodado a la privacidad y el secreto de su entorno mas íntimo, a esa arbitrariedad que otorga la confianza y la despreocupación de las conversaciones coloquiales, ha de aprender a saber buscar para hablar de lo común, para decir lo que quieren oir la gran multitud que espera impaciente a las puertas del palacio. Para decirlo como si fuera lo mas importante que han escuchado en sus vidas. La escena final lo dice todo. Encerrado en una garita, leyendo lo que le han escrito bajo la batuta encomiástica del logopeda amigo, hace que salgan al mundo las palabras que el mundo necesita oir cuando está en peligro. Reafirmando con su hermosa y pausada musicalidad, como ya hicieran los grandes oradores griegos, la grandeza y transcendencia del momento.
No hay indicos que lleve a pensar al espectador, que por el hecho de que el protagonista sea un tartaja, su pensamiento símbolico haya de esta afectado por semejante defecto. Pero si creo que altera su aspecto emocional y volitivo, lo cual puede trastornar la imaginación y su capacidad expresiva. Porque nunca haya sido no quiere decir que no pueda ser. Y también sabe, porque el logopeda se lo sugiere de forma insistente, que si no padece tratando de superar su tartamudez dejará de ser. La verdad así se lo exige. Mayormente, porque no conformarse con la mentira es lo que, bien que mal, le va a hacer seguir viviendo. Empecinarse en esa verdad sobrevenida que le acosa y le atenaza, por áspera que sea, es lo que le hace ser un hombre reinventado. Aunque le pueda parecer increible, dado como se habia imaginado el futuro junto a su familia, que lo adora siendo como es un tartaja.
Que todo ese sufrimiento le venga impuesto porque le ha caido encima, y sin previo aviso, el marrón de ser rey del Imperio Británico en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, es algo que también ronda por la película. Aunque sé que los magnates de Hollywood es en lo que más se han fijado, y tenido en cuenta, a la hora de decidir otorgarle el premio. Nostalgia de la monarquia, esa que padecen gustosamente aquellos republicanos de la costa oeste norteamericana.
miércoles, 2 de marzo de 2011
TAMBORES DE GUERRA
De repente, lo que parecia inmutable ha estallado con una violencia inusitada. La llama que se aplicó así mismo aquel joven tunecino se ha extendido con una velocidad inexplicable, incendiando todo el norte africano. Suenan con fuerza los tambores de guerra, y el incendio unicamente puede subir hacia arriba, ya que hacia abajo la arena del desierto y la pobreza se lo impiden, funcionando a la par como un cortafuegos de seguridad infranqueable. Donde hay que quemar de verdad es mas hacia el norte, porque es la Europa rica, en crisis y ensimismada la que ofrece los materiales mejores y mas combustibles. Mire el mapa y haga cuentas. Mire hacia donde apunta el viento de la furia y la desesperación. Delante de la fuerza de semejante vendaval el Mediterráneo es un charco en medio del cruce de los rayos y truenos que acompañan a toda esa monumental tormenta.
La ignorancia supina que tenemos de nuestros propios sentimientos hace que no demos la menor importancia a todo lo que sobre ellos se pueda leer o mirar. Creemos que nada en el mundo está más lejos de una vivencia que la descripción de la vivencia misma. Es que no hay palabras para decir lo que siento, oimos con frecuencia. Por eso vemos y leemos lo que por ahí está pasando como si no tuviera nada que ver con nosotros. Tal ignorancia nos impide hacer justicia no solo con nuestros sentimientos a la hora de describirlos sino, lo que ya es peor, con los sentimientos que nos llegan descritos por los otros.
Y, sin embargo, sí hay un camino que conduce de la descripción o expresión perfecta a lo más humano, a sus desgracias impeorables. La cuestión es saber como encontrarlo mucho antes de que las llamas nos abrasen. No me parece fácil pero tampoco imposible, lo único que hace falta es que desaparezcan los pirómanos del medio, responsables de todos lo fuegos de artifico que nos ciegan la mirada.
La vida cambia rápido. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar, y la vida que conoces se acaba. Antes nadie nos ha dicho que el duelo por una persona querida pueda producir tanto horror y tanto miedo. Así descrita, esta escena puede estar pasando lo mismo en la ciudad de Paris, embriagadora y llena de luz, como en la de Trípoli, candidata mas que probable a ser bombardeada dentro de unos días. Puede pasar solo en la ciudad francesa y ser escuchada en la ciudad libia, o al revés. O, sencillamente, puede que nada más esté pasando en la descripción mostrada. ¿Qué no nos pasa por la cabeza para que una vivencia como la que describo, la tengamos que sufrir literalmente en carne propia para poder estar, sin otro remedio, a su lado?
La ignorancia supina que tenemos de nuestros propios sentimientos hace que no demos la menor importancia a todo lo que sobre ellos se pueda leer o mirar. Creemos que nada en el mundo está más lejos de una vivencia que la descripción de la vivencia misma. Es que no hay palabras para decir lo que siento, oimos con frecuencia. Por eso vemos y leemos lo que por ahí está pasando como si no tuviera nada que ver con nosotros. Tal ignorancia nos impide hacer justicia no solo con nuestros sentimientos a la hora de describirlos sino, lo que ya es peor, con los sentimientos que nos llegan descritos por los otros.
Y, sin embargo, sí hay un camino que conduce de la descripción o expresión perfecta a lo más humano, a sus desgracias impeorables. La cuestión es saber como encontrarlo mucho antes de que las llamas nos abrasen. No me parece fácil pero tampoco imposible, lo único que hace falta es que desaparezcan los pirómanos del medio, responsables de todos lo fuegos de artifico que nos ciegan la mirada.
La vida cambia rápido. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar, y la vida que conoces se acaba. Antes nadie nos ha dicho que el duelo por una persona querida pueda producir tanto horror y tanto miedo. Así descrita, esta escena puede estar pasando lo mismo en la ciudad de Paris, embriagadora y llena de luz, como en la de Trípoli, candidata mas que probable a ser bombardeada dentro de unos días. Puede pasar solo en la ciudad francesa y ser escuchada en la ciudad libia, o al revés. O, sencillamente, puede que nada más esté pasando en la descripción mostrada. ¿Qué no nos pasa por la cabeza para que una vivencia como la que describo, la tengamos que sufrir literalmente en carne propia para poder estar, sin otro remedio, a su lado?
martes, 1 de marzo de 2011
PURA HUMANIDAD
Hubo un tiempo en el que los gigantes y titanes dominaron el mundo con sus megalómanos proyectos, con sus deseos de ponerle el lazo triunfal y definitivo al mundo. Una época en que los hombres soñaron que podían torcerle el brazo a los imperativos de la naturaleza y al mandato divino. En ese tiempo se llevaron a cabo todas las grandezas y las monstruosidades que produjeron aquellos sueños, en nombre de la razón, de la patria, de la clase, de la religión, del estado y de todas las palabras gordas que le quepa imaginar. Fue una época en la que todo se escribió y se hizo con mayúsculas, nada era imaginable con minúsculas. Se pensó a lo grande y se asesino a mansalva. Mientras el grueso de la la vida paso desapercibida, oculta entre lo pequeño. Nunca hubo sentimiento de la medianía. Así fue el mundo en ese tiempo. La paulatina imposición de una técnica, cada vez mas sofisticada, sobre sus designios y devenires colaboró lo suyo a que fuera el logro de la utopia el único productor de sentido, aniquilando de raíz cualquier voz o proyecto que significara algo o tuviera que ver con algún sentimiento intermedio. Todo o nada. Revolución o muerte. Guerra, en fin, para dirimir en el campo de batalla los deseos de los grandes gigantes y titanes, transformados hora en emperadores, hora en cancilleres de hierro, hora en cualquier sátrapa o caudillo menor de la periferia.
Pero lo que no estaba previsto sucedió y la marcha inexorable de la historia se encontró al final con la propia horma de su zapato. Nadie consiguió poner el añorado lazo definitivo al mundo para transformarlo para siempre, pero entre todos cabaron la tumba donde descansan eternamente, ellos mas los centenares de millones que nunca habían salido de la pequeñez del anonimato y a los que arrastraron a la destrucción masiva. Inopinadamente no alcanzaron la Gloria, tal y como la habían soñado, ni el soldado ni el obrero ni el sacerdote ni el revolucionario ni el patriota ni el poeta comprometido ni ninguno de los que se postularon ante el templo de la historia para hacer cumplir la visión por la que habían venido al mundo: salvarlo de si mismo. Todo se acabo definitivamente el día que la foto del Che Guevara empezó a comercializarse, con apariencia de cristo redentor, por todo el planeta.
De entre aquellos escombros todavía humeantes, asomo la cabeza gente que únicamente deseaba olvidar tanto sufrimiento y encontrar una felicidad que le resultaba esquiva, ya que parecía que no esta hecha para ellos en el supuesto de que existiera. En menos de cincuenta años, fijese donde se había colocado el listón de las aspiraciones de la humanidad. Una casa en la ciudad, otra en el campo con piscina. Dos coches. Una trabajo para el y otro para ella. Estudios universitarios, clara que si, para los chicos. Barbacoas los fines de semana, partido de tenis o de golf, y tal y tal.
La clase media se había hecho con el cotarro. Fruto del fracaso estrepitoso de los grandes ideales, la mediocridad era ahora la única ideología, la ideología dominante. Y al igual que el capitalismo, le había cogido la medida exacta a la naturaleza del ser humano, que llevaba milenios buscando su lugar en el mundo. Gente mediocre que es pura humanidad. Gente mediocre con su picos de genialidad y de excelencia, de eficacia y eficiencia, pero gente llena de temores: al acecho de la sociedad y sus cambios demográficos, a perder lo que tienen y que tanto esfuerzo o corrupción les ha costado (la mediocridad no distingue en estos casos, le es lo mismo), al desamparo y al abandono, etc. Gente que ya no vive, aunque se empeñe no pocas veces en disimularlo, entre la nostalgia del paraíso perdido y la esperanza de recuperarlo. Gente que ya ha interiorizado que la creencia en una fuente sobrenatural de maldad no es necesaria, los hombres y las mujeres somos perfectamente capaces de cualquier perversidad. Gente que ya no piensa ni siente a lo grande, sencillamente piensa como puede y cuando le dejan. En fin, gente para la que entre ser feliz y lo contrario acaba por no haber diferencia significativa. Lo cual no le impide soñar. Faltaría mas. Los sueños son mas propios de gente así, bien que lo saben los del gremio del diván y aledaños.
De este tipo de gente van los excelentes cuentos de John Cheever (en la imagen). Gente que se mueve en la órbita de la arrebatadora y temible ciudad de Nueva York, pero que son perfectamente equiparables a quiénes nos encontramos bajo la influencia de cualquier gran ciudad europea. Escritos con un tono elegante, amable, incluso encantador, pero nada agresivo, lo cual no impide a los distintos narradores hacer valer un lenguaje que corta como un cuchillo. No piense que son perdedores y toda su insufrible cantinela, y tal. A estos también se los llevo el retrato del Cristo Che Guevara. No hay negrura ni ambientes escabrosos en superficie, el sentido del humor esta siempre presente de forma incisiva, pero agridulce. Hasta que al final el texto se cierra sobre el principal protagonista y es entonces cuando precipita con toda su intensidad esa mediocridad que le decía al principio. Y no sienta mal, ya que se reconoce la pasta de que estamos hechos los que formamos parte de esta gran clase media, que aguanta y sostiene el mundo en el que vivimos y en el que vamos tirando. Sencillamente son (somos) mediocres porque no pueden (podemos) ser otra cosa. Es francamente conmovedor sentirlo así mientras se lee. Como el amor, tiene que ver con el afecto y la voluntad, y aunque le parezca mentira también es un alivio, porque querer ser otra cosa da pánico solo de pensar lo que hicieron nuestros antepasados, cuando se sintieron capaces de comerse el mundo. Así que la salida de la crisis con tales métodos, de momento, va a ser que no.
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