lunes, 1 de noviembre de 2010

ORACIÓN FÚNEBRE


Cuando leo un suplemento de cultura, o voy a una exposición, o veo una peli, o leo un libro, o veo por la TV un programa de libros o de cine o un desfile de moda, o en la calle a alguien haciendo una performance o pintando un graffiti, o asisto a un concierto de música, o a una representación teatral, independientemente de que me interese más o menos, de que sea aquí o en Oslo, de que sea el estilo que yo prefiero o no, estoy convencido de que todo ello son las formas que imaginamos de producir cosas, también el producto de nuestra comunicación. Quiero creer, entonces, que ya somos ciudadanos de una Europa Unida, con su moneda única y sus viajes baratos, un territorio sin fronteras en el que convivo con seres civilizados.

Sin embargo, cuando leo las páginas de crónica política, o oigo por la radio o veo por la tele una tertulia política, o leo o escucho o veo una entrevista a cualquier lider político, o escucho o veo un debate entre diferentes contendientes políticos en campaña electoral, independientemente de lo que yo pueda pensar, o de que atañan a asuntos de aquí o de Oslo, no puedo menos de estar convencido de que todo ello son formas de la guerra de siempre llevada a cabo por otros soldados y medios, y en otros campos de batallas donde también son otras las víctimas. Creo firmemente, entonces, que sigo en un continente enfangado todavía en el odio y el resentimiento, que no quiere olvidar la barbarie que lo llevó a su aniquilación hace ya sesenta y cinco años.

Pienso que la capacidad de la política para transformar las cosas y crear otras nuevas está definitivamente agotada. No da más de sí. Su lugar ha de estar en la retaguardia y únicamente con funciones de mantenimiento. Es el turno, por tanto, de la cultura, de toda la cultura y de todas las culturas, a quienes corresponde tomar ese relevo transformador que vuelva a dar a este gran continente, recordando el esplendor de su gran acervo cultural que la barbarie de la guerra no pudo destruir, el lugar que le corresponde en el mundo global en el que ya definitivamente estamos viviendo.