jueves, 18 de noviembre de 2010

EL TESORO DE SIERRA MADRE, de John Huston


ES LA SELVA, LA SELVA

Tanto en la novela de Traven como en la peili de Huston estamos ante unos personajes despojados y pelados de todo, como un hueso de cocido. Tipos que tiene asumido que, si no cambia su fortuna, su vida está ligada al dolor y a la asunción, más pronto que tarde, de la muerte, sin nada a cambio y sin que el malestar y el sufrimiento sirva para algo que les de a sus vidas algo de sentido. En fin, son tipos que viven a ras de suelo como las ratas, y como éstas tienen parecido punto de vista.

Pero tal presentación en la novela se le echa a uno encima como una lenta lengua de alcantarilla hasta comenzar a sentir que aquello te acabá rodeando y acosando. La pregunta es, entonces, me quedo y me pringo en este lodazal, o me voy. Mientras que en la peli, todo lo que vemos en las primeras secuencias hasta que deciden echarse al monte a la busca de la fortuna dorada, son diferentes objetos del paisaje de una ciudad cualquiera y ni siquiera los más importantes. Pordioseros, buscones, jetas y tal, hay en cualquier sitio. En la novela es lo único que hay. Esa presentación dura demasiado sabiendo como sabemos que esos personajes no tienen otro destino que marcharse de allí. Sin emabargo, no hay nada que indique lo contrario, ya que entonces el quedarse y el marcharse deberían estar tratados al mismo nivel narrativo, mirándose a la la cara. Esa tensión no existe en lo que viene a continuación.

Me acordé de la peli “Las aventuras de Jeremias Johnson”, de Sydney Pollack. En la primera secuencia se ve llegar a Redford al punto de partida de su aventura, pilla lo que tiene que pillar y andando. Ese trayecto y todo lo que le acompaña es el prota desde el primer fotograma. Osos, tramperos, frio, calor, indios, muerte, vida, carreras, caza, dia, noche y las montañas, sobre todo, las grandes montañas dominado el cotarro desde lo más alto. Todo forma parte por igual del trayecto, es lo que lo constituye.

Huston hace sedentario el texto nómada de Traven y se deja llevar por la representación de los discursos en lugar de las personas. Quiero decir que en medio de la noche después de una jornada agotadora buscando las pepitas doradas, dentro de una tienda de esas de hacer camping cutre, al lado de un paisaje de carton piedra, a los protas les da por darle a la mojarra y se enredan en conversaciones grandilocuentes sobre lo duro de la vida que llevan y las dudas de su éxito final, sobre quien es mas honrado y las vejaciones morales y de las otras que causa a los hombres el oro cuando se les escurre de las manos. Filosofean a la luz de la luna y con el acompañamiento molesto de los rugidos de los tigres que por allí merodean, y que no aparecen nunca. Lo hacen llenos de mugre, pero parecen tan frescos.

A Huston le interesa esa dimensión psicólogica de como va afectando el trayecto a los protas, de como la aventura los va cambiando por dentro. De ahí el uso constante de primeros planos con un exagerado dramatismo, llegando al histrionismo como en el caso de Dobbs, cuya ambición y rencor se apoderan del escenario paralizando la función protagonista y activa del movimiento y de la selva donde transcurre. Ésta se convierte, así, en un mero decorado. Pierde toda su dimensión de superioridad, de dominio, de peligro ante los protagonistas que se sienten cada vez mas indiferentes ante lo que es mas grande que ellos. Es como si hablando ahuyentaran los peligros que les salen al encuentro de su odisea. Y el oro, como dice Howard el mejor de todos, vale por lo que cuesta sacárselo a la tierra de sus entrañas no por su brillante y esplendorosa apariencia. El oro, al fin y al cabo, solo vale para hacer collares y sortijas de esas. Eso también se puede hacer con el hierro y con el estaño.

En la novela de Traven el asunto sucede, si has decidido quedarte, en la intimidad del lector. Ahí te la juegas, porque ahí acaba pasando todo. Como espectador el asunto informativo de esta película sucede durante el desarrollo de su atropellada linea argumental, con escala verbalizada en las tertulias nocturnas. Como en los safaris organizados.

La fiebre por el oro y por hacerse ricos que nos presenta Huston, me lo imagino como un trasunto en sentido contrario de lo que nos está pasando en este momento con la crisis. La logomaquia se ha apoderado del escenario y parece que nadie quiere dar el primer paso para salir de ella. Nos van a echar del euro, volveremos a ser los pordioseros de Europa después de un viaje dorado a ninguna parte que ha durado treinta años, pero cada vez hay mas tertulias y mas gente que quiere hablar y decir algo, lo que sea y como sea, en voz muy alta. Tendrán que venir los bandidos de la selva o del desierto a poner en su sitio a tanto charlatán, empezando, como hacen en la peli con Dobbs, con los que ni siquiera respetan el turno de palabra y, a codazos, siempre quieren decir la última.