domingo, 7 de noviembre de 2010

CIUDAD DE VIDA Y MUERTE, de Lu Chuan



LA INFIDELIDAD COMO HERRAMIENTA DE LA CREACIÓN

Cualquier hecho del pasado nos llega al presente transformado e integrado, mejor o peor, dentro de la corriente de un mito. Los intentos de transformar esos mitos en Historiografía acaban normalmente en el absurdo. De otra manera, los intentos en el presente de recuperar el pasado como una fotografía exacta de lo que sucedió acaban en una triste parodia.

Aprovechando la nueva manera de contar que significaba el cine, el relato que mejor ha sabido entender esto ha sido, sin lugar a dudas, el relato del western. A John Ford, el inventor del wester moderno, nunca le preocupó reproducir fielmente los hechos que habían dado lugar a la creación de la nación americana. Conscientemente infiel a ellos, se invento la nación americana en sus películas a partir de una tradición mítica que tiene que ver con la tradición cristiana: la conquista y ocupación de la tierra prometida. Muchos de los relatos posteriores se basan en este modelo fordiano, que es el de nuestra tradición milenaria: el cine policiaco, el cine negro son westerns urbanos, la guerra de las galaxias y el cine de ciencia ficción son westerns espaciales. Tratado así, Western no es un género cinematográfico mas o menos trasnochado, es una forma de mirar el mundo propia del siglo XX. Como Dantesco es una forma de mirar propia del mundo medieval, que ha transcendido hasta nosotros porque es una mirada que el paso de los siglos la ha hecho universal, igualmente Western tiene ya esa vocación de intemporalidad.

El mito que sustenta la peli de la masacre de Nanking es el miedo y el odio ancestral al Otro por ser Otro y, en consecuencia, su extermino total para eliminar ese sentimiento de amenaza total. O, muerto el perro chino se acabó la rabia japonesa.

Lo que les propongo a los redactores de las reseñas de Diòptria es que, siendo excelentes en cuanto a los contenidos informativos, seduzcan más al espectador por el lado de la tradición mítica que la mayoría de las películas programadas evocan. A la hora de escribir sean descaradamente infieles con los hechos reales en que se inspiran. No las escriban acompañadas de la gravedad y la pesadez ideológica que históricamente suelen acompañar a muchos de los hechos a que se refieren. Si es necesario, cambien de compañías bibliográficas. La historia de los hechos forma parte del tiempo pasado y, al leerlas, como espectadores de cine a quienes se dirigen no acaban de salirnos las cuentas con el tiempo narrativo, que es otro tiempo. Es la historiografía la que, al fin y al cabo, se inspira en los hechos ficticios que se imaginan en el presente.

La peli de Lu Chuan es muy interesante porque es profundamente cruel pero inmensamente bella, y es así porque el director se inventa lo que sucedió en China a finales de 1937. Imagínese lo que hubiera rodado con la rígida aritmética de los hechos mandando sobre el guión. Lo que vemos no es porque haya sucedido, sino por que esta sucediendo de la forma que lo está contando. La verdad que muestra la peli es más inquietante, inabarcable, misteriosa que la razón lógica de los datos históricos que, con su apabullante enumeración, no tendrían la capacidad de juntar con sentido poético aquellos tres adjetivos: interesante, cruel y bella. Ni de ligar su rotunda incompatibilidad filológica.

La masacre de Nankin no ha existido, yo he estado allí, en el campo de batalla y de las atrocidades, o lo esperado no sucede es lo inesperado lo que acontece. Sería un resumen cabal de todo lo que digo. Un resumen y una actitud frente a lo que se nos muestra la pantalla.

Siendo fiel, por tanto, a esta tradición mítica, y estando totalmente despreocupado respeto a los hechos históricos, me senté en la butaca con el ánimo, como ya le dije, de ver un western. Tiene todos lo elementos narrativos para que así sea. Recuerde el western mas famoso de la antigüedad, la Iliada de Homero y el episodio del sitio de Troya; el sitio de Stalingrado del siglo pasado; o los innumerables sitios a los fuertes del oeste norteamericano, el más famoso de los cuales es el de El Alamo. El esquema en todos es el mismo: sitio y acoso, firme resistencia, asalto y masacre sin contemplaciones (matarlos a todos, que no quede ni uno), fiesta y celebración final de los vencedores.

En la peli de Chuan cada parte tiene un tratamiento distinto que le da un sentido propio, pero no acabo de ver y sentir que todo ello sume a favor del conjunto. El asalto, como un tsunami, transmite la doble sensación de estar fuera y dentro de la ciudad, de ser asaltante y defensor, con la marea de polvo y sangre que a todo ello acompaña; visto desde las trincheras o de los francotiradores proporciona un punto de vista inmejorable de ese horror al que nunca había asistido. La masacre y violación sistemática de la población esta diseñada con estilo industrial tanto en su ritmo como en la precisión y eficacia, dejando a su paso un sinfín de fantasmas, esos constantes y precisos primeros planos que deambulan por la ciudad sin saber cual será su destino cinco minutos mas tarde. La danza que introduce la celebración une con la belleza de sus movimientos la muerte que ha concluido en la ciudad y la fiesta que comienza al lado de las montañas de cadáveres esparramados por las calles. Pero, al final de todo, me cabe la duda de que ese asalto sea el antecedente necesario de la masacre y que ésta lo sea de la danza de la victoria.