domingo, 14 de noviembre de 2010

VILLA AMALIA, de Benoît Jacquot


LA MIRADA DE LA HIENA

Uno va a ver a Isabelle Huppert únicamente para sentir la devastación que produce el rostro de esta frágil hiena, primero en el alma y después en el cuerpo de quien cae bajo la influencia de su mirada. No digo hiena como un insulto hacia la actriz, sino como destino inevitable de muchos de los personajes que encarna. Una sofisticada licantropía femenina. Tampoco piense que lo mío es masoquismo, es una de esas experiencias que proporciona el cine, que al estar exentas de riesgo físico, me permite después contarla una vez que he ordenado de nuevo los jirones que, créame, me deja dentro. Solo por eso vale la pena sentarse en la butaca. Tarde o temprano, el amante, el marido o el novio que más la ha querido acaba preguntándole, como Antonio a Cleopatra en la tragedia shakespeariana: me ves, me ves, pero es que ya no me ves. Y aunque no lo quiera, me ocurre lo mismo y comienzo a sentirme como si estuviese a su lado, no por solidaridad masculina y tal, sino por que no hay hueco para mí en otro sitio cuando esta mujer se pone delante. Como el enamoramiento, es una empatía inopinada pero producida por fusión fría. Es sin por qué, pero me sucede y sigue conmigo los días siguientes.

Cuando Huppert descubre que quien comparte su vida y su cama ha dejado de interesarle, por traición de ella o de él o por la causa que sea, activa los dispositivos ocultos de su rostro y toda la película comienza a ordenarse alrededor de esa tabla de logaritmos, que sabe contener dentro de su propio desquiciamiento las erupciones mas violentas que inevitablemente se derivan de su presencia. Es un rostro que se abre camino a un mundo que parece imposible que pueda vivir codo con codo junto al que ha abandonado hace un minuto. Acuérdese conmigo de la película Gabrielle de Patrice Chereau. Acuérdese de los ataques de histeria enloquecida del marido, por efecto inmediato de la mirada de Huppert, que se niega a decir o hacer algo que no sea mirar de esa manera, profanando sin compasión la ordenada vida burguesa de quien hasta ese momento lo sabe todo, lo controla todo. La cámara se queda con un hombre hecho trizas y herido moralmente de muerte, dejando fuera de foco al rostro ejecutor que lo ha liquidado.

Es esa manera de desprecio superlativo, sin mover un músculo, que me transmite la cara de Huppert la que me atrapa y, al tiempo, me paraliza. Es esa forma de entrar a matar sin sacar la espada. Es esa mirada de hiena con cara de gacela. Como el implacable depredador, no es que sonria cuando mira está diciendo quien es.

Pero en esta peli le han dado cancha a otras partes de su cuerpo que no están para lidiar en el mundo a que da acceso con su mirada. Esa forma de correr cursi como si fuese una perdiz, o esas espantadas en el restaurante o la casa, cuando está achicharrando al marido con la mirada, no forman parte de aquel.

Yo a la que quiero es a ti, lo de la otra no significa nada y todo eso que siempre dicen quienes han pillao con el carrito del helao. Y como respuesta va ella y se levanta, nos da la espalda y se marcha, dando saltitos de perdiz. No era eso, no era eso. Lo que me quedó entonces fue la cabeza girada hacia la puerta del restaurante, pero a donde va esta tía. También la imagen tópica de cualquier mujer despechada, derrotada, que huye, porque no sabe hacer otra cosa, a comerse el rencor y la rabia en la soledad de su alcoba. Días mas tarde, seguro que quedará con su mejor amiga, siempre es su mejor amiga, para contárselo. Fíjate lo que me ha hecho el muy cabronazo. Y tal.

De lo mas alto al costumbrismo raso, mi presión arterial no lo pudo aguantar. Empecé a moverme sin tino en la butaca.